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Columna
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La política de la desconfianza

El problema es inquietante, ya que en todas las derechas prevalece, efectivamente, un profundo sentimiento de desconfianza que a estas alturas no tiene arreglo ni corrección

José Antonio Kast durante su intervención en la convención política de Vox 'Europa Viva 24', en Madrid, el pasado 19 de mayo.
José Antonio Kast durante su intervención en la convención política de Vox 'Europa Viva 24', en Madrid, el pasado 19 de mayo.Rodrigo Jiménez (EFE)

Cada día se hace más patente, y tóxico, el mal de la desconfianza ya no con la política, sino entre políticos.

Este sentimiento nefasto se viene gestando desde hace tiempo, y es José Antonio Kast quien lo puso definitivamente en evidencia. En una suerte de festival de la extrema derecha mundial en Madrid, organizado por Vox bajo el nombre ‘Europa Viva 24′, José Antonio Kast se posicionó definitivamente en la derechaultra. A partir de ahora, es bajo esa etiqueta y con esa identidad que tendrá que lidiar. Es en esa transición a la extrema derecha que el líder del Partido Republicano calificó al presidente Gabriel Boric como “un travesti político”, lo que marca una progresión hacia el infierno del lenguaje después de haberlo calificado semanas antes como “presidente woke”.

Más allá de los calificativos, hay otra arista involucrada en los duros términos que fueron empleados por Kast. Lo que subyace a estos juicios es una profunda desconfianza con los giros que ha protagonizado el presidente Gabriel Boric, los que despiertan en la derecha en el mejor de los casos perplejidad, pero sobre todo animadversión y hostilidad. El problema es inquietante, ya que en todas las derechas prevalece, efectivamente, un profundo sentimiento de desconfianza que a estas alturas no tiene arreglo ni corrección. Prueba de ello es el juicio, genuino, que fue emitido hace un par de días por el presidente del Partido Republicano Arturo Squella, quien declaró sobre el presidente Boric: “La lógica de estar cambiando permanentemente su posición genera más ambigüedad, más incertidumbre, más inestabilidad, que repercute en los resultados que hemos estado teniendo como país”. Para decirlo en una sola frase: “No le creemos al presidente”.

Esta desconfianza es un sentimiento muy extendido en las derechas, y no hay reparación posible. Efectivamente, el presidente Boric ha cambiado en innumerables ocasiones de postura respecto de su conducta cuando era diputado: quedaron definitivamente atrás innumerables demandas en todo tipo de cosas, desde una profunda reforma al sistema de seguridad social hasta la transformación profunda de la educación. Él mismo presidente lo ha dicho: gobernar es otra cosa. Pero no hay caso: no es creíble. Ninguna eventual explicación de tamaños cambios surgida del propio presidente aplacaría este sentimiento, el que también se encuentra presente en el empresariado y en buena parte de los economistas de la plaza.

Así las cosas, la desconfianza aumenta, y se transforma en un sentimiento recíproco entre izquierdas y derechas, aumentando la polarización de esa burbuja que llamamos la política parlamentaria y de partidos.

Nada bueno puede salir de estas subjetividades, lo que afectará a este Gobierno y al próximo.

No puede entonces sorprender que la imagen que la derecha política y económica tiene del estado del país sea prácticamente la de una catástrofe. A ojos vista, esta imagen no se ajusta a la realidad. Chile no cayó en una recesión, una predicción que muchos economistas y el propio mercado formulaban semanas antes que expirara el año 2023, sin que nadie se haga cargo seis meses después. Es más: los pronósticos de crecimiento para Chile en 2025 van al alza, a lo que se suma el elevado precio del cobre. Es cierto, el desempleo (ronda en torno al 8,5%) es un problema, y algo nos dice acerca de los fundamentos de la economía chilena y de su productividad: pero no basta para generar una representación catastrofista del país.

Tanto el presidente Boric como el ministro de Hacienda Mario Marcel lo han dicho y explicado hasta el cansancio, acusando un prejuicio hacia este gobierno. Pero no hay caso: el empresariado y los partidos de derecha no les creen, reproduciendo día tras día la desconfianza entre unos y otros.

Lo grave es que, de no mediar cambios de conducta y algún tipo de ánimo cooperativo que permitan deponer la hostilidad, esta desconfianza seguirá corroyendo a la vida política, ante un pueblo que no solo no la entiende, sino que desprecia a parlamentarios y partidos por igual, sin discriminar si es proclive al gobierno o si es opositor.

No perdamos de vista que los partidos y el Congreso sólo concitan el 1% de confianza según la última encuesta Bicentenario de la Universidad Católica. Lo singular es que, si el mundo político chileno produce tanta desconfianza, vaya paradoja que se sume a ella la desconfianza entre quienes habitan ese mundo. Así las cosas, la desconfianza sigue allí. Cada batalla política que es protagonizada por diputados discurre como si todos los chilenos estuviesen experimentando el mismo fervor.

Hay algo muy inquietante en la política chilena: un componente tóxico que también se observa en la política española, francesa y alemana. Nadie sabe cómo salir de este nefasto estado del mundo.

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