Memoria de Mallorca contra la ignorancia del presidente Le Senne
Se recupera el clásico ‘Los grandes cementerios bajo la luna’, de Georges Bernanos, aparecen nuevas investigaciones sobre Aurora Picornell y se traduce la novela ‘Guerra de infancia y de España’, de Fabrizia Ramondino, inspirada en su propia experiencia
Desde luego, Baleares tiene motivos para enorgullecerse de su cultura política: aquí suelen probarse por primera vez experimentos que luego definirán el panorama nacional. Recuerden que en los sesenta lideramos el boom turístico y en los últimos noventa y primeros dos mil adelantamos la corrupción del PP o las dificultades propias de gobiernos multipartitos progresistas. Tres logros admirables.
Al principio de la actual legislatura, la presidenta Prohens se las arregló para dejar a Vox fuera de las consejerías, pero tra...
Desde luego, Baleares tiene motivos para enorgullecerse de su cultura política: aquí suelen probarse por primera vez experimentos que luego definirán el panorama nacional. Recuerden que en los sesenta lideramos el boom turístico y en los últimos noventa y primeros dos mil adelantamos la corrupción del PP o las dificultades propias de gobiernos multipartitos progresistas. Tres logros admirables.
Al principio de la actual legislatura, la presidenta Prohens se las arregló para dejar a Vox fuera de las consejerías, pero tragó con un presidente del Parlament perteneciente al partido verde-camuflaje, Gabriel Le Senne, que se disputa con el ínclito Juan Manuel García Gallardo el puesto de mejor ejemplo de lo que cabe esperar de la ultraderecha en cuanto ocupa puestos institucionales: ya no desfachatez o radicalidad, sino un amateurismo bastante chistoso, un zopenquismo no muy ilustrado.
No es de extrañar que el partido demócrata de Kamala Harris haya descubierto el filón electoral que supone burlarse del adversario con el calificativo weird (raros grotescos, en una traducción-no-tan-traducción), porque ese es exactamente el punto débil de los próceres de la reacción alrededor del mundo. Como sabía el sociólogo Carlo Cipolla, los malvados son peligrosos, pero los tontos, mucho más. Y un tonto ridículo, añado yo, ni les cuento. Hay una bella palabra catalana que resume ese tipo de perfil: cabrum.
En el caso que nos ocupa, Le Senne es una ilustre autoridad que viene de buena familia, celebrador de la insurrección trumpista en el Capitolio, supernumerario del Opus (es decir, alguien impermeable a cualquier espiritualidad), exalumno de los jesuitas (una escudería que, a decir verdad, solía engendrar ejemplares de mayor finezza), y el hombre que el pasado 19 de junio, en sede parlamentaria, rompió una foto de Aurora Picornell, principal símbolo de la represión franquista en Mallorca.
Durante aquella sesión se debatía la derogación de la Ley de Memoria Histórica de la Comunidad, y las dos socialistas adscritas a la Mesa de la Cámara, Pilar Costa y Mercedes Garrido, adhirieron a la cubierta de sus ordenadores los retratos de conocidas víctimas del alzamiento, en particular, Picornell. Tras solicitarles que retiraran las imágenes para preservar la neutralidad de la institución, y en vista de su negativa, Le Senne lanzó un manotazo que hizo trizas el folio impreso con la fotografía de Picornell. Luego afirmaría que no quiso romper el papel, sino cerrar el portátil de Garrido. Bueno, si la intención fue esa, menudo consuelo: se trataría de un comportamiento solo levemente menos asnal, además de una exhibición de notable puntería dirigida al propio pie.
Para decirlo todo, la idea de que esas fotografías implicaban un mensaje partidista no carece de lógica y verdad, e imagino que las dos políticas socialistas, con años de astucia parlamentaria, lo saben. Pero es que he aquí precisamente el problema que supone Vox para la democracia: el partido desea que condenar fusilamientos sea un asunto ideológico y no sentido común compartido. En todo caso, como Le Senne es más aficionado a leer panfletos ultraliberales de origen anglosajón que a indagar en las raíces de la sociedad a la que debería servir, no estará de más recomendarle algunas referencias bibliográficas.
En una sesión del Pleno del Parlamento, Le Senne lanzó un manotazo que hizo trizas la fotografía de Picornell
En primer lugar, el clásico inexcusable cuando se habla de la Guerra Civil en las islas lo escribió un francés ultracatólico que pertenece a la larga tradición antimoderna de aquel país. Hablo de Georges Bernanos y Los grandes cementerios sobre la luna, un relato entre la memoria y el acto de guerra en el que explica por qué le bastaron unas pocas semanas de contienda para retirar su apoyo al bando nacional y escandalizarse con la violencia que desplegó en la isla donde él residía.
