Banksy no busca espectadores sino cómplices
Un ensayo de Caroline Diehl reflexiona sobre las dos formas contradictorias de destacar la relevancia del artista: bien como acontecimiento cultural o como pieza de la industria
A pesar de haber logrado mantener secreta su identidad, Banksy es palmariamente el artista vivo más conocido del mundo, más que Hockney, Richter o Johns, lo que es mucho. Hombre, mujer, colectivo o alter ego de una superestrella mediática, cualquier especulación acerca del personaje es más importante que la realidad. De ahí que cuando en 2016 un grupo de científicos de la Queen Mary University of London anunció que lo había identificado sirviéndose de un si...
A pesar de haber logrado mantener secreta su identidad, Banksy es palmariamente el artista vivo más conocido del mundo, más que Hockney, Richter o Johns, lo que es mucho. Hombre, mujer, colectivo o alter ego de una superestrella mediática, cualquier especulación acerca del personaje es más importante que la realidad. De ahí que cuando en 2016 un grupo de científicos de la Queen Mary University of London anunció que lo había identificado sirviéndose de un sistema de perfilado geográfico empleado para reconocer a los asesinos en serie, sus fans parecían más interesados en los métodos detectivescos que en la conclusión de que el grafitero inglés debía ser un tipo corriente, criado en un colegio privado católico, un Clark Kent sin capa propulsado por un soplo del veranillo de Bristol.
Pero si sus acciones resultaban caprichosamente memorables, ¿por qué Banksy no podía ser un guía político del ingenio callejero, un jactancioso bufón que desprecia el tiempo y el Estado? ¿Por qué los que más le admiran son sus detractores, los críticos de arte, a los que el artista provoca y responde hasta hacerles fallar desalentadoramente en sus argumentos contra él?
Cada época tiene su locura nihilizante disfrazada de cordura. En el siglo pasado, el amonestador fue el extraordinario y variado genio de Duchamp, un no-artista rimbaudiano (Je est un autre) cuyo arte reverbera aún hoy, como esos actores de teatro que representan a personajes más profundos que una simple existencia. Banksy es una deriva dadaísta más, muy influido por otro grafitero de los ochenta, Blek le Rat, y sin embargo ajeno a toda aquella revolución plástica reforzada por otro Marcel, el poeta belga Broodthaers, que insistentemente cuestionaba el marco del museo y la utilidad del mercado. “Si el grafiti cambiara algo, sería ilegal”, reza una de las pinturas de Banksy de 2011.
Hombre, mujer o colectivo, cualquier especulación sobre el personaje es más importante que la realidad
En Todo Banksy, la poeta-performer y crítica de arte norteamericana Carol Diehl reconoce su fascinación por el personaje robinhoodesco sin pretender aportar recursos teóricos que lo acomoden al canon; tampoco quiere que sepamos algo más de él (mejor la imaginación), sino de nosotros mismos (público, artistas, galerías, salas de subastas). La lectura de su libro provoca fundamentalmente la reflexión de que hay dos formas, si bien contradictorias, de dar cuenta de la relevancia de Banksy: si entendemos el arte como lenguaje, el suyo sería algo parecido a un acontecimiento cultural creado por unas fuerzas sociales (como decir que el grafiti u objeto que aparece en un determinado entorno urbano estaría hecho/completado por nosotros mismos). Banksy no busca nuevos públicos, sino cómplices de su causa. Otra manera de enfocarlo es intentar ver lo que aporta al entorno fáctico del arte. Hasta ahora el artista ha añadido especulación. Una de sus más sonadas acciones fue triturar mediante control remoto un dibujo suyo autentificado en Sotheby’s (el mecanismo estaba escondido en un marco dorado). Lo hizo en directo después del golpe de mazo. Alguien pagó 1.200.000 euros por la obra medio destruida (el año pasado, el propietario lo colocó en subasta y se vendió por 21 millones de euros).
Diehl provee al lector de copiosa información sobre el trasfondo de algunas de las intervenciones del artista en los espacios públicos de todo el mundo; lo hace de forma amena, con notas precisas, y explica su experiencia como visitante (algo que —se queja la autora— no han hecho sus críticos) de sus exposiciones, incluidas las fake, festivales comisariados por él, como el parque de atracciones Dismaland, 2015 (su traducción sería Bajón o Deprelandia), o su proyecto más ambicioso ubicado en Belén, pegado al muro divisorio que separa Israel de Palestina, titulado The Walled Off Hotel, 2017 (El hotel emparedado, 2017), promocionado como un “Waldorf Astoria con las peores vistas del mundo”.
Es obvio que el mundo del arte está orgulloso de Banksy y sus designios, y esto hace de él algo tan puramente teatral que realza y destruye simultáneamente la ilusión. Tan inglés.
Todo Banksy
Traducción de José Pablo Barragán Cátedra Grandes Temas, 2022
225 páginas. 25,50 euros
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