Crónica

Tarde con el explorador

Eudald Carbonell cautiva a una clase de adolescentes con sus consejos vitales

Eudald Carbonell en el colegio barcelonés L'Horitzó.Joan Sanchez (EL PAÍS)

Nunca quise ser exploradora, pero escuchando a Eudald Carbonell (Girona, 1953) me doy cuenta de que es una profesión de sabios. Su sombrero marrón se asoma por la pequeña pantalla del interfono de la escuela. Llega puntual a la cita. Mientras sube las escaleras lo busco rápidamente en Twitter, quiero saber lo último que ha publicado. Su último mensaje es de noviembre de 2015 para anunciar la suspensión temporal de su presencia. Quería pensar. Me cuenta que ahora prefiere Instagram, que nos movemos hacia una inteligencia ic...

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Nunca quise ser exploradora, pero escuchando a Eudald Carbonell (Girona, 1953) me doy cuenta de que es una profesión de sabios. Su sombrero marrón se asoma por la pequeña pantalla del interfono de la escuela. Llega puntual a la cita. Mientras sube las escaleras lo busco rápidamente en Twitter, quiero saber lo último que ha publicado. Su último mensaje es de noviembre de 2015 para anunciar la suspensión temporal de su presencia. Quería pensar. Me cuenta que ahora prefiere Instagram, que nos movemos hacia una inteligencia icónica, que funcionaremos mucho más por la vista, “una forma de pensar”. Insiste mucho en esta idea: “Pensar antes de tomar decisiones”.Hoy, el día de la muerte de Stephen Hawking, Carbonell tiene que dar una charla a estudiantes de la ESO, adolescentes de entre 12 y 16 años, del colegio barcelonés L'Horitzó, que cumple 50 años. Carbonell hace 40 que empezó a explorar en Atapuerca. Antes, mucho antes, con solo cuatro años y medio, montó su primera colección de fósiles. Se lo cuenta a los chavales, muy atentos. “La mañana es el mejor momento para pensar, porque luego haces muchas cosas”, les cuenta. “Si no pensamos, no somos personas. Lo más importante en la vida es el conocimiento, y que sea de todos y para todos. La vida tiene un recorrido y durante este tiempo lo que tienes que aprender es a ser tú”.

Carbonell deja que los chavales se expresen. Les pregunta quién quiere ser explorador. Solo cuatro levantan tímidamente la mano. “Yo soy explorador por vocación. Los fósiles nos sirven para saber qué tiene que pasar, lo hacemos para saber cómo tienen que ser los humanos en el futuro. Si volviera a vivir, haría otra cosa porque no me gusta repetir". ¿Y que sería Carbonell? Genetista. Caras de sorpresa en la sala. Nadie se atreve a preguntar qué es un genetista.

La segunda cuestión no es menos directa: ¿Se cobra bien en su oficio? El arqueólogo y catedrático de prehistoria deja claro que el dinero es importante, pero no lo es todo: “El trabajo nos permite tener dinero para vivir. Si no podemos vivir, tampoco podemos pensar. Una vocación no debe tener en cuenta solo el dinero”. Otra pregunta muy actual, ¿en su profesión hay más hombres o mujeres? “En el 88, cuando fui de Madrid a Tarragona a trabajar, en mi clase el 80% eran hombres. Ahora, en el equipo de Atapuerca, hay más mujeres que hombres”. ¿Y cómo es su día en un yacimiento? “Normalmente, nos levantamos a las siete en el yacimiento, desayunamos y nos ponemos a trabajar en una de las cuadrículas. Hacia las cuatro se para, se come y se va al laboratorio para limpiar todo lo obtenido, se hace inventario y se estudia. Pero también vivimos en condiciones difíciles, en lugares de África donde no hay una estructura organizada”.

Hablamos de la carga de trabajo. ¿Qué es lo que le lleva a seguir? “Por la expectativa de descubrir algo. Descubrir es lo más bonito que le puede pasar a una persona; recuerdo cuando descubrimos el antecessor y pusimos el nombre a una especie; no es solo la sensación de que científicamente estás haciendo algo bien, sino que personalmente te hace sentir muy humano. El día a día, que es lo más importante en la vida de todos, suele ser bastante aburrido. Pueden pasar tres meses, tres años, pero al cuarto encuentras algo o realizas una buena publicación y automáticamente haces que ese día a día resulte interesante”. Y así ha sido su vida. Carbonell cuenta que ha encontrado muchos esqueletos en su camino, muchísimos, pero lo importante no es el número sino la época. “Todas las especies que vivieron en el mundo las hemos encontrado en Atapuerca”.

Pero lo que más sorprende al auditorio es su determinación al afirmar que no hay nada importante descubierto. “Queda mucho por explorar. No se ha descubierto prácticamente nada. Fijaos en las pirámides, ahora sabemos que la más grande del mundo está en Sudamérica”.

Carbonell vive en Burgos y tiene un hijo de 7 años. “Soy un padre-abuelo”, bromea. Ha viajado por decenas de países. En 2009 recibió el Premio Nacional de Cultura. Acaba de publicar con National Geographic Atapuerca: 40 años de historia. Cuenta apasionado cómo caminamos hacia un ser humano con el cerebro más pequeño, que la cabeza se reducirá, pero la estatura se mantendrá y las extremidades inferiores sufrirán pequeños cambios.

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Si ahora, 60 minutos después, hubiera preguntado quién quiere ser explorador, las manos levantadas habrían sido muchas más. “Descubrir qué queremos ser es un trabajo muy importante”, les dice. Acaba la sesión y todos corren a hacerse fotos con Carbonell, incluidos los profesores. Pero unos cuantos alumnos, los que tengo más cerca, me preguntan quién soy y qué hago escribiendo con una letra “enorme que no se entiende nada”. Les cuento que soy periodista y enloquecen. Ni preguntan qué se gana. Ellos tienen sus planes: Heura quiere ser médico; Rita, bailarina; Anna, científica, y Enric, tecnólogo. Todos me prometen entre sonrisas que hoy se comprarán el diario para leer lo que cuento del explorador.

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