Hay pocas experiencias más vigorizantes que leer a un antimoderno francés: las frases de Bernanos parecen zurriagazos, su santa indignación se combina con golpes inesperados de piedad universal. Como habla muy claro, no cabe descartar que Le Senne logre desentrañar el mensaje que le traslada el autor: lo que ocurrió en la isla fue una campaña de Terror azuzada por una iglesia y una burguesía espoleadas por “el miedo y el odio”, “el miedo y la venganza”. Don Gabriel (Don, por supuesto: tiene 47 años, pero muchas horas de tertulia falangista en sus oídos), atienda: ¡esos no son piropos!
Para quien desee atribuir a las Rojas del Molinar (sobrenombre que reciben Picornell y sus compañeras asesinadas, en referencia al barrio pesquero del que provenían) una amenazante maldad satánica, Los grandes cementerios sobre la luna recoge unas declaraciones del jefe local de Falange, el marqués de Zayas (siempre hay un marqués de Zayas en Mallorca), con fecha de 1934: en aquel entonces, en la isla era imposible encontrar “cien comunistas realmente peligrosos”. ¿Cómo iba a tener tiempo ese pueblo rural constreñido en un territorio minúsculo para alumbrar una rebeldía mínimamente sólida frente a los poderosos? Tres años después, en 1937, las Rojas recibían sus balazos.
La condena de Bernanos es furiosa y todos sus esfuerzos se dirigen a contagiarla entre los lectores de derechas, sus verdaderos interlocutores. Pero es que, como era católico y no beato, él sí creía en los pobres, esa categoría humana a la que el universo íntimo del presidente del Parlament balear es inmune. “Debemos expiar por los muertos”, concluye Bernanos, que hoy condenaría sin duda a Le Senne, si no al infierno, a la vergüenza eterna; y es que un antimoderno no se anda con bromas.
Ahora que una voz poco sospechosa (pese a su afición juvenil por el pensamiento de Proudhon) ha dejado en claro la naturaleza del marco central en que se desenvolvió el asesinato de Aurora Picornell, vayamos con la protagonista. Concedamos que Le Senne no es el único ciudadano que lo desconoce todo acerca del personaje, como demuestra la siguiente anécdota.
En octubre de 2022, cuando se identificaron al fin los restos mortales de Picornell y sus compañeras, la prensa local se llenó de artículos al respecto. El más revelador apareció en Última Hora. La autora aplaudía el rescate de aquellos huesos, pero iba más lejos al preguntarse si no sería más importante investigar en los archivos “a ver si escribió algo, para hacerlo público”. El caso es que los escritos de Aurora Picornell llevan publicados desde 2012 y tuvieron una segunda edición ampliada en 2016, conformando un libro que corrió a cargo del colectivo que lleva su nombre. ¡Si hasta tiene ISBN! Nadie corrigió a la articulista.
Aunque en este asunto sería injusto echarle nada en cara a un PSIB-PSOE que presidía la Comunidad cuando se produjo el hallazgo de las Rojas, lo cierto es que nos encantaría saber qué habría pensado de ese partido una militante comunista como Picornell. En todo caso, la naturaleza icónica de aquella mujer se debe a su juventud, su magnetismo en vida y la solidez de ese legado intelectual que la articulista de Última Hora estaba tan decidida a encontrar en a saber qué legajos perdidos.
Además, también abundan los escritos dedicados a su personalidad. Entre ellos destacan la biografía del historiador David Ginard (escrita en catalán; Comares publicó la traducción castellana) y el ensayo que le dedicó el catedrático de arquitectura Josep Quetglas, recogido en el volumen Restos de arquitectura y crítica de la cultura (Arcadia, 2017), con el título ‘Los ojos y la memoria’. Recomiendo en especial el texto de Quetglas, lleno de ideas y enmiendas furiosas a la oficialidad. Una de ellas consiste en rebatir un tópico muy repetido según el cual Picornell era “tan inculta como lista”. ¿Qué significa ser culto? ¿Conocer a Bach y acumular datos sofisticados? ¿O entender el verdadero tejido de la realidad social y dónde residen las exigencias de transformación colectiva? La primera de esas dos formas, propia de la clase dominante, le estuvo vedada a nuestra heroína y a todos los representantes de su clase trabajadora. En cambio, la segunda, dice Quetglas, le era propia y con ella descabezaba mentiras.
Partiendo de la remembranza de Picornell, el ensayo reivindica la cultura obrera (y la cultura para los obreros) y reclama que no le hagamos homenajes a esa joven valiente, sino que la revivamos y esparzamos su voz. Que su legado sea eficaz, que queme y desafíe al amo hoy mismo, ahora. Ojalá pudiese creer con certeza que el papel de Picornell en la polémica lesenneiana tuvo algo que ver con esto, y no con una instrumentalización de su figura por parte de herederas no del todo afines a sus convicciones más firmes. Como ya escribí en otro lugar, pensar en Picornell me lleva a intuir el eco cruel de las derrotas radicales: asesinada primero, reivindicada con paternalismo burgués después, convertida en mero adorno de buena conciencia que no exige escucharla y, finalmente, profanada de un manotazo. Por obrera, por mujer, por vencida. “¿Dónde encontrar hoy a nuestras compañeras?”, se pregunta Quetglas para acabar, y uno cree que Picornell dirigiría su mirada hacia los barrios donde no se adentran los turistas. Ya no es el caso de El Molinar, claro: como todos sabemos, la primera línea de costa es territorio perdido.
