Análisis

Sin ahorro no hay inversión

TOMÁS ONDARRA

Numerosos libros de texto de macroeconomía recogen la evidencia de que países con abundantes recursos naturales suelen tener tasas de crecimiento por debajo de las que experimentan aquellos con menor cantidad de estos activos. Es lo que los economistas denominamos “la maldición de los recursos naturales”, también conocida como la “enfermedad holandesa”.

Las explicaciones que dan cuenta del por qué se produce este fenómeno están relacionadas con los efectos que la explotación de los recursos naturales de un país generan sobre su tipo de cambio, sobre la competitividad o sobre su grado de...

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Numerosos libros de texto de macroeconomía recogen la evidencia de que países con abundantes recursos naturales suelen tener tasas de crecimiento por debajo de las que experimentan aquellos con menor cantidad de estos activos. Es lo que los economistas denominamos “la maldición de los recursos naturales”, también conocida como la “enfermedad holandesa”.

Las explicaciones que dan cuenta del por qué se produce este fenómeno están relacionadas con los efectos que la explotación de los recursos naturales de un país generan sobre su tipo de cambio, sobre la competitividad o sobre su grado de industrialización. Otro argumento habitual es el que afirma que los países ricos en recursos no acaban de diseñar programas de crecimiento sostenibles.

Viene esto a cuento porque, en el caso de muchas comunidades autónomas españolas, la disponibilidad de tierra y la posibilidad de construir en ella han constituido el recurso natural cuya excesiva explotación ha acarreado una maldición en forma de burbuja inmobiliaria.

En la CAV nos libramos inicialmente de los fuertes efectos perversos de la crisis porque no disponíamos del recurso tierra en tanta abundancia. La prolongación en el tiempo de los malos resultados económicos acabó por hacernos mella y en la actualidad precisamos resurgir de tanta destrucción de actividad, de empleo y de riqueza contando con muchas de las fuerzas de las que siempre hemos dispuesto, entre ellas el ahorro familiar y su canalización eficaz hacia la inversión productiva.

En los años 80, y por encargo de la Federación de Cajas de Ahorros Vasco-Navarras (FCVN), varios investigadores del Instituto de Economía Pública (IEP) estudiamos lo que acontecía con el ahorro agregado que había descendido llamativamente —prácticamente a la mitad— en el País Vasco entre 1972 y 1980, tendencia que se mantuvo en el trienio 80-83.

El gran responsable de este descenso era el colapso en el ahorro familiar, que representaba en torno al 40% del ahorro total. Las familias vascas en aquellos años decidieron ahorrar una proporción inferior a su renta, y la FCVN, consciente de que la evolución del ahorro tenía una importancia vital para la salida de la crisis, quiso profundizar en el análisis de los determinantes del ahorro familiar, con la idea de que este conocimiento pudiera ser utilizado para diseñar una política pública de fomento del ahorro.

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También ahora el ahorro familiar está en horas bajas. Este último año ha disminuido en Euskadi. El desplome de las rentas salariales y la destrucción de empleo soportado hacen que vivamos con una restricción presupuestaria más exigente, lo que ha hecho que disminuyan tanto el consumo como el ahorro.

Pero no se trata solo de datos y de evidencias acerca de la menor propensión al ahorro de las familias. Se trata de recordar que el interés por el ahorro como factor de crecimiento parece haber desaparecido de los argumentos utilizados cuando se habla de recuperación. Y se trata de resaltar que en lugar de analizar qué se puede hacer para fomentar el ahorro familiar, lo que estamos observando es muy poco respeto hacia esta magnitud macroeconómica.

Poner en cuestión la seguridad de los depósitos —recuerden lo vivido en torno a Chipre—, hablar de gravar, aunque sea a tipos pequeños, los depósitos de los ahorradores en los bancos o impulsar la utilización de instrumentos como el impuesto sobre el patrimonio sin un cuidado extremo en su aplicación no es algo que en los años ochenta estuviera en la agenda.

Evidentemente, los hechos económicos son ahora más tercos y su explicación requiere de más variables. Aún así, para promover la inversión en las actividades que nos ayudaran a crecer en producción, renta y empleo el ahorro familiar sigue siendo imprescindible.

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