‘La promesa’, el buen relato (de un mal asunto…)

Damon Galgut, premio Booker 2021, hurga en la complejidad emocional de una familia blanca en el espinoso territorio otoñal del ‘apartheid’

El escritor sudafricano Damon Galgut, el pasado 26 de septiembre en un hotel de Madrid.INMA FLORES (EL PAIS)

Así empieza lo malo, con una promesa incumplida que entierra la justicia bajo la arena del radicalismo y un puñado de generaciones envilecidas por el veneno del racismo hasta el extremo de no acertar ya a distinguir si lo protervo nace de los preceptos sociales regidos por un atavismo inexorable o nace, en cambio, de la soberana voluntad del individuo. Así empieza, con una promesa incumplida, la nueva y proteica novela del sudafricano Galgut, al que ...

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Así empieza lo malo, con una promesa incumplida que entierra la justicia bajo la arena del radicalismo y un puñado de generaciones envilecidas por el veneno del racismo hasta el extremo de no acertar ya a distinguir si lo protervo nace de los preceptos sociales regidos por un atavismo inexorable o nace, en cambio, de la soberana voluntad del individuo. Así empieza, con una promesa incumplida, la nueva y proteica novela del sudafricano Galgut, al que por fin se le concede el Booker que ya pudo haber alcanzado con su celebrado relato El buen doctor (2004). Una historia que explota la complejidad emocional y que nos invita a inquirir si “acaso el mal se ha vuelto incoloro como el resto del mundo moral”, como se preguntaba el Nobel Coetzee en Elizabeth Costello. Una historia aciaga de conciencias encontradas en el espinoso territorio del otoño del apartheid que enturbió durante demasiado tiempo la convivencia de demasiadas familias que, como la familia Swart que nos ocupa (y que significa “negro” en afrikáans), se han visto forzadas a lidiar con una adversidad que habría que haber rehuido. Galgut denuncia la vigencia del odioso legado racista del apartheid en un tiempo en el que Sudáfrica ya puede celebrar la imagen del bóer fornido y del viejo terrorista Mandela estrechándose la mano en una cancha de rugby. Y cumple entender las sucesivas muertes de los miembros de la familia como la reparadora muerte simbólica, en un mundo poscolonial, de toda estirpe descendiente de esclavistas blancos y de sus ideales obsoletos.

La impronta de los estudios de arte dramático que cursó el autor se advierte en esta novela de gestos y de voces sobre un escenario del que se adueña lo anímico desde que se levanta el telón con una escena fúnebre que marca a fuego una obra luctuosa por la suerte que corren casi todos sus protagonistas. Conciencias que se atormentan y se desahogan al hilo de un texto escrito con esmero a modo de réquiem por un tiempo atroz que entronizó la segregación y menoscabó a la humanidad, aquel tiempo tan reciente en el que el color de la piel determinaba el destino. A más de un lector esta novela le traerá a la memoria Mientras agonizo, de Faulkner, tanto por la muerte de una madre cuanto por la decisión de fragmentar el relato en capítulos supeditados al protagonismo de distintos miembros de la familia, Ma, Pa, Astrid y Anton, que procuran una saludable visión caleidoscópica. Faulkner supo hurgar en la condición humana deconstruyendo familias que se estaban destruyendo, su impronta sobre Galgut es irrebatible, y solo cabe preguntarse qué porcentaje se le puede atribuir a Coetzee, obvia referencia de la narrativa sudafricana contemporánea y lector acérrimo del creador de esa familia tan enfrentada al racismo como enfrentada a sí misma, los Compson. Se escuchan en La promesa ecos de Vida y época de Michael K, de Coet­zee; de su madre muerta, de la granja sudafricana y de la madeja en la que individuos y sociedad se enredan; el tópico de la novela dentro de la novela remite también a los modos metaficcionales del autor de Diario de un mal año: “La novela se ha convertido para él en un refugio. ¿De qué te refugias? De la vida. […] Vuelve la página. Primera parte, lee. Primavera. Aaron era un hombre joven, se crio en una granja a las afueras de Pretoria”, y el lector sonríe cuando intuye que Aaron es Anton, uno de los Swart, y que ha acertado leyendo La promesa, pues Galgut escribe verdadera literatura porque es su dominio del lenguaje el que trasciende y convierte en verdadera la historia funesta que aquí se cuenta.

Tal vez la seducción de la prosa de Galgut obedezca al sofisticado modo de jugar al escondite de su ambiguo narrador, ocultándose tras la poderosa voz de sus personajes

Bien podría servir la novela para iluminar el debate emprendido por Nadine Gordimer en ‘La costilla de Adán: ficciones y realidades’ y en otros textos reunidos en Escribir y ser, debate del que Coetzee nunca ha querido sentirse ajeno, acerca del modo en que en la representación literaria de la vida intervienen la imaginación y el testimonio, persuadida de que nada de lo que se escribe sobre la base de datos y hechos será jamás tan veraz como la ficción. Tal vez la seducción de la prosa de Galgut obedezca al sofisticado modo de jugar al escondite de su ambiguo narrador, ocultándose tras la poderosa voz de sus personajes, en ocasiones escondidos tras la celosía del estilo indirecto libre, y dejándose ver cuando se vale de la omnisciencia, pero su elocuencia es fruto también de su dominio de los registros y del habla oral, del manejo certero de sabios recursos heredados del modernismo, del repudio de toda hipotaxis (y del tempo allegro assai de una prosa que se desenvuelve en tiempo real), de su competencia a la hora de lograr que las palabras no estén en boca de los personajes, sino que las palabras no sean sino los personajes mismos: la oración íntima de Salomé; la criada negra a la que Ma Rachel le prometió, con su hija Amor de testimonio, una vivienda propia que Manie, su marido afrikáner, no le quiere conceder; la oratoria del padre ­Batty (“en verdad os digo, las negras aguas del diluvio de Satanás bañan ya nuestras costas”); coloquialismos que conviven con frases sentenciosas y un punto bíblicas, un hervidero de voces y de conciencias que se suceden a lo largo de décadas de incómoda convivencia familiar, entre padres e hijos y entre hermanos, y que tejen un drama humano que, nacido de la erradicación de la ecuanimidad, da pie a una reflexión en torno a prejuicios y destinos y al modo en que la herencia ideológica puede ahogar la libertad de pensamiento. Cuando la sociedad es el tirano, que no nos extrañe que todas las almas pugnen por alcanzar su legítimo albedrío.

La promesa

Autor: Damon Galgut.


Traducción: Celia Filipetto.


Editorial: Libros del Asteroide, 2022.


Formato: tapa blanda (324 páginas. 20,95 euros).

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