‘El buen mal’, de Samanta Schweblin: una extraña tensión entre el aislamiento y la necesidad de vínculo

Los relatos de la escritora argentina son un catálogo de soledades, con el añadido doloroso de que las presencias que deberían curar dicha soledad están tan cerca

La escritora argentina Samanta Schweblin, en abril de 2023 en Santiago de Chile (Chile).Ailen Díaz (EFE)

Ya que Samanta Schweblin suele afirmar que las historias que cuenta nacen de una primera imagen que asalta su imaginación, se me ocurre que yo también podría desarrollar la reseña del último y estupendo libro de cuentos de la autora argentina, El buen mal, a partir de las dos instantáneas que se me han quedado más grabadas de estas doscientas páginas. En la primera, un narrador que respira a través de una traqueotomía explica que tocarse adentro con el dedo, a través del agujero, es lo ...

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Ya que Samanta Schweblin suele afirmar que las historias que cuenta nacen de una primera imagen que asalta su imaginación, se me ocurre que yo también podría desarrollar la reseña del último y estupendo libro de cuentos de la autora argentina, El buen mal, a partir de las dos instantáneas que se me han quedado más grabadas de estas doscientas páginas. En la primera, un narrador que respira a través de una traqueotomía explica que tocarse adentro con el dedo, a través del agujero, es lo único que le permite establecer contacto con su padre, y eso a pesar de tenerlo al lado en el lecho de muerte. La segunda nos presenta a un hombre que está trabajando sobre una tabla, limpiando los cristales de la fachada de un hotel, cuando de pronto se reconoce a sí mismo al otro lado del vidrio, en el interior de una habitación, y tarda varios segundos en comprender que en realidad está viendo a su padre, el mismo padre que le abandonó unos años antes.

Mientras escribía el párrafo anterior me he dado cuenta de que ambas escenas hablan de un padre y de un hijo, y eso me lleva a pensar que, en efecto, las relaciones paterno (o materno) filiales abundan en El buen mal. Sin embargo, no es eso a lo que quiero referirme, y diría que la selección revela tanto o más de mí que del libro (no en vano, la autora sabe que los buenos relatos exigen huecos por los que pueda colarse la imaginación activa del lector). No, lo significativo de esos dos momentos, que riman íntimamente con otros muchos, es la paradoja de unos personajes que se sienten a una distancia sideral y casi insalvable de aquello que, al mismo tiempo, llevan en el interior o es su perfecto reflejo. Schweblin nos muestra la condición humana contemporánea como el resultado de una extraña tensión entre el aislamiento y la necesidad de vínculo, entre el reconocimiento y el extrañamiento respecto del otro, y su principal talento consiste en saber condensar estas dualidades en narraciones que parecen suspender el tiempo, sostenerlo en slow-mo.

La intimidad es infestada por una extraña sensación de amenaza, a menudo difusa, aunque, incluso cuando toma una forma muy concreta

La prosa de El buen mal es sintética, concisa, y se las arregla sin ornamentos para perturbarnos de un modo muy íntimo. No es por jugar con el título más conocido de la autora (esa magnífica Distancia de rescate que ahora rescata Seix-Barral en nueva edición), pero de verdad creo, e insisto, que las distancias son un tema central en estos cinco cuentos, no por casualidad, plagados de llamadas telefónicas y largos viajes por carretera. La intimidad es infestada por una extraña sensación de amenaza, a menudo difusa, aunque, incluso cuando toma una forma muy concreta (como en el último de los cinco, un peculiar ejemplo del subgénero home invasión), la resonancia de fondo tiene que ver con la dificultad para conectar con aquello que debería sernos más propio y cercano.

También la relación entre los vivos y los muertos es una cuestión de cercanía o lejanía, y el primer cuento del conjunto, ‘Bienvenida a la comunidad’, es una de las aproximaciones más sorprendentes y elegantes al tema de la revenant que recuerdo en la narrativa reciente. Pero, además, es una contribución esencial a la coherencia interna del conjunto, con su perversa (pero muy resonante en la vida de cualquiera) idea del apego como un juego imposible de crueldad y culpa. Todo empieza con un cuerpo que se sumerge en el agua, muy profundo, muy pesado. Luego, ocurre algo imprevisto, increíble, y la narración arranca. Luego, historia tras historia, vendrán padres aterrorizados o enrabiados o consumidos por la pérdida, hijos en fuga o descarriados, parejas cortocircuitadas… Un catálogo de soledades, si bien se mira, con el añadido doloroso de que las presencias que deberían curar dicha soledad están tan cerca…

Alguien zarandea a los personajes, y luego pasa el tiempo y ese alguien se convierte en una sombra permanente o en un peso apagado y seco

Pero estos cinco cuentos lo son (cuentos, quiero decir) porque en todos ellos irrumpe alguna presencia inesperada, o bien alguna ausencia más tangible que la mayoría de las presencias, para desencadenar algo. Alguien zarandea a los personajes, y luego pasa el tiempo y ese alguien se convierte en una sombra permanente o en un peso apagado y seco, y a la violencia le cuesta estallar, pero nunca despeja, convertida en una abstracción que lo vuelve todo más pesado, y toda la realidad parece sostenerse por los pelos, y la literatura de Samanta Schweblin adopta poco a poco la textura de una llamada en la noche que atendemos sabiendo que al otro lado no hablarán, y, sin embargo, habrá alguien cuya voz en silencio nos apelará hasta la raíz.

El buen mal

Samanta Schweblin
Seix Barral, 2025
208 páginas. 19,90 euros

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