Delicatessen

Recorrido por los establecimientos barceloneses de alimentos de altísima calidad

Múrria es el prototipo de esta clase de negocio pensado para celebrar las pequeñas o grandes festividades familiares. toni ferragut

La fachada de este establecimiento muestra alguna de las cosas que hicieron grande el modernismo. El colorido cálido, la sugerencia de los volúmenes, el contraste entre materiales como el mármol, el cristal y la madera, la elegancia de las líneas, el orden impoluto de cada botella y de cada lata. Estamos ante un colmado de comestibles que ya elevaba la comida a la categoría de creación gastronómica mucho antes que Barcelona apareciese en todas las guías gourmet del planeta. La tienda modernista de Queviures J. Múrria es el prototipo de esa clase de negocio pensado para celebrar las pequeñas o ...

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La fachada de este establecimiento muestra alguna de las cosas que hicieron grande el modernismo. El colorido cálido, la sugerencia de los volúmenes, el contraste entre materiales como el mármol, el cristal y la madera, la elegancia de las líneas, el orden impoluto de cada botella y de cada lata. Estamos ante un colmado de comestibles que ya elevaba la comida a la categoría de creación gastronómica mucho antes que Barcelona apareciese en todas las guías gourmet del planeta. La tienda modernista de Queviures J. Múrria es el prototipo de esa clase de negocio pensado para celebrar las pequeñas o grandes festividades familiares, darse un capricho o compartirlo con alguien especial. Cuando abrió este comercio en 1898 era un tostadero de café donde se fabricaban barquillos, bautizado como La Puríssima. Así siguió hasta que en 1943 se hizo cargo de él Jaume Múrria, que acababa de independizarse de su socio y deseaba abrir su propio negocio en la calle Roger de Llúria. En poco tiempo ofrecía una larguísima selección de vinos, embutidos, licores, conservas y sobre todo quesos de todas las procedencias, que lo han convertido en uno de los grandes referentes del comercio local.

Múrria ha sido junto a Quílez y Lafuente los tres patriarcas en productos de altísima calidad

Múrria ha sido junto a Quílez y Lafuente uno de los tres patriarcas en productos de altísima calidad. Cuando la tendencia global son las franquicias y los negocios impersonales, aparadores como los suyos nos devuelven un poco de nuestra identidad, forman parte del paisaje sentimental de los barceloneses. Curiosamente, su historia está íntimamente ligada. Justo al terminar la Guerra Civil, Julián Quílez y Jaume Múrria eran socios. Cuando el segundo decidió abrir su propio negocio, Quílez se trasladó a la panadería Vilaseca de la Rambla Catalunya que llevaba en funcionamiento desde 1908, y la transformó en el destino favorito para todos los amantes de la buena mesa. Si su amigo dominaba los quesos, Quílez tuvo fama por su selección de licores y por ser el lugar donde todavía hoy se vende más caviar en toda la ciudad. Sus dieciséis vitrinas, abarrotadas con toda clase de marcas y productos, ha seducido al viandante incapaz de pasar por delante sin echarle un vistazo. Julián Quílez estuvo al frente del negocio hasta 1974, cuando decidió traspasarlo a Andrés Lafuente, propietario de una cadena de colmados que incluyen las famosas tiendas de las calles Juan Sebastián Bach y Ferran. Este último negocio ha sido otro de esos enclaves del sibaritismo barcelonés, el lugar que nos salva de un apuro cuando vamos invitados a una cena, un lugar conocido y familiar en la vorágine turística que invade Ciutat Vella. La tipografía de sus anuncios fue utilizada para los carteles de las fiestas de la Mercé de 2001, y aún se puede encontrar en Internet como un clásico del diseño comercial.

Mantequerías, colmados y charcuterías conforman una lista capaz de abrirle el apetito a cualquier

Fuera de este trío de ases, Barcelona cuenta con grandes establecimientos dedicados a las delicatessen. Quizás la que cuenta con más solera es la mantequería Ravell de la calle Aragó, donde aparte de poder comprar excelentes productos puede uno sentarse a comer. Abierto desde 1929, ha sabido renovarse sin perder su personalidad y atraer nuevos tipos de clientes que buscan probar especialidades como los guisantes de Llavaneres o los huevos con foie. Otro histórico es Queviures Serra en la calle Girona, abierto desde 1895 y con una gran selección de conservas. L’Excellence de la calle Josep Bertrand ofrece mucho más que un colmado, y sirven tapas o tazas de caldo (una exquisitez muy rara en nuestra ciudad). Para vinos y cavas podemos ir a Casa Petit en la calle Comte d’Urgell, y para los amantes del buen queso a la Mantequería Puig de la calle Xuclà, con un dependiente enciclopédico sobre el género que despacha. Para degustar y llevar está Casa Pepe de la calle Balmes, fundada en 1947. O el colmado Semon de la calle Ganduxer, con fama de vender el mejor salmón ahumado de la ciudad. A estos abría que añadir la Mantequeria La Sierra de la calle Aribau, Chez Cocó en la Diagonal, la charcutería La Garriga de Jacinto Benavente, Mantequerías Pirenaicas y Mantequería Tívoli ambas en la calle Muntaner, Tutusaus en Francesc Pérez-Cabrero, la tocinería Subirats en Sepúlveda, o La Teca de la calle Agullers, fundada en 1932 y con una de las mejores cartas de vinos de Barcelona. Y no todo queda en la tradición, de las últimas en llegar disponemos de lugares tan extraordinarios como Mary’s Market del Bulevard Rosa o la Cuina d’en Garriga en Consell de Cent, que esconde un restaurante de gran calidad donde el pan es de la panadería Baluard de la Barceloneta, las butifarras de Cal Rovira o la ternera de Can Deulofeu de Santa Cristina d’Aro. Sin duda una lista capaz de abrirle el apetito a cualquiera.

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