‘Gliff’, de Ali Smith: entra la urgencia, sale la complejidad
La autora británica ahonda en su crítica del sistema económico y de la destrucción de la naturaleza, pero renuncia a la osadía y la riqueza de trabajos anteriores en pro de una claridad sin riesgo
Después de que le diagnosticaran un síndrome de fatiga crónica, a los 30 años de edad Ali Smith (Inverness, 1962) dejó el puesto que ocupaba en una universidad cerca de Glasgow y se mudó a Cambridge para convertirse en escritora. Amor libre, su primer libro de relatos, fue publicado en 1995. Like, su primera obra de cierta extensión, salió en 1997. Desde entonces, lleva publicadas seis colecciones de cuentos, un libro de ensayos, dos piezas teatrales y 12 nove...
Después de que le diagnosticaran un síndrome de fatiga crónica, a los 30 años de edad Ali Smith (Inverness, 1962) dejó el puesto que ocupaba en una universidad cerca de Glasgow y se mudó a Cambridge para convertirse en escritora. Amor libre, su primer libro de relatos, fue publicado en 1995. Like, su primera obra de cierta extensión, salió en 1997. Desde entonces, lleva publicadas seis colecciones de cuentos, un libro de ensayos, dos piezas teatrales y 12 novelas, y cuatro de estas últimas —Otoño, Invierno, Primavera y Verano, su ‘Cuarteto estacional’, publicado originalmente entre 2017 y 2019— le han valido ser considerada por algunos la escritora británica más importante de su generación.
Publicar 21 libros en 30 años —más cientos de artículos en The Guardian y otras publicaciones— requiere una enorme cantidad de talento y trabajo. Pero también otra cosa, que quizás podamos llamar “sentido de la urgencia”. Smith siempre fue una crítica estridente del sistema económico y de la destrucción de la naturaleza, así como del aumento de la vigilancia y del control de la población; sin embargo, desde el Brexit de 2016, su cuestionamiento ha adoptado el carácter de una advertencia: la de que nos estamos quedando sin tiempo para impedir el surgimiento de una sociedad postilustrada y posthumanista —es decir, postdemocrática— en la que ya no exista un lenguaje compartido para narrar la experiencia, ofrecer algún tipo de resistencia, reunirse, crear comunidad.
Gliff transcurre en una sociedad como esa y en un futuro que intuimos cercano. Después de la desaparición de su madre, Briar, su hermana pequeña Rose y el novio de su madre regresan a su casa en el campo y descubren que ésta ha sido perimetrada con pintura roja durante su ausencia. Pasan la noche en su autocaravana, en el aparcamiento de un supermercado: al día siguiente, cuando descubren que alguien ha pintado otro cerco de pintura roja, esta vez alrededor del vehículo, lo dejan atrás también. Pronto el novio de la madre ya no está y los niños encuentran un caballo que va a ser sacrificado. Rose establece un vínculo con él y lo llama “Gliff”. “Una palabra que puede sustituir a cualquier palabra”, dice Briar. “Una palabra que no solo significa muchas cosas, sino que puede significar todas y ninguna a la vez”.
Para los hermanos, el presente es libertad y pérdida. Van a encontrar otros niños que han perdido a sus padres. Van a crear de esa manera su propia comunidad y, después, a integrarse a un movimiento de resistencia. Puede que la historia termine bien, pese a todo. (Una segunda parte acaba de ser anunciada.) Pero Gliff es tremendamente desasosegante, y no sorprende que una parte del libro haya sido publicada en Una jaula salió en busca de un pájaro, “diez historias kafkianas” escritas por Charlie Kaufman, Elif Batuman, Helen Oyeyemi y otros. Como en Kafka, la línea roja que delimita en Gliff las propiedades y las personas surge de la inteligencia de una burocracia todopoderosa y enigmática que no comprendemos pero que ya nos ha destruido.
Una de las ideas centrales de la obra de Smith es la de que el lenguaje es un campo de batalla. Las sociedades totalitarias —nos recuerda— no se limitan a vigilar los cuerpos, también controlan la expresión, y por este hecho, en el mundo de Gliff las personas son castigadas por llamar “guerra” a una guerra y por denunciar a las empresas contaminantes, los museos se convierten en hoteles y las escuelas públicas y las bibliotecas son abandonadas. Por lo mismo, Smith otorga a sus personajes una curiosidad y un placer por utilizar las palabras que, sin embargo, y pese a que la autora es celebrada por su innovación formal y por su audacia narrativa, ella misma no parece haber experimentado mientras escribía este libro.
Gliff continúa en la línea de una reducción de la complejidad narrativa y de la simplificación del estilo que inauguró el ‘Cuarteto estacional’, y podría ser leída como una novela juvenil si no fuera porque es evidente que la autora quiere que se la lea de otro modo, como demuestran las referencias a Charles Dickens y Virginia Woolf y a las fábulas: protagonistas adolescentes, gadgets tecnológicos, un peligro exterior de contornos difusos, exploración de los límites físicos y morales del mundo, un convencimiento en la idea de que los adolescentes son enemigos naturales del autoritarismo que desmienten las encuestas más recientes, etcétera. No hay aquí ni los juegos con el tiempo de Like ni la osadía de los narradores de There But For The o la complejidad —y, por lo tanto, la riqueza— narrativa de How To Be Both y otros libros de la autora. Da la impresión de que, entre los muchos elementos de su acertado análisis acerca de cómo nos dirigimos hacia un lugar desagradable y deprimente, se encuentra el de que una urgencia visible sólo puede ser expresada con una claridad sin riesgo.
Gliff
Traducción de Magdalena Palmer
Nórdica, 2025
264 páginas, 21,95 euros