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‘Natacha’, de Luisa Carnés: No hay paraíso para la mujer obrera

La versión escénica escrita y dirigida por Laila Ripoll rompe el delicado equilibrio entre el realismo social y el folletín establecido por la autora en su vigorosa novela

Isabel Ayúcar, Andrea Real y Natalia Huarte, en una escena de 'Natacha', en el Teatro Español.Javier Naval (Teatro Español)

En los albores de la II República había un millón de mujeres asalariadas. Nacida en una familia de clase media venida a menos, Luisa Carnés, autora de Natacha, hubo de entrar de aprendiz de sombrerera con 11 años de edad, como Natalia Valle, protagonista de su novela. Por su labor cobraba una peseta, lo mismo que costaba una edición barata del género narrativo. Leyendo, se convirtió en escritora autodidacta. Comulgaba con la literatura rusa, “con ese alma eslava compleja, creyente y escépt...

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En los albores de la II República había un millón de mujeres asalariadas. Nacida en una familia de clase media venida a menos, Luisa Carnés, autora de Natacha, hubo de entrar de aprendiz de sombrerera con 11 años de edad, como Natalia Valle, protagonista de su novela. Por su labor cobraba una peseta, lo mismo que costaba una edición barata del género narrativo. Leyendo, se convirtió en escritora autodidacta. Comulgaba con la literatura rusa, “con ese alma eslava compleja, creyente y escéptica, buceadora en sí misma, que me hace creer y dudar de todo a la vez”.

Natalia Valle, la niña obrera cuyo hipocorístico titula esta segunda novela de Carnés, se subordina a un varón por necesidades económicas, como Natacha Filippovna, heroína de El idiota, de Dostoievski, pero acaba reaccionando ante un sino adverso con la misma radicalidad que Natasha Rostova, la enamorada del príncipe Andréi en Guerra y paz. En la primera parte de Natacha, ejemplo espléndido del realismo social de preguerra, Carnés muestra cómo la protagonista va forjando su carácter en el roce con su familia, desde la niñez hasta la juventud, pero también en el encuentro con figuras masculinas fantasmales y con sendos coros formados por sus vecinitas y sus compañeras de fábrica.

La segunda parte es un folletín, un melodrama sacudido por mil vaivenes emocionales, narrados con un efectismo cinematográfico

En la segunda parte (Carnés prefiere llamarla: “Jornada segunda”, como en el teatro), las peripecias, los sentimientos y el punto de vista de Natacha se convierten en el eje de la novela, cuya versión escénica acaba de estrenarse en Madrid, escrita y dirigida por Laila Ripoll. Esta jornada postrera es un folletín, un melodrama sacudido por mil vaivenes emocionales, narrados con un efectismo cinematográfico. La versión teatral, producida por el Teatro Español, pasa por alto o muy por encima cuanto se refiere a la infancia y a la adolescencia de su protagonista, a pesar de la importancia que tales episodios tienen para entender el porqué de su conducta arisca y su actitud distante.

Con una prosa precisa, punzante, la autora va trenzando una serie de aguafuertes sobre la vida dura de la clase trabajadora, que en este montaje de pequeño formato se nos hurtan, para poner de relieve exclusivamente lo relativo a los sentimientos íntimos de la joven sombrerera. También echamos en falta escenas clave como la del regreso de Natacha al despacho de Don César, para devolverle su dinero; y el episodio del viaje en coche, en el que un gesto determinará que la moza acepte lo que minutos antes le parecía inadmisible. Al pasar por alto tales acontecimientos, el proceder posterior de Natacha no se comprende cabalmente.

Natalia Huarte hace una composición fantástica de su personaje homónimo: le dota de una sensualidad ascética, de una angustia palpitante

En esta adaptación centrada en los amores de Natacha con Gabriel Vergara, se rompe el delicado equilibrio que la novela guarda entre el realismo social y el folletín, género este que se acaba imponiendo con claridad. Por su complexión corpulenta, Fernando Soto no parece ese “anciano apoplético” que es Don César, en palabras de Carnés. Además, entre él y Natalia Huarte debiera haber más de 30 años de diferencia, para crear entre ellos esa distancia abismal que traza la autora en su plan dramático.

Huarte hace una composición fantástica de su personaje homónimo: le dota de una sensualidad ascética, de una angustia palpitante. Su actitud y su escucha son formidables. Pepa Pedroche interpreta a la aviesa tía de Natacha con una impronta melodramática exacta: da pavor escucharla en su escena final. Jon Olivares compone la figura de Vergara, ya casado, seductor y elegante, con una convicción y un empaque mucho mayores que la figura del estudiante jovencito del principio. Entre él y Natacha hay magnetismo. Isabel Ayúcar le saca partido al papel de Salud, y Andrea Real cumple con su papel de esposa enfermiza.

Natacha

Texto. Luisa Carnés. Adaptación y dirección: Laila Ripoll

Reparto: Natalia Huarte, Jon Olivares, Pepa Pedroche, Fernando Soto, Isabel Ayúcar y Andrea Real

Teatro Español. Sala Margarita Xirgu. Hasta el 30 de marzo.



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