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Giuliana Furci, investigadora: “En la conversación sobre los hongos, Chile es un país pionero”

La directora de Fundación Fungi prepara su tercera guía sobre estos organismos. En 2010, empujó para que el país sudamericano los incluyera en su legislación ambiental

Hongos Chile
Giuliana Furci inspecciona un hongo en el parque nacional Torres del Paine (Chile).Mateo Barrengoa

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En marzo de 2024, por primera vez y después de 130 años de historia, la portada de la revista National Geographic tenía como protagonista a los hongos y los incluyó dentro de su definición de “vida silvestre”. Unos años antes, en 2019, se estrenaba el documental de Netflix Hongos fantásticos, que explora la importancia de estos organismos en los ecosistemas. En el último tiempo el mundo ha volcado sus ojos sobre ellos y Chile ha sido un precursor en su reconocimiento y conservación.

Pero, mucho antes, hace más de una década, en el año 2010, Chile se convirtió en el primer país del mundo y, hasta ahora el único, en incluir a los hongos en su legislación de protección ambiental. La incorporación del reino fungi quedó plasmada en la Ley Sobre Bases Generales del Medioambiente (Ley 19.300).

Una de las impulsoras de esta iniciativa fue la micóloga chileno-italiana Giuliana Furci (45 años, Londres) que, de forma autodidacta, incursionó en el mundo de los hongos en 1999: “Hay un interés que comienza y luego con estos organismos existe una relación especial que hace que evolucione. No todo el mundo va a un bosque y logra ver hongos. Solamente algunas personas a veces los ven, a otras les cuesta más”, dice sobre su vínculo con estas especies. Ha escrito dos guías de campo de los hongos en Chile, describiendo a más de 200 especies. Ahora trabaja en su tercer libro que espera publicar en otoño de 2025.

Furci es fundadora y directora de la Fundación Fungi, una organización sin fines de lucro que tiene como objetivo la conservación y el conocimiento de los hongos. Formalmente están en Chile y Estados Unidos, pero trabajan en otros lugares como Colombia, Ecuador e Inglaterra.

Recién llegada de una expedición en Mongolia, la micóloga conversa con EL PAÍS a través de una videollamada. Incluso, pantalla de por medio, su entusiasmo por estos organismos es evidente. Con orgullo, comenta: “En la conversación de hongos, Chile es un país pionero y eso es indudable”.

La micóloga, radicada en Chile, explica que la conciencia de los hongos ha crecido en el país sido gatillada por el trabajo que han hecho desde la Fundación Fungi, pero que después ha tomado vida propia: “Chile ha enfrentado el interés de la micología de una manera más integral que otros países. Hoy hay algunas universidades donde hay micólogos y micólogas enseñando, y los hongos están incorporados en la legislación y regulación ambiental”.

Y añade: “Chile, en el fondo, es el único país del mundo que exige una línea base de hongos en estudios de impacto ambiental. Eso es algo que ha hecho con la ayuda de nosotros y muchas otras personas, pero que ha hecho el país. Es muy enriquecedor ver cómo Chile ha asumido, aprendido y entregado la importancia de estos organismos en los ecosistemas”.

En 2017, Giuliana Furci junto a investigadores de Argentina y de Brasil escribieron un artículo para que el término “funga” se asocie al de flora y fauna, para así poder acelerar la incorporación de los hongos en políticas públicas tanto de conservación como de educación. La investigadora explica que la funga era la tercera “f” que estaba pendiente, y comenta que alrededor de 25 países han adoptado este término en aparatos del Estado.

La micóloga apunta que, para la conservación del planeta, los hongos tienen una tarea fundamental: “En términos de cambio climático, los hongos sostienen, mantienen y guardan el carbono que las plantas extraen del ambiente. Son los grandes sumideros de carbono del planeta”, dice. También, agrega Furci: “Los hongos descomponedores de madera, por ejemplo, regulan la liberación del carbono mediante la descomposición. No es lo mismo cuando tu quemas un árbol a que lo dejes que descomponerse de forma natural por los hongos que viven en esa madera. Cuando lo quemas, es una liberación acelerada de carbono, mientras que cuando dejas que los hongos actúen es una liberación regulada”.

A pesar de este papel clave que cumplen, dice que subsiste una visión negativa asociada, por ejemplo, a la humedad o la pudrición. “Es ignorancia. Es más, cuando se pudre el pan o un limón en la casa, mucha gente dice ‘esto está malo’ y lo relaciona con muerte o enfermedad. Pero, en particular, lo que está creciendo es el hongo penicillium, de donde viene la penicilina, y que cambió el devenir de la humanidad (...) Esa visión negativa ha sido empujada por distintas instituciones basales y antiguas, entre ellas, la Iglesia Católica, que siempre asoció los hongos con lo pagano”, explica Furci.

Sumado a su labor pionera en la conversación, Chile es un territorio reconocido por su diversidad de hongos, coloridos y únicos. Esto, explica Furci, se debe a que en las zonas sur y austral del país, hay un grupo de árboles pertenecientes al género notofagus como los coigües, robles, lengas, raulíes y ñirres. “Ese grupo de árboles, a nivel de las raíces, se asocia con hongos que producen estructuras macroscópicas, visibles, formando así parte de las especies ectomicorrízicas (...) Esa naturaleza ectomicorrízica de algunos árboles nativos de Chile hace que sea un hotspot micológico, muy distinto a otros lugares del mundo”.

De forma muy particular, los hongos también entraron a las cocinas chilenas, indica Giuliana Furci: “Lo que nos diferencia son nuestros hongos comestibles. Chile tiene una situación importante a nivel mundial en lo culinario con respecto a los hongos, que no tienen nuestros países vecinos”. Y menciona las preparaciones que incluyen hongos como los changles, loyos y digüeñes.

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