La olímpica caída de Chile repite todas las pesadillas
El nuevo encargado de reformular los procesos formativos en las selecciones apeló a argumentos históricos para justificar otro fracaso a nivel internacional. El calor, las canchas, los arbitrajes y, sobre todo, la condición física del jugador chileno
En lo concreto, Chile se quedó fuera de la próxima cita olímpica en una opaca presentación de una selección que prometía recambio. Varios de los menores de 23 años que integraron el equipo tenían experiencia en sus equipos, la preparación —comenzada por Eduardo Berizzo y culminada por Nicolás Córdova— fue la adecuada y se pensaba que al menos se tendría un afán competitivo en Venezuela.
La derrota inicial ante Perú (que no sumó más puntos en el resto del torneo) y la goleada propinada por Argentina sentenciaron la actuación de una escuadra que apenas saboreó una importante victoria ante el Uruguay de Marcelo Bielsa, el primer triunfo importante de una selección en casi un lustro.
Las razones esgrimidas por el cuerpo técnico para explicar el nuevo fracaso internacional son históricas para nuestro fútbol: malas canchas, arbitrajes cuestionables, demasiado calor y, sobre todo, la precaria condición física de nuestros jugadores. Un argumento más que cuestionable si se considera que los principales éxitos de la selección fueron con el promedio de altura más bajo de los torneos disputados (mundiales, Copa América, Confederaciones) y contra rivales siempre más poderosos en el comparativo físico.
Córdova, recién llegado de un período de aprendizaje en Europa y Qatar, llegó con la idea de mejorar la selección desde el perfil físico, dejando varios jugadores fuera de la convocatoria por sus niveles de grasa o privilegiando a aquellos que podían “mejor interpretar el juego desde el esfuerzo”. La estrategia, como ha ocurrido antes en nuestro fútbol, no dio resultados por problemas de interpretación táctica de los jugadores, que deslizaron críticas en ese sentido.
El planteamiento de Chile frente a Perú fue radicalmente equivocado, el cuadro se derrumbó ante Argentina en los momentos claves y en la solitaria victoria ante Uruguay, se apegó a un libreto pragmático, que interpretó sin presiones.
Tras 24 años sin asistir a los Juegos Olímpicos y a más de 15 años de competir adecuadamente en un sudamericano de menores, Chile enfrenta el desafío de armar una escuadra competitiva para el Mundial sub 20 del próximo año, donde será anfitrión. La mirada pesimista sobre el trabajo de los clubes, el ordenamiento dirigencial y el talento de nuestros jugadores dice que superar los ripios será imposible en el año que resta a la cita. Y que los diagnósticos desalentadores se repiten uno tras otro en los últimos años, sin que aparezca —ni en Chile ni desde el extranjero— una voz de liderazgo que sepa capitalizar las pocas ventajas que siguen existiendo.
Desolador panorama para un fútbol que se estanca en su pobreza y que jornada a jornada demuestra que la capacidad competitiva es cada vez más escasa. Por eso el desafío de Ricardo Gareca, nuevo técnico del seleccionado mayor, es enorme y complicado, y su búsqueda de un referente nacional para que lo acompañe en esa tarea cada vez más complejo.
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