Opinión

La penúltima oportunidad

No es un momento para timideces. Es la oportunidad de recomponer la agenda política: de incorporar las urgencias del país al primer plano, sin apostarlo todo a la cuestión catalana

El rey Felipe VI, durante su discurso de Navidad.EFE

Uno de los discursos más anodinos del rey Felipe VI ha merecido amplios elogios de la clase política y mediática con la única excepción de algunas voces del independentismo catalán. Fue un discurso entre el quiero y el no puedo, que es condición de la palabra monárquica, porque, en democracia, el Rey pinta mucho pero decide poco. Incluso Podemos ha querido apuntarse al coro de aplausos al ver, en palabras de Echenique, “un mejor olfato” del monarca y una voluntad de “rectificar y moderar” su posición. Creo que este afán de apuntalar al monarca, desde posiciones diversas y con motivaciones dist...

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Uno de los discursos más anodinos del rey Felipe VI ha merecido amplios elogios de la clase política y mediática con la única excepción de algunas voces del independentismo catalán. Fue un discurso entre el quiero y el no puedo, que es condición de la palabra monárquica, porque, en democracia, el Rey pinta mucho pero decide poco. Incluso Podemos ha querido apuntarse al coro de aplausos al ver, en palabras de Echenique, “un mejor olfato” del monarca y una voluntad de “rectificar y moderar” su posición. Creo que este afán de apuntalar al monarca, desde posiciones diversas y con motivaciones distintas tiene carácter indiciario. Es expresión de una ya innegable sensación de crisis del régimen político y la constatación de una cierta vulnerabilidad del monarca. Y al mismo tiempo forma parte de las múltiples cortinas de humo para evitar ir al fondo de las cosas. Elogiar al Rey es una manera de afirmar que la Constitución no se toca y que no hay espacio para reformas que permiten romper las inercias que nos han llevado al estancamiento actual. Y no es casualidad que los elogios al Rey llegan en un momento de prolongado y sonoro silencio del presidente del gobierno, que transmite el peor de los síntomas: falta de confianza y seguridad en un momento decisivo.

Europa avisa y recuerda que la Unión Europea es resultado de múltiples cesiones de soberanía (también judicial), el independentismo se agrieta, y la derecha vive en plena regresión ideológica, cuando el neoliberalismo más radical se alía y pertrecha en los sectores más reaccionarios, aquí con Vox, en América con Trump y en Brasil con Bolsonaro con amplia satisfacción del mundo del dinero. Y, en este escenario, una izquierda insegura duda ante su gran oportunidad.

Elogiar al Rey es una manera de afirmar que la Constitución no se toca y que no hay espacio para reformas

A la socialdemocracia le cuesta abandonar las complicidades con la derecha a pesar de que han acabado ahogándola; la nueva izquierda, ansiosa de demostrar que esta lista para gobernar está puliendo sus aristas aun a riesgo de perder su valor diferencial; y a la izquierda independentista le cuesta dar el paso. No es un momento para timideces. Es la oportunidad de recomponer la agenda política: de incorporar las urgencias del país al primer plano, sin apostarlo todo a la cuestión catalana y con conciencia clara de que dejar de otorgarle el privilegio de único tema del orden del día es la mejor manera de afrontarla. Porque es necesario que la ciudadanía recupere la sensación de reconocimiento por parte de los que gobiernan, porque la disgregación de la derecha es una gran oportunidad para evitar el triunfo del nacionalismo retrógrado en una dialéctica de confrontación patriótica, y porque la cuestión catalana no puede servir eternamente como coartada para aplazar las urgencias del presente. Y si la izquierda no da un paso firme nos podemos encontrar en pocos meses que sea la conflictividad económica y social la que ocupa la calle. Y no está Cataluña exenta de este riesgo: el independentismo catalán, con su monotemática gobernanza, está haciendo méritos para ser desbordado por la cuestión social.

Las negociaciones para formar gobierno se alargan. Las prisas son malas consejeras, pero las ralentizaciones son indicativas de inseguridad, de temor al qué dirán, de falta de convicción y de autoridad para dar los pasos necesarios. Entiendo que cada parte tiene que proteger su imagen y llevarla a puerto con un saldo favorable, pero lo que hay que hacer hazlo pronto, porque si no se corre el riesgo de no hacerlo nunca. Y, en este caso, el fracaso podría tener costes muy elevados para sus actores.

Las ralentizaciones indican inseguridad, de temor al qué dirán, de falta de convicción y de autoridad
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La democracia liberal está amenazada. Y si la izquierda no es capaz de construir un nuevo orden de prioridades, las experiencias autoritarias (avaladas por el neoliberalismo) que asoman por todas partes, se consolidarán como vías para mantener encuadrada a la sociedad de las desigualdades descomunales en la que estamos metidos. Cambiar la agenda de prioridades es también una manera de ampliar el terreno de juego del conflicto catalán sacándolo de la lógica binaria. Las incógnitas y debilidades son muchas: empezando por la volátil figura de Sánchez y siguiendo por las dificultades de volver a la normalidad democrática después de que el equilibrio de poderes se haya roto en beneficio del judicial. Solo demostrándole a la ciudadanía que la política tiene vida más allá del problema catalán, será posible encauzar esta cuestión. Devolverla, precisamente, al marco de la política del que nunca debió salir.

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