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Enseñanza del intento de suprimir el voseo

Ni siquiera todo el sistema educativo dedicado a cambiar una estructura gramatical de los hablantes logró ningún éxito

Las lenguas evolucionan, sí, pero lo hacen despacio y en su parte léxica, difícilmente en la estructura gramatical. Usamos muchas palabras que no existían años atrás; sin embargo, es improbable que aparezcan de la nada una preposición, o nuevas conjunciones, o una cuarta conjugación verbal.

Por eso los lingüistas suelen mostrarse escépticos ante las propuestas que conciernen al género en español, ese accidente gramatical que no siempre se relaciona con el sexo: una mesa tiene género, femenino, pero no sexo; una jirafa puede ser un macho, un mosquito puede ser una hembra. Propuestas como...

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Las lenguas evolucionan, sí, pero lo hacen despacio y en su parte léxica, difícilmente en la estructura gramatical. Usamos muchas palabras que no existían años atrás; sin embargo, es improbable que aparezcan de la nada una preposición, o nuevas conjunciones, o una cuarta conjugación verbal.

Por eso los lingüistas suelen mostrarse escépticos ante las propuestas que conciernen al género en español, ese accidente gramatical que no siempre se relaciona con el sexo: una mesa tiene género, femenino, pero no sexo; una jirafa puede ser un macho, un mosquito puede ser una hembra. Propuestas como las que defienden que el genérico es un masculino que no incluye al femenino, o el uso del morfema e en esa función (“les abogades”) afectan a bases sistémicas del idioma, y estas apenas evolucionan; y cuando lo hacen, el proceso dura decenios o siglos.

La presión ejercida desde determinadas cúpulas sociales para que los hablantes adopten nuevas fórmulas tiene complicado su éxito. Una muestra de la dificultad de imponer cambios gramaticales al habla de un pueblo la ofrece el intento que se produjo en el siglo XX en Argentina de acabar con el característico voseo rioplatense.

En 1934, el número II del Boletín de la Academia Argentina de Letras recogía una nota donde se anunciaba el inicio de una colaboración con las máximas autoridades educativas para suprimir el voseo en las aulas, decisión “tendente a mejorar el idioma en las escuelas primarias”. Y añadía “la más categórica recomendación a los señores maestros y profesores de castellano” para que procurasen impedir, no sólo en los trabajos y ejercicios de clase, sino también en las conversaciones entre los alumnos en el recreo, el “uso vulgar de vos y de los verbos en la segunda persona del singular de cualquier tiempo y modo (voseo y mala conjugación)”.

Como era de esperar, los alumnos seguían las órdenes en clase, pero mantenían el voseo con su familia y sus amigos. Por eso en 1960 se renovó aquella instrucción que ya habían padecido oleadas enteras de argentinos: “Conviene aconsejar que se destierren de la enseñanza y del trato con los alumnos el voseo y las formas verbales incorrectas con que, entre nosotros, se suele construir el pronombre vos”. La falsaria norma alcanzó incluso a películas argentinas que adoptaban el tuteo artificioso. Como ha escrito Santiago Kalinowski, director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de la Academia Argentina de Letras, de cuyo relato hemos tomado los anteriores datos, “lo que demuestra la intervención contra el voseo es, precisamente, que ningún grupo minoritario, por más poderoso que sea, tiene la capacidad de cambiar una lengua, sin importar con cuánto derecho se sienta para hacerlo” (Revista del Colegio de Traductores Públicos de la Universidad de Buenos Aires. Abril-junio de 2019).

Aquellas desatinadas autoridades pretendían adoptar el modelo del estilo literario más extendido en castellano, desdeñando la variedad rioplatense, tan auténtica del español como cualquier otra. Por fortuna, esas posturas se superaron años después, si bien quedó en algunas mentes desinformadas, aún hoy, la idea de que tal propósito había partido de la Real Academia Española.

Y de aquel episodio se deriva una enseñanza clara: ni siquiera todo el sistema educativo volcado en cambiar una estructura básica gramatical de los hablantes consiguió ningún efecto. Las lenguas evolucionan, sí, pero no siempre como uno quiere.

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