Una cita de ‘Macbeth’, tardes frente a la máquina y noches con los amigos: así se hizo ‘Corazón tan blanco’, la gran novela del ‘Dostoievski español’
De una charla para dos personas en una librería francesa al baño de masas en Alemania, el libro de Javier Marías protagonizó uno de los viajes más vertiginosos de la literatura española de la democracia
Cuenta la hemeroteca que, en la España del 12 de febrero de 1992, se inauguraba la 11ª edición de la feria Arco; España y Francia llegaban a un principio de acuerdo para crear brigadas mixtas de policía contra ETA y —aunque esto no se promocionaría hasta unos días después—, llegaba a las librerías Corazón tan blanco, la séptima novela de Javier Marías (1951-2022). El madrileño gozaba entonces del estatus de escritor de culto por entregas como ...
Cuenta la hemeroteca que, en la España del 12 de febrero de 1992, se inauguraba la 11ª edición de la feria Arco; España y Francia llegaban a un principio de acuerdo para crear brigadas mixtas de policía contra ETA y —aunque esto no se promocionaría hasta unos días después—, llegaba a las librerías Corazón tan blanco, la séptima novela de Javier Marías (1951-2022). El madrileño gozaba entonces del estatus de escritor de culto por entregas como El hombre sentimental (1986) y Todas las almas (1989), pero este título de esencia shakesperiana le catapultaría a unas cotas de éxito de crítica y ventas sin precedentes: anticipados por elogios como el de aterrizar ya como una “escritura decidida a permanecer” (lo dijo Ignacio Echevarría en Babelia), se han llegado a despachar más de 2,3 millones de ejemplares en 37 idiomas y 44 países. Entre sus más ilustres lectores, figuras de Roberto Bolaño a Alice Munro no dudaron en elogiarla encendidamente y, como testimonio, de la Nobel canadiense se publica en web con este número especial una misiva inédita en la que califica la novela como “maravillosa” y su lectura, “un gran placer”.
Olivetti en ristre y cigarrillo en los labios, sin estar casado entonces ni haberlo estado antes, Marías dio forma a una historia de bifurcaciones inagotables sobre el matrimonio, los secretos familiares y la utilidad de conocerlos o no para modelar aquello que convenimos en llamar nuestra verdad. Por entonces aún convivía con su padre, el filósofo Julián Marías, en un apartamento de la calle Vallehermoso donde las pilas de libros colonizaban el espacio amontonadas sobre mesas y sofás. El repiquetear de las teclas comenzó el 3 de septiembre de 1990 y, a un ritmo de dos o tres páginas diarias, con sus correcciones anotadas con una pluma de tinta azul en sucesivos borradores, cesó en octubre del año siguiente. Al terminar, el autor acababa de celebrar su 40º aniversario y sobrellevaba la edad redonda imbuido del abatimiento de quienes no encajan del todo deportivamente la acumulación de los años.
Fue en esa época de transición entre el prestigio minoritario y la fama internacional, entre la prolongada juventud y la decidida edad mediana, cuando Marías conoció a Mercedes López-Ballesteros, amiga que le acompañaría el resto de su vida. De ese periodo en la trayectoria del escritor, que a partir de ahí resonaría siempre (pero al final nunca) para el Nobel, recuerda ella una anécdota que cree que define adecuadamente su carácter. Era 1993 y se había publicado Un coeur si blanc, la versión en francés, por lo que ambos se desplazaron hasta Burdeos para participar en un par de bolos. El primero, una charla en un cine, transcurrió con normalidad. El segundo consistía en una intervención en una librería a la mañana siguiente, pero al llegar la hora convenida se encontraron con que nadie había acudido a la cita. “Esperamos hasta que por fin entraron una anciana y un chico africano que pasaba por ahí”, rememora López-Ballesteros. “Javier dijo: ‘Bueno, pues vamos a empezar. Ya tenemos público, ¿no?’ Así fue como el gran Javier Marías dio una charla sobre Corazón tan blanco para dos personas. Y lo hizo encantado”.
El frenesí de los auditorios abarrotados, el runrún de las entrevistas solicitadas a espuertas y concedidas a cuentagotas y, sobre todo, el chute de ventas estratosféricas para un libro que ni su propio autor “creía que le pudiera interesar a mucha gente”, no sobrevendría hasta 1996, cuando el crítico Marcel Reich-Ranicki, toda una celebridad en Alemania por el programa televisivo El cuarteto literario, describió Mein Herz so weiß como “una obra maestra” comparable a la literatura de Dostoievski. Aquello dio pie a un verdadero fenómeno en ese país, donde en los tres años siguientes se distribuyeron 900.000 copias (más de un 1,1 millones ahora), cuyos cuantiosos beneficios invirtió Marías en la compra de una casa, aunque siempre viviría de alquiler en la recoleta Plaza de la Villa de Madrid. “Fue auténticamente una avalancha. Los libros no podían imprimirse al mismo ritmo al que se vendían”, relataba a este periódico su editora germana, Michi Strausfeld, a la muerte del escritor. En Alemania, Corazón tan blanco continúa siendo su novela más buscada y también lo es aquí, en España, donde encabeza sus ventas de los últimos 10 años seguida de Mañana en la batalla piensa en mí (1994) y Los enamoramientos (2011).
