Opinión

Entre líneas

No hace falta que políticos y servidores de la ‘res publica’ nos hablen tan claro, por favor, no estamos en la escuela de su niñez

Imagen de 'Designated Survivor'.netflix

A menudo me visita Manuel Vázquez Montalbán. No suelo traerlo a colación por no arrimarme a su ascua, sería un exceso de aquello de "a quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija" y servidora semejaría (así lo pensaría de cualquier otro que lo hiciera) una aprovechada del árbol y de su sombra. Pero hoy, mientras escribo, lunes 1 de octubre, sí, lo convoco. Con él aprendí el bolero de leer entre líneas en la prensa durante el franquismo y, después, a completar sus metáforas y analogías, las complicidades que establecía con el lector, en sus argumentaciones y parodias periodísticas. Qué t...

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A menudo me visita Manuel Vázquez Montalbán. No suelo traerlo a colación por no arrimarme a su ascua, sería un exceso de aquello de "a quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija" y servidora semejaría (así lo pensaría de cualquier otro que lo hiciera) una aprovechada del árbol y de su sombra. Pero hoy, mientras escribo, lunes 1 de octubre, sí, lo convoco. Con él aprendí el bolero de leer entre líneas en la prensa durante el franquismo y, después, a completar sus metáforas y analogías, las complicidades que establecía con el lector, en sus argumentaciones y parodias periodísticas. Qué tiempos.

Y estos. Leer entre líneas, escuchar entre los tonos y maneras de quienes nos hablan por la tele, al parecer es una antigualla. ¿Quién sabe hoy hablar entre líneas? Para que usted y yo podamos leer o escuchar entre líneas es preciso que quien habla sepa hacerlo. No lo sabe la ministra Delgado. Dijo Wyoming y lo suscribo: "¡Qué carácter!". Quin gènit, en catalán. La ministra necesita más compol (comunicación política, en abreviatura norteamericana cada vez más adoptada en las facultades de Publicidad y Relaciones Públicas). Desconoce que la cámara lo amplifica todo, todo, todo, y que, al tiempo, no miente.

Tampoco lo sabían los mandos de los dispositivos policiales destacados el Uno de Octubre del año pasado en Cataluña, no pensaron hasta qué punto se viralizarían las imágenes y formarían parte del espectáculo audiovisual en todo el planeta. Como profesora de Comunicación Audiovisual asisto con perplejidad y pasmo a este fracaso de la pedagogía audiovisual que los profesores queremos creer que la ciudadanía conoce y tienen presente muy en particular políticos y servidores públicos. La cámara amplifica (también el sonido) pero no miente. Pero a lo visto y oído, pocos lo saben en el ruedo ibérico de la res publica.

Tampoco lo sabe el presidente Torra, anunciando por la tele en su discurso de hace unas semanas la “movilización permanente”, como si fuera Trotsky y no recordara el piolet que le clavó el compatriota Ramón Mercader. Qué decir de sus palabras a los CDR este lunes. Si estás al caso, Manolo, donde sea que estés, te habrás echado de nuevo al avión y puede que te hayas bajado de él en Bangkok, donde los pájaros, de nuevo. Te evitas así (aunque disfrutarías) oír a la ministra Celáa, a quien solo le falta la regla de pegar a los alumnos en la escuela primaria de la prehistoria. Te ahorras también ver a la vicepresidenta Artadi (la de imágenes que te suscitaría) tratando de tú a una Lídia Heredia que se dirige a ella en todo momento de usted, señora Artadi. Tu elegancia poética agradecería, en cambio, el buen estar y saber hablar, en el Parlament, este martes, de la alcaldesa Marta Madrenas. Fan de Puigdemont, sí. Que sabe.

Estos días estoy viendo la serie Sucesor designado, en original Designated Survivor, que distribuye Netflix. Parte de esta hipótesis: ¿Qué debe suceder para tener un presidente honesto y un equipo presidencial decente? Que desparezca todo. Que sean destruidos: el Capitolio al completo con el gobierno, el congreso y el senado dentro. No queda nadie tras el atentado, mueren cerca de mil personas. Luego aparecerá un congresista vivo bajo las ruinas, pero, vaya, poco importa aquí por qué está vivo, lo significativo de esta historia es la idea central de que para que surja un hombre honesto que dirija el país hay que terminar con todo. La interpretación de Kiefer Sutherland como presidente Tom Kirkman, arquitecto, sin partido político (es un independiente) es de antología: debe transmitir honestidad durante tantas horas como dura la serie, y lo consigue. Su compol -su excelente y joven equipo sabe mucho de eso-es de categoría. Claro que la serie es una utopía dentro del género audiovisual de "historias de la Casa Blanca". Acotación: no contiene ni gota de machismo ni tampoco de lo que con mayor o menor fortuna llamamos buenismo feminista.

También recuerdo a menudo a Henri Cartier-Bresson, poeta y filósofo de la cámara. Para lograr la imagen que crees necesaria y única, decía, es preciso que estén alineados la cabeza, el ojo y el corazón cuando vas a disparar (la cámara, ojo). No al revés. No debes partir del corazón. Lo más normal, si así lo hicieras, es que te salga una imagen podrida. Una imagen, en lo que aquí hablamos, demasiado elocuente de ti. No hace falta que nos hablen tan claro, por favor, no estamos en la escuela de su niñez. O quizá sí, no lo sé, tal vez sea bueno que no sepan comunicar. Otra cosa es qué hacemos con todo eso.

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Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.

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