El animal que seguimos siendo
Dedicada a la ecología, la investigación y las artes, la Fundación Cerezales acoge una muestra que indaga en la historia reciente de España para desnaturalizar la percepción humana de las bestias
Cerca del nuevo edificio de madera de alerce, donde están la sala de exposiciones, las aulas y un gran auditorio, hay un moderno establo con un espacio atípicamente amplio para cada animal. Allí convive la vaca Bonita con los bueyes Rogante, Lindo, Pardo y Lucero, aunque ahora están fuera, pastando en la compañía del burro Quintín. En la Fundación Cerezales nos explican que han tenido que acotar el terreno de hierba fresca y así evitar que coman demasiado, porque pueden enfermarse (hace no mucho ...
Cerca del nuevo edificio de madera de alerce, donde están la sala de exposiciones, las aulas y un gran auditorio, hay un moderno establo con un espacio atípicamente amplio para cada animal. Allí convive la vaca Bonita con los bueyes Rogante, Lindo, Pardo y Lucero, aunque ahora están fuera, pastando en la compañía del burro Quintín. En la Fundación Cerezales nos explican que han tenido que acotar el terreno de hierba fresca y así evitar que coman demasiado, porque pueden enfermarse (hace no mucho perdieron un buey por ese motivo). Cuando nos acercamos a verlos, no se inmutan. Les hacemos algunas fotos. Es difícil evitar las dinámicas del zoológico, hasta en un lugar como este, en el que los animales son “para vida” (es decir, que no tienen función productiva, que son también “para nada”). El comisario Lluís Alexandre Casanovas lleva años atento a este proyecto único en España, que combina la ecología con la investigación, el desarrollo y la promoción de las artes, y les propuso organizar la exposición Lo animal en España, 1920–1964.
El comisario quiere desnaturalizar nuestra concepción de los animales y darle un sentido histórico, explicar que no siempre hemos entendido así a los otros seres que nos rodean y que la percepción está marcada por una serie de cambios característicos de la modernidad. Por eso, la muestra parte de tres premisas teóricas que situaron al hombre del tardío siglo XIX en una posición incómoda respecto a esa naturaleza que creía dominar y poseer por entero. Desde las teorías de Darwin, nos emparentaron con los simios, hasta el desarrollo técnico, que fue adaptando sus labores agrarias y de transporte, pasando por la psicología dinámica, que nos reveló más cercanos y vulnerables a los instintos y descontroles del mundo animal, la muestra quiere investigar todas esas variaciones durante los años más revueltos del siglo XX español.
Para explicar las condiciones de partida, se enseña material tan diverso como a la apicultora de la Cueva de la Araña en Bicorp (Valencia), de hace unos 7.000 años, en un dibujo de Eduardo Hernández-Pacheco de 1924 incluido en la monografía que desafió las ideas sobre de Henri Breuil, y también los libros, traducidos e ilustrados en 1920, del naturalista Jean-Henri Fabre. La relevancia de estos libros alcanza cotas inusitadas: Luis Buñuel abandonó sus estudios de ingeniería agrónoma y se pasó a las ciencias naturales tras leer a Fabre (“una obra que encuentro superior a la Biblia”) mientras vivía en la Residencia de Estudiantes. El interés entomológico en el primer Buñuel, que hemos acostumbrado a leer solo a partir de las referencias surrealistas, tiene un primer sentido científico: el metraje de una colonia de hormigas rojas que vemos en Un perro andaluz fue proporcionado por Carlos Velo, biólogo y documentalista y fundador del Cineclub de la Federación Universitaria Escolar.
Muy cerca de estos intercambios están las primeras traducciones que Luis López-Ballesteros hizo de las obras Freud y los restos documentales de la extraña pesquisa de un jesuita, el padre José Antonio de Laburu, quien intentó combinar el psicoanálisis con los dogmas de la Iglesia católica. No tuvo mucho éxito, pero dejó un fondo fotográfico algo siniestro con animales sometidos a experimentos para indagar en las oscuridades de la razón. Con este material también ha trabajado Txuspo Poyo, uno de los artistas contemporáneos con comisiones en la muestra. Poyo juega con estos gabinetes pedagógicos de instituciones educativas religiosas para generar vanitas científicas en vídeo y fotografía.
La II República vivió una revolución intelectual sobre la convivencia con la naturaleza previa al productivismo del franquismo
La II República vivió los años de una revolución intelectual sobre el mundo animal y la convivencia con la naturaleza, aunque en ocasiones la perspectiva metropolitana y el furor científico adelantaron la visión productivista que el Franquismo llevaría hasta sus últimas consecuencias. Los encargados de llevar el cine a los pueblos en las misiones pedagógicas con frecuencia no entendían la fascinación de los niños de las zonas rurales por la representación en el cine de aquello que veían cotidianamente, ni su desinterés por los espacios exóticos y por las imágenes de grandes ciudades, pues a pesar de la bonhomía humanista que dirigía todo el proyecto, la perspectiva de la Institución Libre de Enseñanza era marcadamente metropolitana. Sin embargo, son las generaciones de artistas surgidas en esta época las que logran romper con la dicotomía campo-ciudad con una forma de producción que escapa las directrices académicas. La escultura Monumento a la paz, de Alberto Sánchez, parece posar a unas figuras estilizadas que apuntan al cielo en unos pedestales similares a un hormiguero. Y un rotundo pingüino, del más desconocido escultor de talla directa Mateo Hernández, funciona a la perfección para ilustrar otro modo de contemplar y ver a los animales. Hernández deja claro que no quiere representar “a un pingüino, sino a El pingüino” y por tanto toma una primera decisión de alejarse del discurso científico y pensar el realismo desde otro lugar. Si bien la mayor parte de su trabajo se desarrolló en Francia, donde vivió desde los años veinte, en su ciudad natal de Béjar (Salamanca) hay un museo dedicado enteramente a su obra. En la exposición se evita recurrir a la tríada Picasso-Dalí-Miró para dedicar la atención a otros nombres que brillan con solidez e independencia, como es el caso de Delhy Tejero.
Este foco nos permite entender los momentos más convulsos del siglo más allá de la mera idea de “representación”: desde la “batalla de l’ou” impulsada por la Generalitat de Catalunya en plena Guerra Civil, con el objetivo de lograr el autoabastecimiento de huevos en un momento de gran escasez de proteínas, a los catecismos franquistas para dirigir la producción del campo español en la posguerra. En la amplia colección de catecismos dispuestos, sí que es posible entender un cambio respecto a la época inmediatamente anterior: los animales son presentados únicamente como máquinas en un momento de retroceso técnico y la sabiduría tradicional es anulada por una educación vertical y dirigida. Es también la época de la plaga del escarabajo de la patata, que los fascismos califican de arma biológica estadounidense. Un documental del Marqués de Villa Alcázar los muestra llegando en paracaídas para acabar con los cultivos españoles.
La exposición evita de forma consciente dedicar espacio a la tauromaquia y a la caza, pero sí debate ampliamente las nociones de dominio y domesticación, y deja un hueco a la lectura colonial, con ejemplos como la agencia Ikunde del Ayuntamiento de Barcelona, encargada de capturar especímenes exóticos en la colonia española en Guinea. Así llegó Copito de Nieve al zoo de Barcelona. Aunque la cronología se cierra en los albores del sistema desarrollista, es inevitable la pregunta sobre de qué modo nuestra relación con los animales está hoy marcada por un voluntario y sistemático ocultamiento de su sufrimiento.
‘Lo animal en España, 1920-1964′. Fundación Cerezales. Cerezales del Condado, León. Hasta el 25 de agosto.
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