“Es el ‘Titanic’ de Chile”: la olvidada historia del incendio en una iglesia donde murieron 2.000 mujeres en el siglo XIX

La novelista Francisca Solar dedica su última entrega ‘El buzón de las impuras’ a la tragedia ignorada. “Nadie lo recuerda”, señala la autora

Un grabado que ilustra el incendio de la Compañía de Jesús, ocurrido en Santiago de Chile en 1863.Memoria Chilena

El 8 de diciembre de 1863, cerca de 10.000 velas y lámparas de parafina iluminaban el interior de la iglesia de La Compañía de Jesús, en el centro de Santiago, en lo que hoy es el ex Congreso Nacional. Con motivo de la celebración a la Virgen de la Inmaculada Concepción, el templo, uno de las más concurridos por los capitalinos en el siglo XIX, estaba adornado por una multitud de guirnaldas de papel. Unos 3.000 feligreses llegaron a la iglesia administrada por el sacerdote jesuita Juan Bautista Ugarte para conmemorar en comunidad el término al mes de María. Por circunstancias que nunca se lograron determinar, el lugar se vio envuelto por las llamas. En menos de una hora, el incendio se hizo con la vida de más de 2.000 mujeres, un número al que se llegó luego de hacer un censo, casa por casa, para determinar las pérdidas humanas. “Es el Titanic de Chile y, aun así, nadie lo recuerda”, señala la periodista y escritora Francisca Solar (41 años, Santiago de Chile), sobre la tragedia que debería tener más espacio no solamente en la historia nacional, dice, sino en la universal.

En El buzón de las impuras (Umbriel, 2024) — que lleva 12 semanas entre los libros más comprados en el ranking elaborado por el diario El Mercurio — Solar aborda el hito desde la perspectiva de las mujeres que murieron carbonizadas en aquella iglesia. Esas mujeres, en su mayoría aristócratas, depositaban cartas con sus plegarias y pecados en una caja de metal que llamaban “el buzón de la Virgen” y que la prensa liberal de la época bautizó como “el buzón de las impuras”, por ser una especie de confesionario. Sorprendentemente, fue uno de los pocos objetos que se salvó de las llamas y, luego del incendio, autoridades eclesiásticas y estatales se lo disputaron, para finalmente terminar en las manos del intendente de Santiago. A pesar de que el contenido de los escritos nunca vio la luz, su existencia fue suficiente para inspirar a Solar en la elaboración de la novela histórica.

En la reconstrucción de la tragedia, los diarios que circulaban en Chile en ese período, guardados actualmente en el subsuelo de la Biblioteca Nacional, fueron unos aliados claves para la investigación de la autora. También se alimentó de la extensa crónica que publicó The New York Times en su portada el 18 de enero de 1864, que describe al incendio como “una escena imposible de exagerar, ni siquiera se puede describir (…). Es absolutamente imposible transmitir con palabras una idea del espectáculo desgarrador del martes por la noche”.

Francisca Solar habla sobre su libro ‘El buzón de las impuras’ en el Teatro Oriente, en Santiago de Chile, en junio de 2024.Teatro Oriente

La escritora comenta a EL PAIS que una de las razones por las que el incendio se olvidó fue porque se trató de un hito femenino: “Para la época, la muerte de una mujer no detiene el sistema (...) Que se hayan muerto 2.000 mujeres es como si se hubiesen quemado 2.000 sillas”, explica en una cafetería del municipio residencial de Providencia. “Además, todo lo privado siempre estuvo en desmedro de lo público. Eso hace que, por muy terrible que suene, la muerte de 2.000 mujeres en una iglesia se tomara como un tema doméstico”, añade.