Pero ¡un momento!, notamos al alumno Le Senne un tanto inquieto. “Por qué hablar con tanto drama desde Mallorca”, se pregunta nuestro iconoclasta de guardia, “con lo bonita que es la isla y lo bien que se está en el beach club”. Sin duda, el paisaje mediterráneo invita al descanso y la magia, así que vamos a proponer una última lectura, que llega el lunes 2 de septiembre a las librerías de la mano de Libros del Asteroide, con prólogo del siempre fino Daniel Capó. Se trata de Guerra de infancia y de España, de la italiana Fabrizia Ramondino (Nápoles, 1936 – Gaeta, 2008).
Símbolo de la represión franquista en la isla, aquella mujer y otras compañeras fueron asesinadas en 1937
El libro induce a dos equívocos: dar por hecha su naturaleza estrictamente autobiográfica, puesto que en ella también interviene la imaginación; y creer que no habla de la Guerra, o de las Guerras, solo porque estas permanecen en segundo plano. A poco que se despiste, Le Senne podría dar por válido que, en efecto, Ramondino solo recoge en estas páginas belleza bucólica y tranquilidad espiritual. Sin embargo, al fondo del relato asoman los conflictos bélicos y la desigualdad social, con una sutileza que entronca con grandes corrientes tanto europeas como específicamente italianas. Es un magnífico libro cuya recuperación para el público en lengua castellana constituye una gran noticia, incluso para los cargos públicos.
“El espacio crea el tiempo y no a la inversa”, advierte Capó antes de que nos adentremos en esta historia de una niña, hija del Cónsul de la Italia fascista en Mallorca, que crece en una preciosa finca llamada Son Batle mientras a lo lejos la gente se mata. Fiel a la perspectiva y el punto de vista de la voz narrativa en primera persona de esa niña, Ramondino carga las tintas donde lo exige el relato, es decir, en los constantes descubrimientos que le depara el entorno. De ahí la frase del prologuista, puesto que el ritmo natural de la isla impone su serenidad a cada experiencia. Así lo explica la autora: “El tiempo de Son Batle, además, no tenía una finalidad: no existía nada que debiera suceder; nadie nos decía, por ejemplo, que debíamos crecer, tal vez porque las guerras disuaden a los adultos de decir a los niños cosas por el estilo”.
Las historias de la pequeña Fabrizia giran en torno a insectos, árboles, fiestas, juegos misteriosos, presencias adultas a medio revelar, frutos secos, lenguas secretas (porque ella aprende el catalán que sus padres ignoran: de ahí salen pasajes de una belleza fantástica)… Sin embargo, insistamos en que la corriente subterránea de violencia jamás desaparece, y en ocasiones estalla de un modo terroríficamente explícito. Por ejemplo, cuenta Ramondino que “cuando llegamos a la isla, a finales de febrero, […] en previsión de nuestra llegada, en efecto, habían matado a todos nuestros enemigos”. El año es 1937. Las Rojas del Molinar fueron acribilladas el 5 de enero.
La belleza del entorno consular es compatible con el escalofrío que provoca su condición de vencedores. El amor al padre se mezcla con ambigüedades que también él experimenta, y la fe religiosa, con la certeza de la crueldad divina. Los sirvientes pertenecen a otra esfera de las cosas, cálida y humilde, orgullosa a su manera. Los grandes cementerios sobre la luna llega a la casa por valija diplomática, saltándose la censura. La adultez es cruel. La infancia, una lista de regalos exquisitos pero también muchos interrogantes. La guerra es el recuerdo extraño de “un dedo en el culo”. En cuanto a la isla, su destino es convertirse en el Paraíso Perdido de la familia Ramondino, de vuelta a Europa al final del libro, entre congojas de posguerra.
Guerra de infancia y de España no es un libro que ofrezca respuestas ni hipótesis, se limita a alzar un mundo y luego verlo cerrarse. ¿Qué podría aprender en él el manirroto Le Senne, si se aplicara a ello fuerte, muy fuertemente? Que la realidad es multiforme y que los destinos de todos nosotros se entretejen irremediablemente. Por ejemplo. Y que la literatura empieza a salvarnos cuando nos ayuda a comprenderlo.
Lecturas recomendadas
Los grandes cementerios bajo la luna, de Georges Bernanos. Traducción de Juan Vivanco. Pepitas, 2024. 256 páginas, 21,90 euros.
Restos de arquitectura y crítica de la cultura, de Josep Quetglas. Arcadia, 2017. 336 páginas, 20 euros.
Guerra de infancia y de España, de Fabrizia Ramondino. Traducción de Celia Filipetto. Libros del Asteroide, 2024. 500 páginas, 26,95 euros.
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