Mary Reynolds, mucho más que una artista a pie de página
La relación de la artista, encuadernadora y coleccionista estadounidense con Marcel Duchamp ha condicionado la recepción de su propia obra. Una biografía la sitúa ahora donde merece
Durante muchos años ha habido muchas mujeres que solo han sido un pie de página, un pie de foto. Poco a poco vamos descubriendo unas vidas fascinantes debido a su carácter, su trayectoria azarosa, o incluso a su condición de inspiradoras, ayudantes o coautoras de la obra de sus parejas.
Una de ellas es Mary Reynolds, de quien acaba de aparecer una biografía ―Mary Reynolds, artista surrealista y amante de Marcel Duchamp― escrita por Christine Oddo. Los duchampianos solo sabíamos de Reynolds por unas poquísimas fotos de esta americana alta y delgada, de perfil agudo y porte elegant...
Durante muchos años ha habido muchas mujeres que solo han sido un pie de página, un pie de foto. Poco a poco vamos descubriendo unas vidas fascinantes debido a su carácter, su trayectoria azarosa, o incluso a su condición de inspiradoras, ayudantes o coautoras de la obra de sus parejas.
Una de ellas es Mary Reynolds, de quien acaba de aparecer una biografía ―Mary Reynolds, artista surrealista y amante de Marcel Duchamp― escrita por Christine Oddo. Los duchampianos solo sabíamos de Reynolds por unas poquísimas fotos de esta americana alta y delgada, de perfil agudo y porte elegante. En una de ellas, de Man Ray, se la ve sentada sosteniendo una cinta métrica que parece querer medir la cabeza de Duchamp.
Mary había nacido en el seno de una acaudalada familia burguesa, con un hermano, Frank Brooks Hubachek, que siempre estuvo a su lado en los momentos difíciles. Tras estudiar en el famoso Vassar College femenino, contrajo matrimonio con Mathew Givens Reynolds, un hombre liberal con quien asistió a todas las fiestas del ambiente bohemio de Greenwich Village. Allí se codeó con la escritora Djuna Barnes, quien más tarde publicaría El bosque de la noche y de quien llegaría a ser gran amiga y con Laurence Vail , futuro marido de Peggy Guggenheim, con quien Mary sostuvo una relación amorosa. Pero Mathew Reynolds, reclutado como soldado en la Primera Guerra Mundial, murió de la mal llamada gripe española y Mary, con mala conciencia por su infidelidad, se refugió en la bebida y en la vida nocturna, hasta que en 1921 decidió ir a París. Había 40.000 norteamericanos en la capital francesa, la llamada generación perdida según Gertrude Stein y en los años veinte la ciudad de la luz era mucho más permisiva que los Estados Unidos. Los lugares de moda eran Le Boeuf sur le toit y el Jockey, en donde se reunían artistas, aristócratas y mecenas.
Y entonces, buscando un profesor de francés, Mary Reynolds conoció a Marcel Duchamp. Durante muchos años su relación amorosa fue secreta, pues el artista era esquivo y si se la encontraba en el Dôme o en la Rotonde no la saludaba ni la miraba, para gran desespero de su amante. De hecho, los duchampianos siempre lo teníamos por “el gran soltero”, aunque en 1927 Duchamp contrajo matrimonio con Lydie Sarrazin-Levassor, una heredera de 24 años, no muy agraciada y cuyas rentas mensuales de momento no eran extraordinarias. El incongruente matrimonio ―llevado a cabo por complacer a Picabia y casi como una broma dadaísta― duró sólo seis meses y Marcel volvió a llamar a la puerta de Reynolds. Poco a poco, Mary entró en el círculo de amistades de Duchamp, y conoció a Henri-Pierre Roché, marchante de arte, autor en 1943 del famoso libro Jules et Jim. Y sobre todo conoció a Brancusi, de quien se convertiría en una gran amiga. En un grupo en donde muchos tenían apodos, ella llamaba a Brancusi Morici y él a ella Gallina. En 1933 conoció a Dalí, cuando con Duchamp pasaron un mes en Cadaqués.
Duchamp la animó a ocuparse en algo más que en salir de noche y leer y, tras conocer al decorador y encuadernador Pierre-Emile Legrain, aprendió el oficio de la encuadernación de libros, profesión en la que destacaría por la utilización de materiales insólitos como la piel de cabra, de sapo o de boa y la incorporación de objetos reales, como un par de guantes de niño para Les mains libres, de Paul Eluard y Man Ray o un termómetro roto en el lomo para Rude Hiver de Raymond Queneau. Algunos ejemplares fueron una creación conjunta entre Duchamp y Reynolds, como la encuadernación para Ubu Roi de Alfred Jarry.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la renta que le pasaba su hermano tardaba en llegar; Duchamp, por su parte, vendió su Gioconda con bigotes a los Arensberg al irrisorio precio de cien francos. Entonces, en 1941, contactada por la hija de Picabia, Mary entró en una célula de la Resistencia en donde también se encontraba Samuel Beckett. Escondió al pintor Jean Hélion que había escapado de un campo de trabajo alemán, recuperó microfilms y ante una traición en su célula y con la Gestapo a punto de detenerla, decidió pasar a España. Lo hizo a pie, en pleno mes de diciembre y con dos telas de Man Ray enrolladas bajo el brazo. Después de muchas peripecias, pudo llegar a Nueva York en 1943, en donde se reuniría con Duchamp. De regreso a París fue la corresponsal de la revista View , obteniendo textos de Sartre, Michaux, Camus y Jean Genet. Siempre haciendo de intermediaria, siempre en el centro de la vida intelectual. Pero su salud se iba degradando y murió de un tumor uterino en 1950. Hoy en día el Art Institute de Chicago conserva su colección de libros, documentos y obras de arte y su nombre, tan olvidado, empieza por fin a ser reconocido.
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