Opinión

Paso a paso con los reaccionarios de izquierda

El independentismo tiene fuerza, mucha fuerza, pero ni mucho menos llega a tener la suficiente como para alcanzar de inmediato sus objetivos últimos ni para exigir un diálogo sobre tal cuestión

Gabrilel Rufián, Marta Vilalta y Joan Josep Nuet, en ERC.Toni Albir (EFE)

En las elecciones generales del pasado domingo, los partidos separatistas han obtenido en Cataluña 1.600.000 votos, un 39,2 % del total, un excelente resultado, el mejor en este tipo de comicios desde los inicios de nuestra democracia. Ha sido, además, especialmente bueno para ERC, que ha desbancado claramente al PDECat, ...

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En las elecciones generales del pasado domingo, los partidos separatistas han obtenido en Cataluña 1.600.000 votos, un 39,2 % del total, un excelente resultado, el mejor en este tipo de comicios desde los inicios de nuestra democracia. Ha sido, además, especialmente bueno para ERC, que ha desbancado claramente al PDECat, el partido de Puigdemont y de Torra (y de Artur Mas), lo cual debilita claramente al gobierno de la Generalitat, tanto al de Waterloo como al de la Plaça de Sant Jaume. Quizás los mismos “indepes” están ya un poco hartos de las payasadas de Puigdemont y su corte de los milagros, les parece más consistente la impasible esfinge de Junqueras en el juicio que se celebra en Las Salesas.

Sin embargo, este buen resultado está muy y muy lejos de haberse convertido en aquella apabullante voluntad popular, pongamos dos terceras partes del electorado, un 66%, que empezaría a demandar soluciones drásticas y excepcionales, dentro de la Constitución, para solucionarlo. Pensemos que han acudido a votar alrededor un total de 4.150.000 ciudadanos catalanes, del millón seiscientos mil independentistas a estos cuatro millones largos, queda un largo trecho por recorrer. En definitiva, el independentismo tiene fuerza, mucha fuerza, pero ni mucho menos llega a tener la suficiente como para alcanzar de inmediato sus objetivos últimos ni para exigir un diálogo sobre tal cuestión. Sin embargo, tal como van las cosas, paso a paso todo se andará.

Además, esta fuerza proviene de distintos factores, no todos debidos a la ideología nacionalista, es decir, a la consciencia de ser una nación identitaria que debe constituirse en Estado. En efecto, el separatismo ha ido aumentando por capas superpuestas de muy distinta naturaleza. En el principio era el nacionalismo identitario en sentido puro, tan misteriosamente explicado por Jordi Pujol: som una nació, som un sol poble, som el que som, tenim voluntat de ser… Metafísica nacional.

El nacionalismo catalán entonces estaba en construcción y los que no participaban de tan magna obra arquitectónica, principalmente los partidos de izquierdas, se mostraban miopes y hasta ciegos al no verlo. Pujol, más inteligente, seguía con su idea, con su gran idea, fija y profética: utilizaba la televisión, los periódicos, la escuela, creaba asociaciones para controlarlas, también controlaba a las demás, lo sabía todo de todos. La burguesía catalana babeaba ante un tan gran político, en Madrid alababan su altura de hombre de Estado y quedaban perplejos cuando les respondías con ironía: “hombre destructor del Estado… querrás decir”.

Pero este nacionalismo ideológico apenas despegaba, el vuelo no llegaba a coger altura. Empezó a remontar durante los preparativos del cambio de Estatuto, poco después del año 2.000, con la inapreciable colaboración del PSC y de Iniciativa, siempre acomplejados en la cuestión catalana y con muchas ganas de tocar poder. El mensaje que se trasmitió era que la autonomía catalana era insuficiente y había que ir a más: no sabían como hacerlo, tal como se demostró, pero se estaba plantando la semilla de la discordia, la semilla del diablo.

Allí empezó la estrategia para aumentar el número de independentistas: España nos roba, el TC está democráticamente deslegitimado para anular preceptos de un Estatut, el derecho a decidir, básico y fundamental, se ejerce mediante un referéndum convocado por la Generalitat, los meses negros de septiembre y octubre de 2017, el 1 de octubre como muestra del carácter represivo del Estado español, el juicio de los presos políticos… Mentiras y más mentiras. Todas grandes mentiras, pero que han ido añadiendo capas al independentismo, sumando votos por razones muy distintas al nacionalismo en sentido estricto. Los “victimistas” tienen ahora muchas más “razones” para votar al independentismo que hace veinte años. Y seguirán, porque pronto llegará la sentencia y se convocarán inmediatamente elecciones autonómicas.

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En definitiva, el independentismo es fuerte pero no lo suficiente, el unionismo es aún fuerte pero su debilidad consiste en que va reculando y más lo hará todavía cuando los socialistas catalanes, en su función de colaboradores necesarios, se avengan, como siempre han hecho, a colaborar con los independentistas bajo la excusa de que se debe formar un gobierno de izquierdas con ERC y los Comunes. Es el clásico ejemplo de lo que tan bien nos explica Félix Ovejero en su reciente libro La deriva reaccionaria de la izquierda, un éxito de ventas. Reaccionarios de izquierda, revolucionarios de derecha. La confusión nacional y universal.

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