Opinión

Deseos para la campaña

Debemos ser capaces de encarar el debate público del ciclo electoral prescindiendo no tanto de los contenidos vinculados a la cuestión territorial, pero sí de su sobredimensionamiento

El president del PP, Pablo Casado y la candidata por Barcelona, Cayetana Alvarez de ToledoAlbert Garcia (EL PAÍS)

Probablemente sea muy difícil de hacer. Entre la futbolización del juicio a los líderes independentistas (narrados por periódicos y televisiones como si fuera la Copa del Mundo), las extravagancias peligrosas de Torra que demuestra no entender cuáles son las funciones de una institución en un país democrático y el hambre de conflicto de una derecha trina pero toda ella aznarista, será difícil apartar un poco el procés del debate político. Y sin embargo, parece extremadamente necesario. Diría más: inaplazable. Ello no significa que todas no seamos conscientes de que hay un pro...

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Probablemente sea muy difícil de hacer. Entre la futbolización del juicio a los líderes independentistas (narrados por periódicos y televisiones como si fuera la Copa del Mundo), las extravagancias peligrosas de Torra que demuestra no entender cuáles son las funciones de una institución en un país democrático y el hambre de conflicto de una derecha trina pero toda ella aznarista, será difícil apartar un poco el procés del debate político. Y sin embargo, parece extremadamente necesario. Diría más: inaplazable. Ello no significa que todas no seamos conscientes de que hay un problema territorial que atender y de que habrá que encontrar caminos para reconstruir una convivencia (en primer lugar dentro de Cataluña y en segundo lugar entre una parte significativa de la ciudadanía catalana y las instituciones españolas) que en los últimos años se ha visto sometida a una prueba de estrés considerable.

Pero el lenguaje y el planteamiento al que nos ha precipitado el fenómeno que se ha acabado denominando procés dificulta sobremanera enfrentarse a estos problemas y sobre todo a unos cuantos que parecen a todas luces ser más importantes. Los grandes retos sociales y económicos que tiene el país (¿nos enfrentaremos a esta tan cacareada salida de la crisis con más redistribución o seguirá la tónica regresiva? ¿Cómo se repensará un sistema productivo que se demostró extremadamente expuesto a los vientos de la especulación?), el futuro en el nuevo mapa europeo que se está dibujando (piénsese en el acuerdo entre Italia y China firmado ahora hace unos días), la superación de una brecha generacional que acaba manifestándose en forma de desigualdad: ninguna de estas grandes cuestiones se podrá abordar de forma productiva si no se dejan de lado ciertos automatismos que se han consolidado en torno al llamado monotema. No tanto o no sólo porque en las guerras de banderas la tela acaba tapando una infinidad de otras cosas, sino básicamente porque a lo largo de los años (y de forma comprensible: está pasando en otros países con otros temas) el procés parece haber funcionado como un poderoso mecanismo de despolitización de masa, en la medida en que ha reducido la complejidad de las lecturas de la realidad. También ha reducido la capacidad de intervenir en ella saliendo de una lógica de confrontación ligada a una sola cuestión, y además de manera enconada y totalizante.

Por otra parte ha copado el debate vertebrándolo en torno a una cuestión —la posible construcción de un estado-nación nuevo fruto de la separación de una parte del territorio—, que no deja de ser una batalla en cierta manera nostálgica. No se puede negar que todavía los estados-nación tradicionales tengan poder, pero tampoco que cada vez más se hacen evidentes todos sus límites como respuesta viable a una realidad económica, social y cultural que sabe bien poco de las antiguas fronteras. El Brexit está siendo una prueba evidente de ello. En este sentido, el procés nos hizo más conservadoras a todas (a las personas que han manifestado su voluntad de crear un estado independiente y también a las que creemos que es todo menos una buena idea) en el momento en que nos ha recluido en un debate caducado políticamente pero capaz de activar una confrontación que es capaz de convocar miedos y desconfianzas antiguas pero que se vehicula de maravilla en la modernidad de las redes sociales.

Por todo ello el deseo es que seamos capaces todas de encarar el debate público del ciclo electoral que nos viene encima prescindiendo no tanto de los contenidos vinculados a la cuestión territorial (el problema existe y no tendría ningún sentido pensar que si no se menciona desaparece), pero sí de su sobredimensionamiento y de la manera en que ésta ha afectado al debate político en los últimos años.

Seguramente —se decía— será difícil. Ha sido y es para muchos partidos de bien distinta orientación, una munición electoral que se ha demostrado efectiva, y sobre todo, presuntamente barata. Y, sin embargo podría haber alguna que otra sorpresa. No tanto o no sólo por un hastío cada vez más evidente, sino porque a diferencia de lo que muchos estrategas electorales han creído, la ciudadanía tiene más sentido común de lo que se le atribuye y podría ya haber superado la monodimensionalidad del procés y estar en otros y más diversos debates.

Paola Lo Cascio es historiadora y politóloga

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