El crítico Marcel Reich-Ranicki la comparó con Dostoievski y dio pie a un fenómeno en Alemania
La fortuna le fue propicia a Corazón tan blanco, pero no le reportó solo alegrías a su autor. En 1995 saltaba la noticia de su desencuentro con el editor Jorge Herralde, dado que Marías fue persuadido de que no se le estaba informando correctamente sobre las liquidaciones por las ventas de la novela. Mediaron amargos reproches públicos y el grueso de una correspondencia que aún no ha visto la luz, y la siguiente novela de Marías, Mañana en la batalla..., fue ya la última que apareció en Anagrama (lo ficharía seguidamente Alfaguara, que reeditó Corazón tan blanco en 1999). “Aquello fue muy doloroso, porque Herralde era íntimo suyo y él se sintió traicionado y engañado”, explica Julia Altares, amiga del autor desde 1986. “Javier tuvo ahí una racha que le venían por todos lados: desde La fiera literaria [el boletín del Centro de Documentación de la Novela Española, con una línea editorial inflamatoria] era un día sí y otro también arremetiendo contra él. No es que a él le importara mucho, pero era parecido a lo que hoy sería el acoso en redes”.
Altares es la destinataria de la enigmática dedicatoria de Corazón tan blanco: “para Julia Altares / pese a Julia Altares”, y se ríe cuando se le pregunta por la interpretación que hace de esas siete palabras escuetas. “Él estuvo dudando si dedicármela a mí, y yo siempre la entendí como un ejemplo de amor y de amistad. A lo mejor nos habíamos enfadado en esa época, y me amenazaba: pues ahora no te la voy a dedicar”, relata divertida. “Se veía el magno escritor, y en el fondo lo único que quería era reírse”. Con Marías, la dedicatoria era casi como una novela dentro de una novela repleta de novelas: en las 300 páginas largas de Corazón tan blanco caben historias de amor, de humor, de crímenes, de detectives... todas bailando alrededor de la lumbre de Macbeth y la frase “Mis manos son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un corazón tan blanco”, mensaje que encapsula una visión sobre el crimen y su castigo que el español toma y tergiversa. Sin embargo, aquella cita no pasó a titular la novela hasta una vez finalizada su escritura, tal y como demuestra el mecanuscrito que conserva Mercedes López-Ballesteros, donde el título, subrayado, figura impreso sobre un papel recortado y pegado, y en la dedicatoria aún titubea un “Para” que, en esta copia, el escritor rellenó a mano con una nota para su amiga.
Marías fue un hombre de rutinas, y a ellas se debía cuando construía Corazón tan blanco. “En esa época se levantaba tarde, y todas las tardes se las pasaba escribiendo. Luego por la noche quedaba conmigo, o con otra amiga mía y yo, o con sus amigos del café [Agustín Díaz Yanes, Antonio Gasset, Tony Oliver, Eduardo Calvo, El doctor Charly, Edmundo Gil…]”, cuenta Julia Altares. Esporádicamente, iba leyendo “a contadas personas” extractos de sus avances, llegando solo hasta donde él quería, sin desvelar más de lo justo o dar a saber aquello que los otros, al contrario que el protagonista Juan Ranz, sí querían saber. Todo, hasta la cobertura mediática de sus libros, lo supervisaba con celo el escritor. “Él sabía lo que valía, y era capaz de localizarme en casa de mi familia en Cadaqués para protestar porque habíamos dicho que se iba a publicar algo que aún no estaba o no le convenía”, apunta Rosa Mora, entonces jefa de Babelia, que se acuerda de la expectación que generó en la redacción la salida de Corazón tan blanco: “Había otros escritores jóvenes, pero él iba destacado. Era muy británico pero también cervantino, o sea, literatura en mayúsculas”.
