‘Primavera revolucionaria’, de Christopher Clark: una llamarada europea

El libro del reconocido profesor, especialista en la Alemania del siglo XIX, reevalúa la convulsión política de 1848-49 como “la única revolución auténticamente europea que ha habido jamás”

Gran barricada delante del ayuntamiento de Colonia, la noche del 18 al 19 de marzo de 1848.Fine Art Images / Heritage Images / Getty Images

Lo ocurrido en 1848-49 solía entenderse como la última de las grandes convulsiones políticas que habían sacudido Europa a la sombra de la Revolución Francesa, el cierre de un ciclo de revoluciones liberales o burguesas: 1820, 1830 y…1848, recitábamos de carrerilla. Se le atribuían rasgos específicos, eso sí, como algunos avances democráticos y, sobre todo, el protagonismo de los movimientos nacionalistas en una verdadera primavera de los pueblos. Y eso era casi todo. En realidad, aquellos acontecimientos se d...

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Lo ocurrido en 1848-49 solía entenderse como la última de las grandes convulsiones políticas que habían sacudido Europa a la sombra de la Revolución Francesa, el cierre de un ciclo de revoluciones liberales o burguesas: 1820, 1830 y…1848, recitábamos de carrerilla. Se le atribuían rasgos específicos, eso sí, como algunos avances democráticos y, sobre todo, el protagonismo de los movimientos nacionalistas en una verdadera primavera de los pueblos. Y eso era casi todo. En realidad, aquellos acontecimientos se disolvían en múltiples historias nacionales, donde 1848 conllevaba el despertar de conciencias patrióticas —fueran alemanas, italianas o húngaras— y su frustración provisional. Sin embargo, y como prueba este impresionante libro de Christopher Clark, capaz de resumir y reinterpretar lo mucho que se ha escrito sobre la materia, se convirtió en “la única revolución auténticamente europea que ha habido jamás”.

Clark, profesor australiano en la Universidad de Cambridge, es un profesional muy reconocido, uno de esos maestros anglófonos que logran erigirse en celebridades académicas. Especialista en la Alemania del largo siglo XIX, publicó, por ejemplo, una extensa historia de Prusia y una biografía del káiser Guillermo II, que procuraba rebajar el impacto negativo de aquel estrafalario monarca. Su fama se redondeó en 2012 con Sonámbulos, repaso minucioso a la dinámica diplomática que condujo a la Primera Guerra Mundial. El reparto de responsabilidades entre las potencias implicadas le valió una notable popularidad en los medios alemanes, donde unos años después se discutió un informe suyo que exculpaba a la antigua familia imperial, los Hohenzollern, de un apoyo sustantivo al nazismo. Ahora se plantea un desafío aún mayor, el de exponer en toda su complejidad los trastornos revolucionarios de mediados del Ochocientos.

No constituye un reto fácil. El propio autor lo confiesa, una y otra vez, cuando reconoce que la variedad de lo acontecido y sus desajustes temporales complican la síntesis. Para afrontarlo, dispone de varias herramientas, bien probadas por la historiografía de matriz británica, y de una aguda sensibilidad hacia las últimas tendencias de la disciplina. De entrada, Clark es un excelente narrador, cuya prosa brilla al contar las mil y una historias que recorrieron el “archipiélago europeo”, sirviéndose de innumerables testimonios e investigaciones. Describe como nadie las escenas clave, recoge detalles curiosos y retrata a personajes variopintos. Cómo olvidar la peripecia del adoquín parisino, entre el pavimento y la barricada, las burlas en forma de conciertos gatunos o la imagen del pinturero Giuseppe Garibaldi, cuya indumentaria nos recuerda las de Dolce & Gabbana.

