Turrones que a lo mejor no son turrón
La definición del ‘Diccionario’ académico deja fuera a las tabletas de pistacho, coco, yema, praliné, chocolate o galletas
Qué bueno el turrón de pistacho. El ingenio del ser humano se sublima a veces en creaciones como esa. Una simple tableta compendia siglos de conocimiento, reúne el saber y el sabor del chocolate, de la miel, de las claras de huevo, del fruto seco mencionado; y en las versiones sin complejos añade el subidón del azúcar. (Bueno, si no se abusa no pasa nada: la dulce Navidad se celebra ...
Qué bueno el turrón de pistacho. El ingenio del ser humano se sublima a veces en creaciones como esa. Una simple tableta compendia siglos de conocimiento, reúne el saber y el sabor del chocolate, de la miel, de las claras de huevo, del fruto seco mencionado; y en las versiones sin complejos añade el subidón del azúcar. (Bueno, si no se abusa no pasa nada: la dulce Navidad se celebra una vez al año).
Un hallazgo, ya digo, el turrón de pistacho.
Pero ¿podemos llamar a esto “turrón”?
Los inspectores de Sanidad y de Consumo vienen dando por bueno el término. Sin embargo, no sabemos qué dirían los inspectores de las palabras, si existieran.
Diccionario académico en mano, el turrón de pistacho no es turrón; porque este vocablo se define así: “Dulce, por lo general en forma de tableta, hecho de almendras, piñones, avellanas o nueces, tostado todo y mezclado con miel y azúcar”. Ahí no encajan tampoco el turrón de yema, ni el de chocolate, ni el de galletas Oreo, ni el de coco, ni entra el de café, ni el de praliné, ni siquiera la última gran innovación: el turrón de Nocilla. Que no digo yo que me parezcan malas ideas, al contrario. En su adecuada medida dan gusto al cuerpo y alegran las Navidades. Eso sí, han roto las costuras de la definición oficial.
La palabra “turrón” se formó dentro de nuestra lengua; no la heredamos de los romanos. A los romanos les podemos agradecer los acueductos y el alcantarillado, no los turrones. En esto tendría razón el Frente Popular de Judea si lo aportase como crítica contra los invasores en una nueva versión de La vida de Brian. Los romanos nos dieron calzadas y anfiteatros, pero no tenían ni idea del turrón.
Cuando Nebrija afrontó su diccionario castellano-latín, publicado en 1495, no halló en la lengua de Roma un sustantivo similar del que pudieran derivarse ni ese vocablo ni ese postre; y en la entrada “turrón” eligió el equivalente crustum: pastel. Así que legionarios y centuriones se comerían algún crustum, pero se quedaban sin turrón cuando volvían a casa por Saturnalia.
El diccionario de Sebastián de Covarrubias (siglo XVII) señalaba que “turrón” procedía de “turrar” o “torrar”, a su vez derivados del latín torrere (tostar); y eso lo asumirá la Academia en 1739 (si bien ahora señala un “origen incierto”). Nuestros contemporáneos Joan Corominas y José Antonio Pascual no niegan aquella hipótesis, pero creen también probable que derive del catalán torró, antes terró, por comparación con un conglomerado de tierra.
Las nuevas variedades lanzadas al mercado bajo la palabra “turrón” no han llegado a la obra de las academias, pero sí al Diccionario del Español Actual (1999) que dirigió el académico Manuel Seco. Su entrada correspondiente a ese término ampara la creatividad de la industria moderna: tras definir el producto como “dulce navideño hecho con una pasta de miel y almendras, enteras o molidas”, precisa: “También se da este nombre a otros dulces similares hechos con diversos frutos secos, coco, yema, frutas, etcétera. Frecuentemente con un adjetivo o complemento especificador”. Ahí sí entra el pistacho.
¿Deberían las academias actualizar la definición conforme anotó Seco, o se exigirá a la industria que retire la palabra “turrón” a esos sucedáneos, por respeto a la receta tradicional? Esperaremos la determinación al respecto degustando moderadamente una tableta compuesta a base de pistacho, ese salto de gigante en los avances de la humanidad. Sea turrón o no.