Del propio Marías surgió la apuesta por el cuadro Rolla (1878), del artista francés Henri Gervex, para ilustrar la carátula de la primera edición: una pintura que representa una escena de un poema de Alfred de Musset sobre la tragedia de un hombre disoluto dividido por el amor de dos mujeres. Aquí, la escritura dentro del arte y el arte dentro de la escritura… Si la afición por la música y el cine del autor son de sobra conocidas y se manifiestan en este libro tanto en menciones de canciones y películas como por medio de imágenes tan cinematográficas como la del agujero causado por la quemadura de un cigarrillo que se expande como un mal augurio por la sábana de los recién casados, quizá resulte menos familiar su interés por el arte, en particular la pintura academicista del siglo XIX. Este se refleja en Corazón tan blanco por medio del personaje del padre, Ranz, empleado del museo del Prado cuya ocupación da pie a la invocación de pinturas desde el boudin y el martín rico que le regala a su hijo hasta la “gorda” Artemisa de Rembrandt que provoca un cortocircuito a un vigilante.
Aunque Negra espalda del tiempo (1998) sea su obra más autobiográfica, hay mucho de Javier Marías en Corazón tan blanco. Como él mismo desveló en el suplemento Los libros de El Sol del 21 de febrero de 1992, la primera y famosísima frase, “No he querido saber, pero he sabido…”, la compuso a partir de un suicidio parecido al que detalla acontecido en su familia, donde, además, la abuela, al igual que en el libro, procedía de Cuba y le cantaba al niño Marías aquello de “Mamita mamita, yen yen yen”. Del matrimonio por entonces no sabía el escritor pero parece que sí quería averiguar. En 2018 se casó con su pareja de dos décadas Carme López Mercader pero, en aquel momento, solo había “estado a punto de hacerlo y conviví con alguien en una ocasión”. Desde ese desconocimiento fáctico, el autor fue capaz de proyectar una unión donde dos almohadas se vuelven una, un vínculo con el que el mundo exterior se unifica en un saber compartido del que solo se excluye, si se quiere y cuando se quiere, lo propio como el último bastión de la oscuridad.
La traducción, oficio que también ejerció el escritor, marca otra de las claves de la novela. Marías versionó a autores desde W. H. Auden a Robert Louis Stevenson (a algunos los publicó en su extinta editorial Reino de Redonda), y por su traslación castellana de Tristram Shandy ganó el Premio Nacional en 1979. A esa misma profesión se dedican como intérpretes de conferencias tanto el narrador, Juan, como su nueva mujer, Luisa, de modo que su trabajo los convierte en escuchadores por defecto y moldea su actitud hacia lo que se habla y lo que se calla. Así, el lenguaje se posiciona como generador de la realidad (“no existe lo que no se dice”) y el relato de la verdad se presenta como una transmisión entre interlocutores que adopta a cada salto una forma cambiante.
Fue notorio el desencuentro con el editor de Anagrama por discrepancias sobre las liquidaciones de las ventas
De la personalidad del autor se vuelcan un sentido de la filosofía de herencia familiar y otro del humor menos detectable en su figura pública que alaban quienes lo trataron. “Era muy bromista, simpático y también mordaz. En contra de lo que pueda parecer, no era nada pedante”, resume Ángeles García, antigua redactora jefa de Cultura en EL PAÍS, que acompañó a Marías hasta Irlanda en 1997 para la entrega del premio Impac, uno de los varios que recibió con este título. En un prólogo para la edición especial del 25ª aniversario, que se acompañó del cuadernillo No he querido saber, donde se reúnen críticas y otros documentos históricos, Marías recuperó una anécdota de aquella gala, a la que consideró acudir vestido con el tradicional kilt, pero en el último momento fue disuadido por García y el otro periodista español presente, Juan Cruz, entonces responsable de Alfaguara. “Él era de lo más natural”, se ríe García. “Nunca se puso la falda, pero le vería capaz”.
Como novedad, el cuadernillo del 25º aniversario incluía la elogiosa carta que Juan Benet, uno de sus referentes, le envió a Marías tras su lectura de Corazón tan blanco. Este número de Babelia suma otra pieza de correspondencia inédita con la misiva de Alice Munro. También quedó fascinado por la novela Pedro Almodóvar, tanto que —como cuenta Altares que le contó Marías— sugirió la posibilidad de adaptarla, algo que también barajó una productora alemana. Finalmente, el único libro que se ha trasladado a la gran pantalla es Todas las almas (en El último viaje de Robert Rylands, de Gracia Querejeta), con el consabido mal sabor de boca que provocó en el escritor. Pero ahí queda como insinuación de ese flechazo la escena al comienzo de Kika (1993) que parece inspirarse en el arranque de Corazón tan blanco, donde Charo López es hallada en el suelo del baño con un disparo en el pecho.
Por su digestión del éxito descomunal de Corazón tan blanco le preguntó Ángeles García a Marías para su crónica en Dublín. El autor le respondió así: “Si de ahora en adelante me viniera un fracaso espantoso, sé que no me quejaría. Estoy vacunado contra cualquier fracaso futuro. Si escribo raro y difícil, no pasará nada. Soy consciente de haber nacido de pie”.