Sobre el origen del incendio, la periodista remarca: “No hay duda de que se trató de un accidente. Es muy importante decir que aquí no hubo dolo”. Aclara, sin embargo, que, independiente de que no haya habido intencionalidad, sucedieron “muchas negligencias”. “La iglesia tenía entre 7.000 y 10.000 luces, que es un número complemente exagerado e insólito. Era la crónica de una muerte anunciada, una chispa y todo iba a volar”, plantea Solar. También, el que las puertas de la iglesia no fueran de doble bisagra fue letal. “El protocolo de la puerta batiente no era obligatorio en Chile en 1863. Muy pocas iglesias y hoteles lo habían adoptado porque era una medida de seguridad nueva y voluntaria.

La iglesia de La Compañía, en particular, era muy antigua, mal refaccionada y los accesos eran muy pequeños y con puertas que se abrían solamente para adentro. Eso es responsabilidad de quien administra la iglesia y los jesuitas nunca actualizaron el protocolo. Si todos los accesos se abrían solamente para adentro, imagínate un incendio en el que 3.000 personas buscaron moverse hacia afuera. Se encerraron solos y se bloquearon rápidamente todos los accesos”, profundiza Solar.

Monumento a las víctimas del Incendio de la Compañía en 1863, ubicado frente al Cementerio General, en Santiago.SOFIA YANJARI

Dentro de los factores que imposibilitaron el escape, hay uno que “violenta” especialmente a Solar. Cuando comenzó a propagarse el fuego, el sacerdote Juan Bautista Ugarte y el nuncio apostólico José Ignacio Eyzaguirre, quienes presidían la misa, huyeron rápidamente por una puerta de la sacristía. “No sé sabe el número exacto de mujeres que también lograron escapar por ahí, se calcula entre 40 y 50″, dice la novelista y apunta que en varios diarios se constata que “cuando Ugarte ve a las mujeres cruzando el presbiterio para llegar a la sacristía, bloquea la entrada”. Esto, dice Solar, con el objetivo de que las mujeres no pisaran ese suelo que se consideraba santo y que solamente los sacerdotes podían habitar.

Cuando se habla del incendio de 1863, señala la autora, se pone especial énfasis en los opulentos vestidos y mantas de crinolina que usaban las creyentes, que se inflamaban con facilidad y que dificultaron el paso hacia las salidas. “Es ineludible que la vestimenta de la época fue un obstáculo. Lo sabemos, además, porque hubo mujeres que se salvaron desnudándose (...) Sin embargo, a mí me parece bastante más grave el hecho de un cura cerrando la puerta, ¿cuántas mujeres más se podrían haber salvado?”, se pregunta.

Después de la tragedia, comenta la escritora, el intendente de Santiago, Francisco Bascuñán Guerrero, que perdió a su hermana Mercedes en el incendio, ordenó que todos los lugares donde se congregaba mucha gente contaran con bisagras dobles. También se creó la primer cuerpo de Bomberos de la capital chilena.

Detalle del monumento a las víctimas del incendio de la Compañía. SOFIA YANJARI

“Hay que hacer justicia, no solamente hay que visibilizar un hito de la historia de Chile que pocos conocen, esto es reivindicación histórica. A mí me interesa contar el incendio de La Compañía desde la perspectiva de las mujeres porque necesito que haya un gesto al menos de justicia hacia ellas. La frase de Las Tesis cae de cajón: ‘Y la culpa no fue mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”, dice Francisca Solar, en alusión al himno Un violador en tu camino, creado por el colectivismo feminista en las manifestaciones contra la violencia machista de 2019.

De las 2.000 mujeres que murieron en el incendio, solamente siete fueron identificadas. Las autoridades de la época decidieron darles sepultura en una fosa común del Cementerio General de Santiago. La hipótesis más avalada, según los investigadores, es que ese lugar está ubicado actualmente en la plaza de la Paz. Para honrarlas, medio siglo después de la tragedia, bomberos trasladaron hasta ese sitio la estatua La Dolorosa, que en su origen se levantó sobre las cenizas de la iglesia.

Plazuela de la Compañía, con el monumento realizado por Carrier-Belleuze y el Congreso Nacional en construcción a la derecha.Memoria Chilena

Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS Chile y reciba todas las claves informativas de la actualidad del país.

Más información

Archivado En