‘Poesía de los siglos XVI y XVII’: lo fugitivo permanece y dura
La brillante antología de Cátedra sobre la poesía española de los siglos XVI y XVII refleja la pérdida de la inocencia y el surgimiento de una primera modernidad lírica
Cada vez que agarro un libro de la colección Letras Hispánicas de Cátedra (que en 2023 cumplió 50 canónicos años), siento que estoy volviendo a la facultad y automáticamente se activa un proceso atávico que no solo pasa por rodearme de lapiceros y fichas, sino por notar claramente cómo se renueva en mí cierta ansiedad lectora, las ganas de aprender, la predisposición a repasar o incluso repensar por completo las principales columnas de nuestra literatura.
Sucede (casi) siempre con cualquiera de esos libros negros, pero es mucho más claro cuando, como en este caso, el volumen es d...
Cada vez que agarro un libro de la colección Letras Hispánicas de Cátedra (que en 2023 cumplió 50 canónicos años), siento que estoy volviendo a la facultad y automáticamente se activa un proceso atávico que no solo pasa por rodearme de lapiceros y fichas, sino por notar claramente cómo se renueva en mí cierta ansiedad lectora, las ganas de aprender, la predisposición a repasar o incluso repensar por completo las principales columnas de nuestra literatura.
Sucede (casi) siempre con cualquiera de esos libros negros, pero es mucho más claro cuando, como en este caso, el volumen es de los gordos e inclusivos y reúne a los más sobresalientes autores de poemas de los no en vano llamados Siglos de Oro de nuestras letras, esa nómina sencillamente gloriosa que, de Juan Boscán a sor Juana Inés de la Cruz, pasa por Garcilaso de la Vega, Diego Hurtado de Mendoza, santa Teresa de Jesús, Jorge de Montemayor, fray Luis de León, Fernando de Herrera, Francisco de Aldana, san Juan de la Cruz, Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, los hermanos Argensola (aunque por aquí sólo desfila Bartolomé, quedándose Lupercio en el banquillo), Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Jerónimo de Cáncer o Gabriel Bocángel.
Rimaban gerundios, es verdad, pero eran todos poetas maravillosos… La memoria sentimental del idioma castellano se hunde en la luminosa noche medieval (la lírica popular, los romanceros, los jolgoriosos juglares y los melancólicos trovadores que lanzaban al aire sus rimas —y los benditos y pacientes amanuenses y copistas que las inmortalizaban—, el Mío Cid, Juan de Mena, el Marqués de Santillana, Gonzalo de Berceo…), pero, tras la determinante bisagra de Jorge Manrique, fueron esos poetas del párrafo anterior los que, por una parte, supieron hacer sofisticada la poesía, liberarla de toda improvisación o de cualquier elementalidad prehistórica, y, por otra, entendieron de un modo definitivo e irreversible la importancia de la autoría, comprendida menos como presunción o negocio que como responsabilidad. Porque, si lo pensamos, ambas cosas están relacionadas: la autoría colectiva o la anonimia permitían un alegre desorden que se acabó de golpe con la manía de firmar, tan innovadora por estos lugares nuestros (y aunque la poesía popular, sin autor declarado, seguía circulando con profusión en estos siglos). Y no diré por ello que al saltar al siglo XVI la poesía española mejoró, pero desde luego sí que maduró: se perdió una inocencia preciosa, pero se accedió a una primera modernidad.
Aunque en realidad se acabaron las variantes y las incoherencias graves, pero no las dificultades interpretativas, como sabe cualquiera que haya leído a Góngora (y a sus comentaristas, no mucho más transparentes), lo cual me recuerda aquello tan bonito que escribió Augusto Monterroso en La palabra mágica al hilo del cordobés: “De la erudición, lo que más me gusta es el juego”. Y algo de esa actitud risueña y desde luego apasionada mantiene ahora el ilustre profesor Pedro Ruiz Pérez al escoger, ordenar, editar y comentar para Cátedra esta Poesía de los siglos XVI y XVII.
La memoria sentimental del idioma castellano se hunde en la luminosa noche medieval y los benditos y pacientes amanuenses y copistas que las inmortalizaban
Tras 100 páginas muy bien escritas de introducción, que contextualizan el periodo, centran el estado bibliográfico de la cuestión (o, mejor, de las cuestiones, con noticia, por ejemplo, de lo que hacían los primeros poetas americanos en español), explican las fuentes, justifican cronologías y fijaciones de textos y dan cuenta crítica de los inmediatos antecedentes a la hora de antologar a los poetas de estos 200 años (la de Rivers en Cátedra, las de Blecua en Castalia, la de Jauralde Pou en Austral…), Ruiz Pérez da paso a los 38 hombres y las cuatro mujeres que reúne aquí, a todos los cuales presenta en breves páginas (con su bibliografía específica), y cuyos textos seleccionados comenta al final, con la voluntad de evitar las notas al pie que no sean estrictamente imprescindibles.
Hay también, no por desidia sino por desdicha, algún gazapo serio (¿o acaso sea una hipótesis demasiado osada?...), como titular “Reconocimiento de la variedad del mundo” aquel sublime soneto de Francisco de Aldana en el que siempre se meditó sobre la vanidad de todo lo mundano, obedeciendo a un tópico remoto que fray Luis de León, obviamente incluido también aquí, llevaría después a su forma más pulida y despojada (el fraile de Belmonte era diez años mayor que el soldado napolitano, pero éste murió mucho antes en el campo de batalla, pues sucede también que, desde los citados Manrique o Garcilaso hasta Lorca o Miguel Hernández, uno de los destinos habituales del buen poeta español es el de morir con violencia). La espantosa errata que destroza el verso 8 (no es “yo mismo de mi mal ministro siendo”, sino “de mí”) me hace sospechar que lo del título es un desliz y no una propuesta.
“En fin, en fin”… son grandes pero pocas “cotufas en el golfo” que no restan ni una décima a la nota final que merece el trabajo de Ruiz Pérez, tan brillante y revelador como ya lo fue, hace tres lustros, El siglo del arte nuevo, su abrumador tomo sobre el siglo XVII para la Historia de la Literatura Española que coordinó José-Carlos Mainer para la editorial Crítica.
“Si no siempre entendidos, siempre abiertos”, dice Quevedo sobre los clásicos (sobre sus clásicos) en un soneto famoso. Desde su pasado y ante nuestro futuro se le responde lo mismo: “Oh, Dios, qué buenos poetas, si es que quedan buenos lectores”…
Poesía de los siglos XVI y XVII
Cátedra, 2023
1064 páginas, 29.95 euros
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