Las condiciones estructurales tuvieron su papel, pues sin ellas no se comprenderían las actitudes rebeldes o conservadoras de 1848, pero esa importancia no justifica las abundantes páginas que se dedican a crisis y malestares laborales sin relación aparente con las revoluciones. Porque, según Clark, pesaron más las demandas de representación política, las convergencias y divisiones entre liberales y radicales, la intensidad de las movilizaciones, la distribución de armas, las decisiones de gobernantes que aceptaron las reformas demasiado tarde o cambiaron el rumbo de las revueltas con giros imprevistos, los azares y malentendidos. Federico Guillermo IV de Prusia apaciguó los ánimos saliendo a la calle sin protección, el papa Pío IX no sabía cómo lidiar con su extraña conversión en icono del nacionalismo italiano. Nada estaba predeterminado en aquel caos fluido, donde los conspiradores perdieron la iniciativa en favor de redes y jefaturas tejidas en cafés, clubes, asambleas y plazas abarrotadas.

'Las cinco jornadas de Milán', obra de Baldassare Verazzi (1819-1886). De Agostini / Getty Images

Por otro lado, y de acuerdo con la historiografía reciente, Clark da la debida relevancia a los elementos culturales y simbólicos, también a los emocionales, se fija en los grupos marginados e ilumina los fenómenos transnacionales, europeos y globales. Uno de sus capítulos más logrados se dedica al concepto de emancipación y a sus repercusiones para esclavos, judíos, gitanos y mujeres. Aunque estas últimas no participasen en la vida política legal y fracasaran sus reivindicaciones feministas, representaron roles significativos, como auxiliares o testigos. Desde una perspectiva continental, las transferencias de unos países a otros no se contemplan como la mera difusión del triunfo republicano en París, esquema habitual en los manuales, sino como el influjo de ideas y noticias que volaban, se reinterpretaban y trastocaban los escenarios, de Palermo a Budapest, pasando por París, Viena, Milán o Berlín, hasta la Martinica y Chile, sin despreciar la geopolítica que permitió los respaldos internacionales cruzados o el trasiego de revolucionarios de oficio, algunos de los cuales acabaron en América o en el Imperio Otomano.

Conviene señalar y agradecer, además, la inusual atención que presta Clark al caso de España, ausente en la mayoría de los panoramas generales y que desmiente de un modo rotundo la excepcionalidad peninsular: “Sus insurgencias revelaron las aspiraciones y el espectro familiar en Europa”, afirma. Hubo un 48 español, reprimido por el gobierno moderado y resonante en los levantamientos progresistas de 1854. Pero, más allá de estas fechas, los españoles compartieron con los demás europeos problemas, posibles soluciones y vaivenes políticos, desde la Constitución de 1812, uno de los modelos que más circularon, hasta las estrategias postrevolucionarias, centradas en la estabilidad y el desarrollo económico. Para ilustrarlo, el autor ha consultado fuentes de primera mano, pero se ha basado ante todo en obras que ponen de relieve la calidad de nuestra producción historiográfica, en la que sobresalen las aportaciones de investigadores jóvenes.

Clark se empeña en buscar similitudes entre aquel tiempo y el nuestro, y las encuentra —de forma algo forzada— en las incertidumbres, las protestas difusas, las noticias falsas o los asaltos a parlamentos. Más solidez adquieren sus conclusiones sobre ese “desorden interconectado” que, si bien se vio reducido por fuerzas reaccionarias que aún mantenían una innegable legitimidad entre millones de personas, dejó una fecunda herencia de prácticas e ideologías de masas. Desde un nacionalismo liberal hasta el embrión de programas socialistas. En definitiva, el estudio de esa “llamarada solar” —como dice Clark— que ardió en la Europa de 1848-49 nos deja una lección acerca de lo interesante que puede resultar una historia bien investigada y mejor contada, que atiende a lo complejo sin renunciar a las generalizaciones. Una buena historia.

Primavera revolucionaria. La lucha por un mundo nuevo, 1848-1849

Christopher Clark
Traducción de Eva Rodríguez Halffter
Galaxia Gutenberg, 2024
984 páginas, 44 euros

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