El muy ilustrado enredo de los piratas de Madagascar
‘Ilustración pirata’, la obra póstuma del antropólogo y activista David Graeber sobre la aventura utópica de los bucaneros asentados en la isla, promete mucho, pero resulta un galimatías
Es imposible no temblar de emoción y caer literalmente de rodillas cuando en el prefacio de un libro te encuentras esto: “Contemos, pues, una narración de magia, mentiras, batallas navales, princesas secuestradas, caza de humanos, reinos de pacotilla y embajadores fraudulentos, espías, ladrones de joyas, envenenadores, adoración satánica y obsesión sexual, que es lo que subyace al origen de la libertad moderna”. Tras lo que el autor escribe: “Espero que el lector se divierta tanto como me he divertido...
Es imposible no temblar de emoción y caer literalmente de rodillas cuando en el prefacio de un libro te encuentras esto: “Contemos, pues, una narración de magia, mentiras, batallas navales, princesas secuestradas, caza de humanos, reinos de pacotilla y embajadores fraudulentos, espías, ladrones de joyas, envenenadores, adoración satánica y obsesión sexual, que es lo que subyace al origen de la libertad moderna”. Tras lo que el autor escribe: “Espero que el lector se divierta tanto como me he divertido yo”. ¡Y además la cosa va de piratas!
Desgraciadamente, después de tan formidable incitación a la lectura lo que el antropólogo y activista estadounidense David Graeber ofrece en Ilustración pirata (Ariel, 2024), subtitulado “bucaneros, alegres leyendas y democracia radical”, es menos un libro fascinante que, ay, un verdadero galimatías. Lo que se nos presenta como una obra revolucionaria y atrevida (y simpática) sobre los piratas, con la tesis de que los bucaneros instalados en Madagascar tuvieron, al difundirse en Europa las igualitarias formas de gobierno con que experimentaron, un papel en la génesis de la Ilustración (nada menos), acaba siendo un ejercicio de conocimiento histórico y antropológico exhibicionista y casi onanista.
El autor deja (eso sí) patidifuso al lector con su manejo de los datos más pormenorizados de la historia y la etnografía malgaches, no en balde hizo un amplio trabajo de campo allí y conoce ese complejo mundo insular de nombres intimidatorios (Betsimisaraka, Ratsimilaho, Ambonavola, Varangarombato) como la palma de su mano. La disertación es brillante y divertida, y provocadora, pero también enervante: es imposible, aunque trates de seguir enganchado, mantener el interés cuando Graeber se pone estupendo y te hace perder el hilo una y otra vez sacando datos, verdaderos y falsos (lo reconoce él mismo), como un mago conejos de la chistera. Todo para llevar agua a su molino.
Graeber (Nueva York, 1961-Venecia, 2020), hijo de un miembro de las Brigadas Internacionales y una sindicalista, fue un pensador genial, contestatario e iconoclasta, que juntó antropología y anarquismo en una curiosa síntesis. Le echaron de Yale por su radicalismo. Maurice Bloch le consideró el mejor teórico de la antropología de su generación y Peter Frankopan y Simon Sebag Montefiore, dos historiadores a los que siempre hay que hacer caso, se han deshecho en alabanzas de él. Entre sus obras, muchas de ellas publicadas en castellano, figuran la rompedora El amanecer de todo: una nueva historia de la humanidad, con David Wengrow; En deuda: una historia alternativa de la economía y Trabajos de mierda: una teoría (las tres también en Ariel).
Barbanegra o los ficticios Long John Silver y Sparrow probablemente se sorprenderían de que podamos verlos a ellos como figuras proletarias de liberación
En Ilustración pirata, se explora una de las ideas más atractivas relacionadas con la Edad de Oro de la piratería: que aquellos canallas degolladores que te podían hacer andar sobre la tabla fueran en realidad unos adelantados del pensamiento libertario. La verdad, Barbanegra o los ficticios Long John Silver y Sparrow probablemente se sorprenderían de que podamos verlos a ellos como figuras proletarias de liberación y sus barcos, ya sean La venganza de la Reina Ana, La Hispaniola o La Perla Negra, como experimentos democráticos de comunidades igualitarias que ondeaban la bandera de la utopía junto a la Jolly Roger. Pero Graeber lleva más lejos la idea sugiriendo que los reinos piratas, los reales y los imaginarios, de la costa este de Madagascar de los siglos XVII y XVIII (una suerte de Black Sails en el Índico) inspiraron el movimiento de la Ilustración (¡patapalo y Voltaire!). Y lo hicieron al alimón con sectores de la propia población malgache, mujeres incluidas.
Dicho todo esto, después de la galerna de episodios, nombres e hipótesis que te lanza encima Graeber (¡incluso notas en malgache!) de la que sales desarbolado y pensando que careces de punch intelectual para seguirlo (no sufran, ya somos mayorcitos: es culpa de él), la lectura de Ilustración pirata te deja un agridulce poso de cosas ininteligibles pero también retazos de historias y leyendas maravillosas. Entre ellas, el mito de Libertalia, la imagen de John Plantain, rey de la bahía de Ranter recibiendo en la playa con dos pistolas al cinto y sus muchas esposas; la peripecia del embaucador aventurero conde de Benyowsky que se creyó el rajá blanco de Madagascar; la magia amorosa o fanafody de las malgaches para conseguir hombres extranjeros… En fin, qué pena la distancia entre el libro que has leído y el que podrías haber leído.
Ilustración pirata
Traducción de Joan Andreano Weyland
Ariel, 2024
208 páginas. 20,90 euros
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