Crónica

El fin del mundo

En la crónica criminal de Barcelona no podía faltar la antigua calleja de los Comtes

Imagen de San Roque de la plaza Nova.JOAN SÁNCHEZ

La calle de los Comtes muestra en sus aceras una de las mayores concentraciones de historia de toda la ciudad. En un recorrido por la crónica criminal de Barcelona no podía faltar esta antigua calleja donde aún se puede ver el escudo labrado de la Inquisición en la que fue su sede, actualmente convertida en el museo de antigüedades Frederic Marès. Enfrente, bajo los muros de la Seo, se descubrió uno de los más conmovedores sucesos ocurridos en esta vieja catedral. Fue durante la campaña de restauración dirigida por el profesor Joan Bassegoda, entre 1968 y 1972. Estaban excavando la antigua bas...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La calle de los Comtes muestra en sus aceras una de las mayores concentraciones de historia de toda la ciudad. En un recorrido por la crónica criminal de Barcelona no podía faltar esta antigua calleja donde aún se puede ver el escudo labrado de la Inquisición en la que fue su sede, actualmente convertida en el museo de antigüedades Frederic Marès. Enfrente, bajo los muros de la Seo, se descubrió uno de los más conmovedores sucesos ocurridos en esta vieja catedral. Fue durante la campaña de restauración dirigida por el profesor Joan Bassegoda, entre 1968 y 1972. Estaban excavando la antigua basílica paleocristiana situada bajo el subsuelo de esta calle, cuando se toparon con los cimientos góticos del templo. Pero allí no encontraron mortero, sino capas y capas intercaladas de esqueletos humanos y cal viva. Se trataba de una gran fosa con víctimas de la peste negra.

Los barceloneses comenzaron a oír hablar de este mal en enero de 1348. Una misteriosa enfermedad había llegado desde Oriente a los puertos de Italia y la Provenza, provocando una gran mortandad. En marzo arrasaba Mallorca, en abril Girona y a principios de mayo llegaba a Barcelona, con tal virulencia que días después se organizaba una primera procesión multitudinaria para rogar por el fin de la pestilencia. Ese mismo sábado, con los cementerios atestados de víctimas insepultas, una multitud desesperada asolaba el barrio del Call, al creer el rumor maligno que los judíos habían envenenado los pozos de agua. Ni rogativas ni matanzas de infieles tuvieron respuesta alguna. Y a finales de mes la ciudad se colapsaba, y por la calle ya solo se aventuraban las brigadas de enterradores.

Una gran fosa con víctimas de la peste negra contenía capas de esqueletos y cal viva

La peste negra había llegado en barco, en el estómago de las pulgas infectadas que transportaban las ratas en su piel. Tomaba el nombre de bubónica por la inflamación de los ganglios linfáticos o bubones, que presentaban un aspecto negruzco. Causaba fiebre alta, escalofríos y alucinaciones que no se prolongaban más allá de las 48 horas, tras las cuales el enfermo moría. Cuando se desató, la ciudad estaba en pleno auge económico. Atraía a un gran número de trabajadores y se pensaban barrios enteros de nuevo cuño como el Raval. Fruto de este florecimiento, estaban en construcción la catedral, Santa Maria del Mar y la iglesia del Pi.

La nueva Seo gótica se había iniciado en 1298 y aún faltaba mucho por construir. En aquel entonces, por la parte que daba a la calle de los Comtes solo había una gran rasa de tierra —los cimientos de esta parte del edificio— que fue utilizada como cementerio improvisado. La peste detuvo las obras durante más de 50 años, lo cual aún es visible si entramos en la nave principal y miramos al techo. Ahí veremos seis claves de bóveda, todavía con sus colores originales. La primera del presbítero muestra una crucifixión y la segunda a santa Eulalia con las armas de Blanca de Anjou. La tercera clave y las tres siguientes son posteriores a la plaga. Justo entre ambos grupos existe una cicatriz, que marca el punto donde se abandonaron las obras y donde se reiniciaron los trabajos. Durante siglos, esa sutura entre ambos trozos del templo afloraba en forma de mancha de humedad, varios días después de que hubiese caído una tormenta sobre Barcelona.

La epidemia detuvo la construcción de la catedral de Barcelona durante más de 50 años
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

La epidemia remitió a primeros de julio y cesó en octubre, pero la peste no terminó en 1348. Reapareció cíclicamente cada 10 años durante un siglo y medio, y acabó así con el 20% de la población de Cataluña. En Barcelona esa cifra se triplicó: en la primera oleada murieron unas 12.000 personas sobre una población de 50.000 vecinos, y la población fue reduciéndose hasta llegar a solo 20.000 habitantes a finales del siglo XV. Tampoco sabemos cómo iba a ser la primera catedral gótica, pues los libros de obra fueron quemados por miedo a que fuesen contagiosos. El largo periodo de inactividad por falta de trabajadores sanos fue documentado por Bassegoda en 1971, al mismo tiempo que redescubría la policromía de las claves de bóveda. Según escribió, los cuerpos encontrados bajo los cimientos del templo fueron llevados en 1972 al cementerio de Montjuïc, y allí enterrados en una fosa colectiva.

En recuerdo de aquel azote, en una hornacina situada en una de las torres romanas de la plaza Nova todavía hay una imagen de san Roque, protector contra la peste negra. Y en la vecina casa de l’Ardiaca se encuentra un capitel esculpido con tres ratones. Recoge una creencia muy extendida en la época: que la enfermedad la trajo una coalición de ratas negras, pardas y grises. Juntas se habían confabulado para desatar el fin del mundo.

Archivado En