‘Farm fatale’: sin rebelión en la granja
Philippe Quesne y sus actores elucubran humorísticamente sobre las consecuencias del cambio climático en un espectáculo postapocalíptico con una veta ecologista ingenua y bienintencionada pero irónica y percutiente
Cuando la humanidad se extinga, quedarán los espantapájaros a grotesca imagen y semejanza suya. Farm fatale, comedia satírica escrita y dirigida por Philippe Quesne, habla de un mundo postapocalíptico amable, en el que un grupo de hombres de paja añora el canto de las aves, sus enemigas de antaño. Los verdugos echan de menos a sus víctimas. El teatro de Quesne tiene una veta ecologista, ingenua y bienintencio...
Cuando la humanidad se extinga, quedarán los espantapájaros a grotesca imagen y semejanza suya. Farm fatale, comedia satírica escrita y dirigida por Philippe Quesne, habla de un mundo postapocalíptico amable, en el que un grupo de hombres de paja añora el canto de las aves, sus enemigas de antaño. Los verdugos echan de menos a sus víctimas. El teatro de Quesne tiene una veta ecologista, ingenua y bienintencionada pero irónica y percutiente. Frente al realismo hollywoodiense que impera en los escenarios actuales, el director francés propone un teatro ilusionista, escenográfico, musical, de máscaras y bufones: sus espectáculos son una ola pizpireta atravesando la uniforme balsa de aceite de la cartelera.
Con sus aspavientos medidos, sus preocupaciones ilusorias, sus canciones y sus alegatos candorosos, los cinco espantajos que protagonizan esta farsa reavivan en el público el recuerdo de antiguas teleseries infantiles, juveniles y de ciencia ficción, desde Las marionetas de Herta Frankel y Perdidos en el espacio, emitidas en los años sesenta, hasta La bola de cristal de los ochenta. Por la simpleza con la que se expresa, la torpeza con la que se desenvuelve y las calamidades que provoca, este quinteto es de la estirpe del grupo de artesanos zangolotinos de Sueño de una noche de verano.
El debate que Quesne abre sobre la posibilidad de responder con violencia a quienes esquilman la naturaleza adquiere una vitalidad inesperada y una inmensa ironía
Quesne y sus actores elucubran humorísticamente sobre las consecuencias posibles del cambio climático en curso, sin señalar a quienes lo alimentan. Son explícitos cuando, hablando de afecciones medioambientales, mencionan por su nombre el Roundup, controvertido herbicida de Bayer (el más usado en el mundo), y son diestros señalando las hipocresías de la mercadotecnia verde adoptada por la industria, pero su discurso sería más eficaz si en vez de meterlo a capón en un soliloquio, como hacen con cierta frecuencia, lo calzaran con humor en un diálogo dramático ágil, cosa que hacen a veces. Durante el último acto el espectáculo se empina: el debate que Quesne abre sobre la posibilidad de responder con violencia a quienes esquilman la naturaleza adquiere una vitalidad inesperada y una inmensa ironía en boca de estos fantoches encaramados en lo alto de un improvisado retablo de marionetas humanas.
Farm fatale es también una sátira de los mundos sucedáneos, de los metaversos y del sometimiento de la ciencia a intereses espurios, inspirada en parte en los protagonistas de Bouvard y Pécuchet, granjeros y científicos sobrevenidos con los que Flaubert ridiculizó la estupidez humana y las ambiciones de nuestra época.
Farm fatale
Texto y dirección: Philippe Quesne.
Teatro Valle-Inclán. Madrid. Del 26 al 29 de enero.
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