Mapa para los últimos versos

Vicenç Altaió y Josep Maria Sala-Valldaura ofrecen una muesta antológica con 232 poetas desde el Mayo del 68 hasta hoy en ‘Mig segle de poesía catalana'

Enric Cassasses (izquierda), Susanna Rafart y Josep Pedrals.

La poesía catalana “nunca había gozado de una plenitud tan alta, por número, variaciones estéticas, presencia geográfica, traducciones, colecciones editoriales, repercusión social…”, enumera el poeta y agitador cultural Vicenç Altaió (1954). “Es un buen momento por ser un mal momento social: la poesía se alimenta del detritus, de los quebraderos de cabeza que esas circunstancias generan en un individuo”, apuntala el también poeta y catedrático de Literatura Josep Maria Sala-Valldaura (1947). Un mapa para saber cómo se ha llegado hasta ahí desde los últimos 50 años es lo que han pretendido conf...

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La poesía catalana “nunca había gozado de una plenitud tan alta, por número, variaciones estéticas, presencia geográfica, traducciones, colecciones editoriales, repercusión social…”, enumera el poeta y agitador cultural Vicenç Altaió (1954). “Es un buen momento por ser un mal momento social: la poesía se alimenta del detritus, de los quebraderos de cabeza que esas circunstancias generan en un individuo”, apuntala el también poeta y catedrático de Literatura Josep Maria Sala-Valldaura (1947). Un mapa para saber cómo se ha llegado hasta ahí desde los últimos 50 años es lo que han pretendido confeccionar ambos con Mig segle de poesia catalana. Del maig de 68 al 2018(Proa), 498 páginas a caballo entre una muestra —“brinda un panorama estético completo, sin partidismos”— y una antología, con 232 poemas de otros tantos bardos.

Altaió y Sala-Valldaura son cartógrafos veteranos del verso: en 1980 ya publicaron Les darreres tendències de la poesia catalana (1968-1979), que “plantaba cara a la antología programática que lanzaron Joaquim Molas y Josep Maria Castellet en 1963, donde había la intermediación del espacio social, del realismo”. Afirman que en la actual tampoco están “instrumentalizados por cuestiones sociopolíticas: hubiera sido fácil adjetivar el dato de 2018 con, por ejemplo, Primavera, pero el contenido está al margen” y tampoco se han incluido ellos mismos. Pero sí pesa, y mucho, el corte: la fecha de nacimiento de 1940 ha sido el requisito para la admisión, lo que provoca dolorosas ausencias, como las de los influyentes Feliu Formosa, Màrius Sampere, Francesc Garriga, Albert Ràfols-Casamada o Joan Margarit, entre otros.

Bajo esa premisa, el libro se divide en tres partes, la última con algunas reflexiones de especialistas, con ópticas muy distintas, que han alimentado las tesis de los antólogos, mientras el núcleo central del volumen son los 232 poemas/poetas.

La aportación que, como pretenden sus autores, hará susceptible su análisis académico está en la primera parte del libro, 26 páginas que exponen los ejes de la evolución de la poesía catalana desde 1968. Altaió y Sala-Valldaura parten de un concepto generacional, a partir de tres bloques. El primero es el que han bautizado como “Generació de la revolta”, la que empieza a publicar a partir de 1968 y que se cerraría a finales de los 70. Ahí, con 80 nombres de autores nacidos entre 1940 y 1958 y ordenados por su onomástica (de Carles Santos a Andreu Vidal, pasando por Pere Gimferrer, Enric Casasses o Perejaume), se reúnen los que sucedieron a los del ya decadente realismo. Nacidos en la posguerra, siguen reivindicando un catalán que no estudiaron; mantienen, pues, el compromiso cívico y lingüístico y de Països Catalans. Jugaron con la poesía visual y el happening y apuntaron a la naciente posmodernidad. El pulso entre los sellos Llibres del Mall y Quaderns Crema y la reivindicación de Foix o Brossa por su vanguardia representaría literariamente a un grupo que tendría su referencia histórica, según los antólogos, en el Mayo del 68, pespunteado por el movimiento hippie.

Como “Generació de la normalització” (nacidos entre 1959-1979), la que tiene su simbólico episodio histórico en la caída del Muro de Berlín, entienden los autores que son los que estallaron a partir de 1978, hijos de la primera globalización, los que gozaron ya de cierta normalización del catalán en la escuela, que tuvieron mayor presencia pública influidos por el auge de la cultura-espectáculo, pecaron de cierto “individualismo que a veces concluye con versos de escepticismo moral” y donde el lirismo y “una menor carga ideológica” bañan sus composiciones. La reivindicación de Josep Carner o el nacimiento del grupo Els Imparables serían las coordenadas literarias de 88 poetas, de David Castillo a Sebastià Alzamora, pasando por Susanna Rafart o Manuel Forcano.

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Cierra el estudio la “Generació de la insurrecció” (nacidos entre 1975-1997), víctimas del resquebrajamiento del estado del bienestar, marcados por la caída de las Torres Gemelas y la crisis global, lo que genera desencanto y desconfianza que puede reseguirse en sus versos, que ahora tienen, amén de un regusto más “subjetivo y despoetizado”, una dimensión oral o parateatral a veces más importante que la escrita. No hay mucha ironía y sí cierta presencia del concepto muerte en la obra de estos 64 escogidos (Carles Rebassa, Josep Pedrals, Eduard Escoffet…), que acaban con el desagravio histórico de las mujeres como exóticas (Núria Martínez-Vernis, Maria Cabrera, Àngels Gregori…), ahora ya “mayoritarias”.

Una de las tesis centrales de Altaió y Sala-Valldaura es que, en literatura, una corriente no fagocita a la otra, no se dan cortes bruscos. Les avala dos coincidencias entre el primer y el tercer grupo: hoy, como entonces, muchos poetas son, a su vez, pequeños editores, punta de lanza de la poética catalana actual; y, además, reivindican a veteranos de la primera, como Casasses, Maria-Mercè Marçal, Sampere o Joan Vinyoli. “Las generaciones sólo son carreteras para avanzar por el mapa”, dice Sala-Valldaura. Y las carreteras, muchas veces, se cruzan.

Seleccionadores “temerarios” que trabajaron en secreto

"Hemos leído miles de libros; de cada autor, todo, incluso poemas en revistas o recitados en teatros; si no nos gustaba a los dos, el poeta no era seleccionado", desvela Vicenç Altaió el sistema de elección de los integrantes de Mig segle de poesia catalana que pactó con Josep Maria Sala-Valldaura. Elegido el bardo en cuestión, "cada uno escogía tres poemas suyos, de los que nos quedábamos con uno y habitualmente coincidíamos mucho: como a mí me gusta lo oscuro y a él lo etnolingüístico, era fácil encontrar un poema que reuniera ambos aspectos", dice Altaió. Sala-Valldaura autocalifica el tándem de "temerarios: hemos ido más allá de lo prudente, incluyendo autores muy coetáneos". Así, el último representado en la antología es el veinteañero Guillem Gavaldà, nacido en Cerdanyola del Vallès en 1997. También es osada la decisión de reducir todos los autores a un solo poema, con el que buscaban "por un lado, que no hubiese jerarquías por el número y, luego, un equilibrio entre algo que lo representara bien y el relato que vamos explicando, como si el libro fuera una voz colectiva, el libro como sujeto colectivo de la poesía catalana", resume Altaió. Para que no hubiera interferencias ni presiones de ningún tipo, mantuvieron en secreto su labor antológica. "El 99% nos dieron su confianza... y el 1% al final está ahí", resumen.

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