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Daniel Kehlmann, escritor: “Me espanta que un libro que se desarrolla en el Tercer Reich se vea como algo tan relevante ahora”

El novelista recrea en ‘El director’ cómo el cineasta G. W. Pabst regresó de Hollywood para acomodarse al nazismo y explora sus concesiones en busca de la libertad artística

Es el destino de todo escritor alemán: acabar escribiendo sobre el nazismo. Lo puede retrasar, puede pensar que él será distinto, pero hay muchas posibilidades de que al final el tema, el tema que ha definido Alemania y Europa, y la conciencia humana desde 1945, tarde o temprano se le imponga y no tenga más remedio que encararlo.

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Es el destino de todo escritor alemán: acabar escribiendo sobre el nazismo. Lo puede retrasar, puede pensar que él será distinto, pero hay muchas posibilidades de que al final el tema, el tema que ha definido Alemania y Europa, y la conciencia humana desde 1945, tarde o temprano se le imponga y no tenga más remedio que encararlo.

Daniel Kehlmann, austriaco y alemán, ya había escrito sobre personajes históricos como Alexander von Humboldt o figuras medievales como Till Eulenspiegel, y un día, en una conversación entre escritores, se lo dijo su amiga Zadie Smith: “A partir de los 40 años, hay temas inevitables”. “Siempre pensé”, explicaba Kehlmann “que, cuando encontrase la historia correcta, entonces lo haría”.

Ya tiene 50 y por fin la ha encontrado.

Kehlmann acaba de aterrizar esta mañana desde Nueva York, donde tiene su residencia, aunque siempre mantiene un pie en Berlín. Si tiene jet-lag, no se nota. Desde el restaurante donde conversamos, a orillas del río Spree, se ve la estación de Friedrichstrasse, que durante la Guerra Fría era la frontera entre los dos Berlines, las dos Alemanias, las dos Europas. Pero hoy hablamos de otro trauma, otra herida alemana.

Kelhmann publica en castellano El director (Random House, traducción de Isabel García Adánez), la historia novelada de G. W. Pabst, maestro del gran cine de la República de Weimar con Fritz Lang y F. W. Murnau, descubridor de Greta Garbo, exiliado a Hollywood tras la llegada de los nazis y protagonista de un giro que le convierte en un caso singular. Y un caso ejemplar: un mensaje que se proyecta desde los años cuarenta a nuestros tiempos.

Cuando los colegas de Pabst cruzaban el Atlántico escapando de Alemania, él tomaba el camino inverso. Las cosas no le había ido bien en Hollywood y en Austria vivía su madre, enferma. El Tercer Reich le ofreció medios financieros y una libertad creativa —o lo que él entendió como tal— con la que, en Hollywood, ni habría podido soñar. Y se quedó.

Cuando descubrió esta historia, Kehlmann lo vio claro: “¡Esta es la novela que quiero escribir!” El resultado es una ficción trepidante con el habitual estilo de línea clara de Kehlmann, mezcla de ligereza austriaca y profundidad alemana, con escenas hilarantes que parecen sacadas de una comedia del Hollywood clásico y otras terroríficamente expresionistas.

Pabst no vendió su alma al diablo ni se dejó seducir por Hitler, al menos ideológicamente. No fue nazi. Se dejó seducir de otros modos. Con dinero y con amenazas. Si decía sí, le sugiere en una escena Joseph Goebbels, el ministro de la Propaganda y auténtico megaproductor del Hollywood nazi, tendría todos los medios y los mejores actores y técnicos a su disposición. Si decía no, acabaría, él que había sido conocido en los tiempos de Weimar como Pabst el Rojo, en el campo de concentración. El director de La caja de Pandora y Westfront 1918 era alguien que no sabía decir que no, un conformista que, en cada decisión que tomaba, pensaba que el sí era un mal menor, hasta que los males menores se acumularon.

