Opinión

Astucia y democracia en días históricos

¡Cuántos días históricos! Su secreto está en la astucia y en la radicalidad democrática, en dosis adecuadas

Cuántos días históricos! No caben las fotos en el álbum. No sabemos el final, pero la secuencia ya es gloriosa en imágenes y titulares. El mundo nos mira. La historia nos convoca. Las jornadas salen emotivas y radiantes con pasmosa exactitud y precisión. Los acontecimientos surgen de la cadena de producción como mojones monumentales que marcan el futuro. Las declaraciones y documentos, leyes y decretos, con sus firmas y rúbricas, y sus correspondientes glosas y epinicios, conforman ya un archivo monumental en el que la historia se escribe a medida que se hace.

Es una maravilla posmodern...

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Cuántos días históricos! No caben las fotos en el álbum. No sabemos el final, pero la secuencia ya es gloriosa en imágenes y titulares. El mundo nos mira. La historia nos convoca. Las jornadas salen emotivas y radiantes con pasmosa exactitud y precisión. Los acontecimientos surgen de la cadena de producción como mojones monumentales que marcan el futuro. Las declaraciones y documentos, leyes y decretos, con sus firmas y rúbricas, y sus correspondientes glosas y epinicios, conforman ya un archivo monumental en el que la historia se escribe a medida que se hace.

Es una maravilla posmoderna que sorprendería a cualquier filósofo de la historia. Nunca las producciones históricas habían alcanzado tal perfección y efectos tan espectaculares. El nacimiento en directo de una nación independiente, bajo los focos televisivos y con seguimiento de las redes sociales. Hollywood en tamaño real. Catalonia Productions. El show de Truman con un pueblo entero de protagonista. El asombro del mundo. Y todo este cúmulo de acontecimientos extraordinarios e inolvidables, reconozcámoslo, como fruto de dos virtudes esenciales, que encarna Artur Mas, el presidente tenaz y resuelto: son la astucia jurídica y la radicalidad democrática. Sin ambas no habríamos llegado hasta aquí.

La astucia ha proporcionado el ejercicio del derecho de autodeterminación bajo la denominación más ligera y aceptable del inconcreto derecho a decidir, inexistente mundialmente en código legal alguno. La ley de consultas y el decreto de convocatoria responden ambos a la misma astucia: denominar consulta no referendaria a lo que todos, empezando por los medios internacionales, consideran sin duda alguna como un referéndum de autodeterminación sobre la independencia.

También gracias a la astucia, los ciudadanos que votaron en favor de partidos que propugnaban un pacto fiscal como los conciertos vasco y navarro o de un Estado propio dentro de Europa —signifique lo que signifique tan estupenda como críptica expresión—, vieron utilizados sus votos en la configuración de una mayoría parlamentaria en favor de la autodeterminación y la independencia. Fruto asimismo de la astucia fueron las dos preguntas para la celebración de la consulta, pactadas junto a la fecha antes de que existiera la cobertura legal para celebrarla: respecto a la independencia, son como las bolas de billar que le colocaban a Fernando VII, pensadas para los partidarios del triple sí, a la consulta, al estado y al estado independiente.

No hay garantía alguna sobre la celebración efectiva de la consulta, pero lo que es campaña la hemos tenido, larga, intensa y costosa. De hecho, lo único que hemos tenido hasta ahora es campaña, una soberbia y exitosa campaña muy bien coordinada desde arriba y desde abajo, con aportaciones privadas y con presupuestos públicos, con fastos del Tricentenario incluidos y una entera corporación de medios de comunicación, radio y televisión, generosamente pagados por todos los contribuyentes, dedicados a ella en cuerpo y alma, con despliegue de todos los géneros y en todos los horarios. Y lo que ha faltado, en cambio, lo que difícilmente puede haber ahora cuando quedan apenas 40 días para la fecha señalada, es un debate abierto y de altura sobre las ventajas e inconvenientes de la independencia, con posiciones diferenciadas y respeto mutuo entre unos y otros como el que hemos podido seguir en Escocia.

El orden trabucado de los factores es parte de la astucia desde el primer día. Primero la campaña y luego ya veremos si hacemos la consulta. Primero optamos por la independencia y luego ya organizamos el proceso que conduzca a una consulta exitosa. Pero la mayor y las más bella de las astucias —que resume el cambio en el orden de las factores que necesariamente altera el producto— es la inversión de los términos de la reforma constitucional que se necesita para que Cataluña sea reconocida como sujeto político y de ello pueda derivarse el derecho a autodeterminarse, es decir, ser consultada sobre su futuro y sobre sus relaciones con España. La consulta que Artur Mas ha convocado solo sirve para que el Gobierno sepa qué tipo de reforma constitucional tiene que proponer al Gobierno español y no constituye en su enunciado nada más que una enorme encuesta en la que la muestra es idéntica a la población consultada. A partir del resultado, Artur Mas irá a negociar lo que hayan preferido los consultados: la independencia, el incremento de la autonomía en un marco federal o nada. Así los catalanes se habrán autodeterminado sin reformar la Constitución y sin darse cuenta.

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Hay otra historia sin guiones ni productores que transcurre en paralelo a las grandilocuencias del proceso. Artur Mas también la está abordando con astucia, pero con discutible radicalidad democrática. Pudo verlo todo el mundo en la comparecencia de Jordi Pujol en el Parlament de Catalunya, pocas horas antes de la histórica firma de la convocatoria de la consulta y sobre todo en la deferente actitud del portavoz de Convergència, Jordi Turull, hacia el ex presidente, mucho más interesado en controlar a Albert Rivera y Alicia Sánchez Camacho que en conocer la verdad sobre la confesión de un fraude fiscal continuado durante 34 años. Todo muy claro: astucia, siempre; radicalidad democrática, a conveniencia.

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