Roni Horn, el arte de escapar del asedio
La estadounidense protagoniza una retrospectiva en el Centro Botín, que recorre 30 años de una trayectoria heterogénea, sentimental (pero sin sentimentalismo) y profundamente original
La obra de Roni Horn alivia la vida de cualquiera que se tope con ella, incluida la del crítico de arte. Su humor, su elegancia, su ternura y dureza a la vez, sus juegos de máscaras e identidades son la oportunidad de entrar en un territorio universal, pero no de espacio, sino de tiempo. El público vendrá a pasar un buen rato al Centro Botín, en Santander, y se quedará a pensar, a recordar el placer de la infancia, del celofán de las cajas de bombones, de los balbuceos de sus primeras lecturas, de cuando sus padres los encont...
La obra de Roni Horn alivia la vida de cualquiera que se tope con ella, incluida la del crítico de arte. Su humor, su elegancia, su ternura y dureza a la vez, sus juegos de máscaras e identidades son la oportunidad de entrar en un territorio universal, pero no de espacio, sino de tiempo. El público vendrá a pasar un buen rato al Centro Botín, en Santander, y se quedará a pensar, a recordar el placer de la infancia, del celofán de las cajas de bombones, de los balbuceos de sus primeras lecturas, de cuando sus padres los encontraron ya de adolescentes jugando frente a un espejo o de cuando se sintieron huérfanos. También exhibe los tristes júbilos de la vida adulta, el amor, las cicatrices o ese momento en que ya solo somos remanente de vida. Sobre todas esas experiencias, Horn pone su sello. La multiplicidad del yo se refleja en su obra como un prisma, ontológica y secretamente erótico.
Hablamos de una artista, nacida en Nueva York hace 68 años, con una sólida carrera en el mundo del arte. Su obra es central y, sin embargo, ha esquivado un movimiento artístico o un estilo característico. Roni Horn es tan individual como lo son los poetas, y su especialidad es la luz. La exhibe con una enorme originalidad y sentimiento, aun cuando nada en ella es sentimental. No es la luz cegadora que se refleja en el mar de la bahía santanderina, sino la que demora el sentido de lo que nos rodea, asediados como estamos por las expectativas. Solo podemos saber lo que somos, y somos muchos, parece decirnos. De ahí que su trabajo esté formado por destellos. Su manera de salir del asedio.
Me paraliza la esperanza, frase que ha tomado prestada de la cómica estadounidense Maria Bamford, es el título de su nueva retrospectiva en España, la segunda después de la que protagonizó en Barcelona hace 10 años. Comprende tres décadas de trabajos en formatos diversos: fotografías, dibujos, esculturas, un diario visual y una pieza sonora. En contra de la aparente facilidad de la exposición, de su singular economía —series de retratos, imágenes del agua, dibujos esquemáticos, frases garabateadas de aspecto inocente—, exigirá del visitante una participación muy activa. El conjunto está perfectamente trabado y presentado con delicadeza en una de las plantas del edificio diseñado por Renzo Piano, la que asoma su morro de reptil al mar. Que no nos engañen sus hermosas vistas desde los ventanales; son solo una pantalla, un lugar imaginario, casi mítico, en comparación con lo que veremos en el interior.
Pese a la aparente facilidad de la exposición y de su singular economía, exige del visitante una participación muy activa
El recorrido empieza con la serie a.k.a. (2008-2009), fotografías dispuestas por parejas que combinan imágenes de la infancia y de la vida adulta. Lo interesante aquí es imaginar los espacios temporales entre ellas, el movimiento hacia lo que deviene, ese bies o inclinación, una conciencia representada en algo admirable, melancólico; la pérdida. En This Is Me, This Is You (1997-2000), la artista utiliza de nuevo la duplicación y el emparejamiento para incluir al espectador en la obra, quien observará concienzudamente 96 imágenes de una niña —la sobrina de la artista— que mira a cámara, presentadas en dos cuadrículas opuestas de 48 imágenes. Tomadas durante un periodo de tres años, sugieren una conexión íntima entre fotógrafa y modelo, y en ellas podríamos percibir matices muy sutiles a uno y otro lado, visionarios o reales, que se dieron en el momento de la captura.
La naturaleza humanizada en un rostro está presente en otra serie sobre la actriz Isabelle Huppert (2005-2006) y es también la del río en Still Water (Thames for Example) (1999), donde Horn capta las tonalidades de la luz sobre las aguas a la vez que anota hechos, observaciones, anécdotas relacionadas con esos lugares en su paso por Londres. Son vistas y citas escurridizas, entre la parodia, la filosofía y lo pintoresco. Horn hace cómplice al espectador de su ley de hierro: sé curioso, mira diferente, tú pones la luz. El be water de Bruce Lee es el Be Weather de Roni Horn y es evidente en la obra conformada por diversos cilindros de cristal translúcido de diferentes colores, que irán cambiando según las horas del día. Son estanques de falsos narcisos, pulidos e imperfectos a la vez, monumentos a la imposibilidad de la autosatisfacción.
La serie LOG (2019-2020) recopila 406 dibujos, collages y comentarios sobre noticias y sucesos meteorológicos donde Horn no esconde su propia necesidad de prepararse para la oscuridad, de desacostumbrarse a la luz o adaptar su visión a la noche. Y, por raro que parezca, esta es su pieza más dickinsoniana, la de la artista encerrada en su estudio, proyectando una ávida mirada a la naturaleza —como en la pieza sonora Saying Water— y al riesgo de la aniquilación. Su poética en torno a la identidad es aún más alborotada en la serie de poemas Th Rose Prblm (2015), donde leemos fusionados el poema de Gertrude Stein —”una rosa es una rosa es una rosa”— y la expresión en inglés para decir “cubrirse de gloria” (come up smelling of roses, o “llegar oliendo a rosas”).
La obra más exigente, por cuanto trata del despojamiento, la pérdida, el erotismo y la muerte, es también la más luminosa (aunque su pesadumbre es imperial). Gold Mats, Paired — for Ross and Felix (1994-2003) se inspira en su amistad profunda con el artista Félix González-Torres y su pareja, Ross: dos finas láminas de oro colocadas en horizontal, una sobre la otra. La imagen podría competir con la de un agujero negro o con la idea de concentrar en un metro cuadrado las cuatro estaciones del año. Es puramente visionaria, aunque no sea más que la representación hecha arte de un simple metal por el que los humanos, aquellos que no pudieron escapar del asedio, acabaron envileciendo sus vidas.
‘Me paraliza la esperanza’. Roni Horn. Centro Botín. Santander. Hasta el 10 de septiembre.
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