‘Matrioskas’, verdades desoladoras en una novela redonda

En una reseña anterior me referí a una novela de Marta Carnicero, Coníferas (2021), como llena de verdad humana y narrativa. Ahora la novelista catalana en lengua catalana regresa con Matrioskas, y tengo que insistir en aquella consideración, sólo que ahora haciendo más hincapié en su verdad narrativa.

La verdad humana de ...

En una reseña anterior me referí a una novela de Marta Carnicero, Coníferas (2021), como llena de verdad humana y narrativa. Ahora la novelista catalana en lengua catalana regresa con Matrioskas, y tengo que insistir en aquella consideración, sólo que ahora haciendo más hincapié en su verdad narrativa.

La verdad humana de Matrioskas es desoladora. Y Marta Carnicero, como quien no quiere la cosa, nos deja claro que la infamia que describe no tiene vuelta atrás. No hay en su descripción de la tragedia humana que trata ni una pizca de reforzamiento de dolor innecesario. El dolor que describe (una violación durante la guerra de los Balcanes, como metáfora de todas las violaciones que se cometieron en toda la historia de la inhumanidad en nombre de grandes ideales) es preciso, quirúrgico. La protagonista de esta aterradora historia se llama Hanna. Paralelamente a ello, en Barcelona, asistimos a la historia de Sara, una adolescente a punto de cumplir los 18 años, en su proverbial debate paternofilial. Mientras Hanna se debate entre sus recuerdos atroces, llagas que debe curar, Sara un día descubre quién es y quién necesita ser o no ser definitivamente. Su necesidad de saber quién es se ha convertido en un asunto impostergable.

La estructura narrativa de este brillante y a la vez tristísimo relato es un juego de voces narrativas que se hablan a sí mismas

Marta Carnicero ha diseñado, para contar lo que yo he resumido mejor o peor, un relato amparado en la forma. El imperativo moral y vital de Matrioskas es sentirse frente a un abismo. Hanna y Sara son dos caras de una misma moneda. Las dos representan el ser y no ser que necesitan que cristalice en una dirección o en otra. Para que el lector entre de lleno en estas dos existencias equidistantes, para que siga a cada una hacia la esperanza de que se haga la luz en sus existencias, Marta Carnicero ha ideado un artefacto narrativo libre de las ataduras del comienzo, nudo y desenlace. Como no podía ser de otro modo, la estructura narrativa de este brillante y a la vez tristísimo relato es un juego de voces narrativas que se hablan a sí mismas. Hablándose a sí mismas, se buscan y buscan su exacto lugar en el mundo. A la conmoción de una lectura, si se tiene arte, y Carnicero lo tiene, se le puede sumar el placer. Yo a esto lo llamaría una novela redonda.

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