Byung-Chul Han y la mente esperanzada

Uno se convierte en aquello que piensa. A partir de esa antigua idea budista, el filósofo reúne citas de Wittgenstein, Camus o Heidegger en un ensayo para afrontar el miedo

'String-Theory (Teoría de cuerdas)', 2012-2018, de Anselm Kiefer. Imagen incluida en el interior del libro 'El espíritu de la esperanza'.Anselm Kiefer (EDITORIAL HERDER)

La esperanza es asunto de la teología y el marxismo. Puede ser trascendental o histórica. Para los griegos fue un consuelo, para los cristianos, una confianza que nos pone en marcha hacia lo divino. Spinoza creía que era mejor vivir sin esperanza y ceñirse a la razón. Gabriel Marcel la concibe como una apertura al misterio, Ernst Bloch como un resto del hambre originaria, de ese tiempo en el que sujeto y objeto todavía no se habían disociado. La esperanza alienta la reconciliación, que Bloch asocia al materialismo dialéctic...

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La esperanza es asunto de la teología y el marxismo. Puede ser trascendental o histórica. Para los griegos fue un consuelo, para los cristianos, una confianza que nos pone en marcha hacia lo divino. Spinoza creía que era mejor vivir sin esperanza y ceñirse a la razón. Gabriel Marcel la concibe como una apertura al misterio, Ernst Bloch como un resto del hambre originaria, de ese tiempo en el que sujeto y objeto todavía no se habían disociado. La esperanza alienta la reconciliación, que Bloch asocia al materialismo dialéctico (un futuro ideal y utópico) y los místicos a la capacidad de hacer presente el origen.

Byung-Chul Han arranca el libro con una serie de lugares comunes que no está de más recordar. La mente tétrica produce catástrofes. La mente en paz produce dicha. Una antigua idea budista. Uno se convierte en aquello que piensa. Ese es el misterioso mecanismo del mundo. La mente, como la literatura y el arte, diseña los escenarios históricos. El miedo convoca el apocalipsis: pandemias, guerras, desastres climáticos. La obsesión por el control deriva en catástrofe. El miedo no sólo es una amenaza para la democracia, es una amenaza para la vida misma. El miedo hace organismos enfermos, multiplica las fobias, el racismo y el resentimiento. El miedo es además una vieja estrategia de dominio, vuelve a las personas manipulables. Lo hemos visto recientemente a nivel global. Los atemorizados lo defienden: es una estrategia de supervivencia, de cautela, que permite evitar peligros. Desvarían. Donde hay miedo es imposible la libertad. Al menos así lo ven los místicos de corazón enamorado. “No haya ningún cobarde. Aventuremos la vida. Pues no hay quien mejor la guarde, que el que la da por perdida”. Esa es la actitud que propone Teresa de Ávila. Una actitud confiada, esperanzada, que decanta el convencimiento de que el mundo tiene sentido.

La esperanza no habita en el futuro, como dice Han. La esperanza es condición de la vida misma. Un asunto del presente.

Goethe decía que sólo se puede conocer lo que se ama. Cuánto más profundo sea ese amor, más profundo será el conocimiento. De ahí que un artilugio mecánico, incapaz de amar, no pueda conocer nada. La atención ha de ser guiada por Eros. El amor no nos hace ciegos, sino videntes. El amor no distorsiona la realidad, sino que la revela. Lo escribió Max Scheler, un filósofo erotizado. Rememoraba el gran Platón: “El conocimiento es un acto amoroso”, y a su discípulo Agustín, “sólo conocemos lo que amamos”. Hoy hemos dejado el conocimiento en manos de especialistas y máquinas. El saber de la máquina es frígido, el del especialista estrecho, falto de perspectiva, angosto. Han nos recuerda que esta palabra es hermana de angustia. Vivimos tiempos de congoja, aflicción y ansiedad. No se confundan estas emociones con la desesperación. No vivimos desesperados, vivimos ansiosos. Kierkegaard pensaba que la desesperación (y no la razón) era el sello de lo humano. Una inclinación que favorecía la aparición de su contraparte, la esperanza. La angustia es un temor opresivo sin causa precisa. La desesperación es más teatral y colérica, más creativa. Abre el campo, no lo cierra, como la angustia.

Los últimos libros de Han son colecciones de citas, que luego se engarzan, parafrasean y amplían con cierta elegancia. Son libros fichero, libros collage, breves y didácticos. Carecen de originalidad, pero son necesarios. Vemos desfilar a Wittgenstein, Camus, Heidegger, Arendt, Kafka, Erich Fromm y Nietzsche entre otros. El filósofo surcoreano acierta al señalar que el culto al optimismo aísla a las personas, las vuelve egoístas y suprime la empatía. El sufrimiento ajeno deja de interesar. Cada uno se ocupa sólo de sí mismo, de su propia felicidad y bienestar. No importa que esa felicidad sea una mascarada erigida en redes. Se trata de algo muy neoliberal. El culto al optimismo hace la sociedad insolidaria. Pero, además, se trata de un error estratégico. El monje budista Śāntideva lo advirtió. “Todos los atormentados de este mundo lo son por el deseo de ser felices. Todos los dichosos lo son por el deseo de que otros lo sean”.

Una última reflexión. La esperanza no habita en el futuro, como dice Han. La esperanza es condición de la vida misma. Un asunto del presente. Se mueve hacia adelante y hacia atrás, se proyecta en el futuro y busca el origen. La esperanza promete y recuerda. Se parece a la libertad en que ambas se crean a sí mismas. La esperanza es ese relato que infunde temple y fortaleza para afrontar riesgos y dificultades. Se desdobla y guía la acción, mientras presenta el mundo bajo una luz diferente: la luz del origen.

El espíritu de la esperanza

Byung-Chul Han
Traducción de Alberto Ciria
Herder, 2024
144 páginas, 14 euros

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