‘Los fantasmas de una vida’: Hilary Mantel y sus memorias despiadadas y lúcidas

En este ejercicio autobiográfico, la fallecida escritora transmite la emoción y la intensidad que hicieron célebres sus novelas históricas pero, además, es capaz de sumergirse en el dolor de una vida poco agraciada

Hilary Mantel, en Oxford en 2017.David Levenson (Getty Images)

La extensa tradición británica y estadounidense en el campo de las memorias de distinta clase y condición de personajes públicos y escritores ha producido todo tipo de libros. Este Los fantasmas de una vida, de Hilary Mantel (Destino), no cae en ninguno de los vicios de un género muchas veces complaciente o adaptado sin complejos a versiones de vidas edulcoradas para un público amplio.
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La extensa tradición británica y estadounidense en el campo de las memorias de distinta clase y condición de personajes públicos y escritores ha producido todo tipo de libros. Este Los fantasmas de una vida, de Hilary Mantel (Destino), no cae en ninguno de los vicios de un género muchas veces complaciente o adaptado sin complejos a versiones de vidas edulcoradas para un público amplio.

Como cualquier memoria digna de interés, lo autobiográfico ilumina la obra de su autora. Se entiende ahora mejor la magnitud de esos personajes que poblaban las novelas históricas sobre los Tudor con las que ganó dos premios Booker. También la magnitud de unas mujeres inolvidables, gigantes que se alzaban entre sus páginas como ella hace aquí.

Cuando el lector acompaña a Mantel (Inglaterra, 1952-2022) en su relación oscura con los fantasmas y otros entes (pasados, muertos o nunca realizados, como ese “bebé de papel” de nombre Catriona, la hija que nunca tuvo) no es una mueca de incredulidad lo que se dibuja en su rostro, no hay sonrisa condescendiente: aun sobre lo paranormal, el sufrimiento, la incertidumbre, el miedo generan empatía cuando se expresan en esa prosa musical (que aguanta bien en la traducción de Albert Vitó i Godina), plena de matices, asociaciones de ideas, colores narrativos.

No esperen una mirada débil, escondida, autocompasiva: Mantel usa su verbo afilado y valiente para hablar con sorna de Jack (la pareja de su madre), las monjas de su colegio o las niñas que buscaban en ella un blanco fácil: enfermiza, escuchimizada, muy tímida… Así las responde: “Las chicas de la escuela siempre peinaban los libros de biología buscándome algún mal. Tal vez tenía hipertiroidismo o anemia. Su enfermedad, en cambio, era la envidia”. Para ella se guarda las más despiadadas descripciones. Así se recuerda a los siete años: “Soy una criatura diminuta, una especie de muñeca con los labios rojos, palos por extremidades y el pelo rubio: una extranjera ingenua, una mentecata, una pluma en el aliento de Dios”.

Tampoco se amilana cuando se trata de la crítica social. Así habla del desprecio que sufrió por parte de algunos profesores en la universidad durante los años sesenta: “Hay gente que ha olvidado o nunca supo por qué el movimiento feminista era tan necesario. Por este motivo: para que un soplagaitas sin talento con camisa de nailon no pudiera tratarte con condescendencia mientras chicos con la cara llena de granos le reían las gracias”. Mantel fue, además, víctima de una versión ultramisógina de la psiquiatría que ha pervivido en cierto modo hasta nuestros días.

En ese caudal narrativo que son sus recuerdos arrojados sobre el papel, caben en un párrafo de estas memorias un recuerdo físico, tangible y doloroso, una partida de ajedrez y un detalle sobre una apuesta ganada por su madre, sin que parezca en ningún momento una enumeración de hechos recuperados con más o menos fidelidad. En ocasiones hay verdadero enfado y frustración, pero el relato se equilibra rápido con ligeras notas de humor.

El dolor que le acompañó toda su vida sigue presente, digno y terrible, en muchas de las páginas de la parte final. “Cada día daba, aun sin saberlo, un pequeño paso hacia el terreno lóbrego de la enfermedad, un paisaje anodino, colmado de humillaciones y derrotas”. Caben muchas cosas en estas 300 páginas, que son en esencia un relato de formación: publicadas en 2003, la fama y la gloria todavía no le habían llegado en plenitud. Vivir para escribir y escribir para poder vivir en medio del dolor crónico: esa era su receta.

No parece escrita con esa intención, pero esta obra deja claro que Mantel tenía un destino desde que manejaba de niña los dramas shakesperianos y en su cabeza fluían decenas de historias. Le faltaba el público adecuado y, al final, lo encontró.

Los fantasmas de una vida

Hilary Mantel
Traducción de Albert Vitó i Godina
Destino, 2023
300 páginas. 20,9 euros.

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