Las fotografías de Paula Anta: orden dentro del caos
Una exposición recorre los paisajes de la autora, lugares que no se prestan a la distracción sino que abren caminos a la imaginación para trasladarnos a otras realidades
No existe ni puede existir un desorden absoluto. Una imposibilidad matemática a la que alude la teoría de Ramsey, por la cual, a partir de cierto tamaño, en un conjunto de elementos siempre aparecerán patrones o una ordenación dentro de él. Un orden secreto dentro de un caos, al cual de forma intuitiva se dirigió la cámara de Paula Anta (Madrid, 1977), quien a lo largo de casi siete años fotografió cúmulo...
No existe ni puede existir un desorden absoluto. Una imposibilidad matemática a la que alude la teoría de Ramsey, por la cual, a partir de cierto tamaño, en un conjunto de elementos siempre aparecerán patrones o una ordenación dentro de él. Un orden secreto dentro de un caos, al cual de forma intuitiva se dirigió la cámara de Paula Anta (Madrid, 1977), quien a lo largo de casi siete años fotografió cúmulos vegetales de forma obsesiva. Bardales y marañas, los elementos menos estéticos del paisaje, que bajo la mirada de la fotógrafa se transforman en evocadoras agrupaciones orgánicas. Un enredo de líneas de naturaleza abstracta que dio forma a la serie Nudos: topologías de la memoria (2019), con la que la fotógrafa obtuvo el XI Premio Bienal Internacional de Fotografía Contemporánea Pilar Citoler, y con la que se inicia el recorrido de Series, la exposición que le dedica la Sala Vimcorsa de Córdoba, comisariada por Giuseppe Pietroniro.
Son las luminosas malezas sobre pan de oro las que introducen al espectador en un recorrido por el silencioso y reflexivo universo de Anta, que hace del paisaje su protagonista para aludir a otras realidades que conectan con nuestro lado más primigenio. “La serie nos habla de la búsqueda de la belleza de las formas en aquello que no consideramos bello de por sí”, explica la autora durante una conversación telefónica. Una búsqueda que se extendió por diversos lugares del mapa: Italia, Francia, Alemania, Italia, Portugal, India, Sri Lanka y otras localizaciones del continente africano. Sin embargo, no fue hasta que la autora, licenciada en Bellas Artes, se volcó en la realización de su tesis doctoral —centrada en el encuadre fotográfico— cuando pudo establecer una relación entre las imágenes de los bosques neuronales y los cúmulos vegetales que tanto la habían atraído. Procesos acumulativos que responden a un orden universal como el que también se podría encontrar en el movimiento de los supercúmulos o agrupaciones de galaxias. “Para hablar de esa universalidad, presente tanto en los sistemas más pequeños como en los más grandes, decidí hacer uso del pan de oro”, advierte la fotógrafa. Un material cuyo uso se remonta a las grandes culturas del mundo antiguo y que remite a lo sagrado, del cual la fotógrafa también hará uso en una de las instalaciones que se incluyen en la muestra, en la que una maraña de espinos, desecha en forma de círculo y colocada sobre un fondo negro, alude a las formas geométricas que corresponden a ordenaciones o sistemas generados por el hombre.
Uproot (2023) es la última serie realizada por la fotógrafa en Washington D.C. La componen raíces de árboles que, debido a la edad o a la enfermedad, han caído, sacando a la luz aquello que ha permanecido oculto. Presentadas sobre un fondo negro, como estrellas o meteoritos, remiten a nuestro orígenes así como a los alimentos primordiales y establecen un dialogo entre lo interno y lo externo en contraposición con las anteriores piezas.
Desde los primeros pasos de su trayectoria, la fotógrafa ha demostrado su interés por la relación entre el mundo natural y las estructuras artificiales creadas por el ser humano. En paralelo, la necesidad de subrayar su vínculo con la experiencia artística en sí misma ha llevado a la autora a dar forma a series e instalaciones desarrolladas in situ, ensanchando los límites del medio fotográfico. Así, en su obra se observa una evolución desde unos planteamientos exhaustivamente planeados a la improvisación, que, sin dejar de lado la tarea de investigación que acompaña a la obra, permite a la autora dejarse atrapar por la energía del entorno. Como en el caso de Rutas negras (2011), donde marcará con pigmento negro natural los vestigios de aquellos senderos comerciales que unían las antiguas metrópolis, como la Ruta de la Seda, la Ruta las Especias o la del Ámbar. Caminos que hoy han quedado aislados o en suspenso, pero íntegros y habitables frente a la hiperconectada sociedad actual donde todo es, en principio, rastreable. En Edera (2012) y L’architecture des Arbres (2013) hará nuevamente uso del pigmento negro. Una inspiración que procede del artista francés Pierre Soulages, del camino hacía la luz —o hacia nuestro interior— a través de una materia sombría que absorbe pero no refleja. Paisajes interiores, que se presentan como espacios arquitectónicos concretos en los que nadie repara, como ocurre en Arbre 01, donde asoma la parte más alta de un árbol. “Otro lugar inaccesible, que desciende hasta nosotros, volátil, sutil, delicado. No somos nosotros los que ascendemos a sus copas. El barón rampante espera a que sean las ramas las que desciendan hasta él, quizá para volver a subirse a ellas y ver la realidad, esta vez, desde abajo”, escribe Anta en la presentación de la serie.
El Khamekaye es un hito o señalización utilizado en el litoral senegalés, en la Grande Côte, para indicar a los pescadores donde se encuentran los poblados del interior. Construidos con los troncos que devuelve el mar, así como con marañas de redes, distintos objetos, plásticos y la basura que inunda los kilómetros de playa, se erigen como enigmáticas esculturas o extrañas criaturas en un paisaje de arena. Formas caóticas que van adquiriendo un sentido más concreto a medida que uno se acerca a ellas, al tiempo que dan pie a que uno deje volar su imaginación. Con el fin de dar forma a una serie, Khamekaye (2018), la fotógrafa documentará aquellos hitos que va encontrándose en su camino, y ella misma creará otros nuevos. Son señales tan bellas como enigmáticas y efímeras, rendidas a la marea —al igual que la basura que las compone— donde el artificio y lo natural se encuentran en un círculo vicioso. Si bien la autora venía observando esta división sin crítica ni apología, uno no puede evitar observar estas construcciones como una metáfora de la encrucijada a la que se enfrenta el ser humano.
En los paisajes de Anta no hay distracciones, están vinculados a la imaginación. “Habitamos el paisaje mediante nuestra mirada”, asegura Anta mientras introduce la serie Laal (2016), que significa rojo en hindi y donde la fotógrafa apela a dejarse seducir por el color en un paisaje modificado mediante la aplicación de un pigmento encarnado que, superpuesto al color natural, traerá consigo nuevas lecturas. En frente, los invernaderos de la serie Palmehuset (2007-2010) nos hablan de la dualidades que se establecen en estos espacios artificiales; entre lo cálido y lo gélido, lo salvaje y los estructurado, el orden y el caos.
La muestra se cierra con Hoist (2023), que se presenta como un acto de “salvación”, a través de una serie de imágenes que representan las instalaciones realizadas por la fotógrafa a orillas del río Potomac, en Washington D.C., donde los árboles caídos se levantan cubiertos por el dorado de una manta térmica. Las fotografías captan el movimiento de los cobertores sin control, a merced de los vientos, mientras destellean con la luz del sol. “No podemos controlar todas nuestras acciones pero si responsabilizarnos de ellas”, sentencia Anta.
‘Series’. Paula Anta. Sala Vimcorsa. Córdoba. Hasta el 24 de marzo.
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