“Puedo entenderlo”, dice Kehlmann, y el lector acaba entendiéndolo también. “Aunque se trata de un fracaso moral por su parte, yo, como narrador, a fin de cuentas estoy de su lado”. “Era un hombre débil”, añade, “excepto cuando rodaba sus películas”.

Pabst no era Leni Riefenstahl, autora de los hipnóticos documentales de propaganda hitleriana. En aquellos años rodó con los nazis tres películas: Los comediantes, Paracelso y El caso Mollander, que está perdida y cuya desaparición es el mcguffin, la intriga que activa el mecanismo narrativo. Estas películas no eran (conscientemente) propagandísticas. En Paracelso, la secuencia del saltimbanqui poniendo a bailar espasmódicamente al pueblo puede leerse como un retrato del nazismo, como ha observado el crítico J. Hoberman en The New York Times.

“Lo que le sucede a Pabst en la novela es que ningún momento se encuentra con el diablo, este le hace una oferta y él tiene que decir sí o no”, dice Kehlmann, “sino que más bien da una serie de pequeños pasos, y en cada uno existe una buena razón para decidir lo que decide. En este sentido, es el anti Fausto. El mal nunca aparece como el gran mal, sino siempre como pequeños males y pequeñas concesiones que uno puede defender. Y una pequeña concesión lleva a otra”.

El director “no es ninguna parábola”, avisa Kehlmann. “No lo escribí, al menos conscientemente, para decir algo sobre el mundo de hoy”, afirma, aunque lo escribió durante la primera presidencia de Donald Trump y que aquello le influyó. “Hay que decir que no era nada en comparación con ahora”, precisa.

La novela salió hace dos años en alemán, pero al publicarse en países como Hungría o Estados Unidos, gobernados por líderes de tendencias autoritarias, se ha leído como una advertencia desde el pasado. Donde dice Pabst podría leerse los magnates de Silicon Valley. “De un lado me alegra, como autor, que se lea como algo realmente relevante para situaciones concretas en su vida”, afirma Kehlmann. “Del otro, me espanta que un libro que se desarrolla en el Tercer Reich de repente se vea como algo tan relevante ahora”.

El uso de la ficción para contar una historia con un personaje real ha incomodado a la familia Pabst, y ha llevado a Kehlmann a precisar, en una nota final, que Jakob, el hijo del cineasta en la novela, es ficticio. Él defiende la idea de “la verdad de las mentiras” de Vargas Llosa, la libertad del novelista para inventar. Hasta el punto que imagina que en su última película, la desparecida El caso Mollander, Pabst utilizó como extras a trabajadores esclavos.

“Hay un motivo por el que, moralmente, creo que es justificable, y es, primero, que he dejado claro que se trata de una ficción”, dice, y subraya que todo el relato sobre esta película también es una ficción, pues nadie la vio jamás, por lo que solo cabe imaginarla. “Y segundo, porque en el Tercer Reich, prácticamente no se rodó ninguna película sin trabajadores forzados”. Es decir, las probabilidades de que esto o algo parecido hubiera ocurrido son altas, aunque, insiste el autor, tampoco podemos saber si esto fue exactamente así en aquel rodaje.

Novela de ficción, pues. ¿E histórica? Desde que La medición del mundo le consagró hace dos décadas, a Kehlmann se le ha pegado esta etiqueta, que él rechaza. Y más en este libro, donde aparecen personajes del mundo del cine que sus padres —el director austriaco Michael Kehlmann y la actriz alemana Dagmar Mettler— conocieron de primera mano. Son ambientes e historias de las que le habló su padre. Michael Kehlmann creció en una familia judía en el Tercer Reich y, al final de la guerra, pasó por un campo de concentración. No es un mundo exótico ni un pasado remoto, para él: “Todo esto me resulta muy cercano”.

El director

Daniel Kehlmann
Traducción de Isabel García Adánez
Random House, 2025
376 páginas, 22,90 euros

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