Filip Custic, la escultura más allá de lo humano
El artista, que creó el universo visual de ‘El mal querer’ de Rosalía, presenta una obra multimedia y multiformato que celebra la diversidad a partir de los postulados del transhumanismo. Su trabajo forma parte de la colectiva ‘Certeza’, en el Espacio Solo de Madrid
Si atendemos la llamada del transhumanismo, pronto llegará el día en que las personas fusionemos nuestra existencia biológica con la tecnología para engendrar una humanidad 2.0. Resurgiremos como una versión mejorada y actualizada de nosotros mismos, mitad animales, mitad robots. Con la vista puesta ese ensueño de libertad electrónica, el artista hispanocroata Filip Custic (Santa Cruz de T...
Si atendemos la llamada del transhumanismo, pronto llegará el día en que las personas fusionemos nuestra existencia biológica con la tecnología para engendrar una humanidad 2.0. Resurgiremos como una versión mejorada y actualizada de nosotros mismos, mitad animales, mitad robots. Con la vista puesta ese ensueño de libertad electrónica, el artista hispanocroata Filip Custic (Santa Cruz de Tenerife, 28 años) ha dado forma a su proyecto Pi(x)el, una “obra de arte 360″ que encadena disciplinas artísticas y evoluciona en el tiempo y en el espacio. Nació como performance, crece como escultura hiperrealista e interactiva, se reproducirá en NFTs y, en su estadio final, se transformará en una pieza de videoarte y en wearables, piezas de arte que se pueden llevar como pendientes, bolsos, colgantes... Al igual que un ser vivo, se trata de un proyecto que se relaciona con su entorno, ya que forma parte de la exposición colectiva Certeza, en el Espacio Solo de Madrid (se puede visitar gratuitamente desde el 1 de abril al 1 de diciembre), una selección de obras estrictamente contemporáneas en torno a los conceptos de verdad, mentira y el vacío insondable que les rodea.
Custic, alto y espigado, con un pelo moreno y liso que reluce bajo los focos, va enfundado en un curioso atuendo: una malla blanca que le cubre todo el cuerpo y zapatos de cordones con una plataforma elevada. Por encima lleva una chaqueta negra de hombreras, una especie de frac deconstruido que se ajusta como un mankini. Con ese conjunto presentó la performance que marca el punto de partida de Pi(x)el, realizada en colaboración con su íntima amiga y fuente de inspiración, la artista María Forqué, conocida como Virgen María, que es también la modelo de la escultura hiperrealista. Por fin respira Custic: hacía “dos meses y medio” que esperaba este momento. Acaba de lanzar su obra más completa y estudiada, un constructo con el que quiere poner en duda las certezas que damos por sentadas sombre la imagen, el cuerpo y la identidad de género. “Es un proyecto que viene de la observación de la forma corporal que nos envuelve, de la cultura capitalismo en la que vivimos, de los estándares de belleza que establecemos en cada era de la humanidad”, enumera, “y que quiere desafiar lo que los humanos nos inventamos para entretenernos”.
Todo el trabajo de Custic, artista multidisciplinar que despegó como fotógrafo de publicidad y moda, tiene al cuerpo como protagonista indiscutible. Sus personajes se muestran rodeados de una especie de halo: un aura de misterio, de onirismo, de profundidad, pero también una luz, un brillo especial en el sentido literal de la palabra. Poblados por referentes místicos y mitológicos, sus universos visuales ya forman parte del imaginario popular reciente: suyos son, por ejemplo, el arte del segundo disco de Rosalía, El mal querer, y la portada del single Montero (Call Me By Your Name), de Lil Nas X. “El cuerpo me interesa como espacio sobre el que contar ideas”, abunda el artista. “Los seres humanos somos egocéntricos: cuando vemos una cara, un cuerpo, ahí empatizamos. Nos vemos reflejados”. En paralelo al juicio a la superficialidad que siempre ha existido, pero que en esta época se ha exacerbado con las redes sociales, Custic plantea una lectura contraria y complementaria: una visión cargada de optimismo que quiere celebrar la diversidad y aportar capas de interpretación a la realidad que inviten a “superar el machismo, el racismo, la homofobia”.
Esa dualidad entre la crítica y la aportación queda patente en la escultura que ha realizado para Pi(x)el, una reproducción tan realista de Virgen María que casi asusta, sobre cuyos ojos, boca, pechos, uñas y genitales van colocadas unas pantallas que alternan imágenes de esas mismas partes de otros cuerpos: hombres y mujeres, personas de identidad no binaria, de diferentes razas, con diferentes cualidades. Hay cicatrices de mujeres operadas de cáncer, ojos de chicos con síndrome de Down, pedazos de piel con enfermedades autoinmunes… A diferencia de una obra de arte al uso, expuesta para mirar sin tocar, aquí es posible interactuar con las pantallas para ir generando diferentes versiones del humano que representa que, como el proyecto inacabado que es, tiene las manos separadas del cuerpo. “Pienso que tengo que ser extremadamente optimista o comunicar ideas extremadamente optimistas para opacar a un poquito todo el poder que tiene el monstruo capitalista en el que vivimos, que es gigante y ejerce mucha presión”, explica Custic. “El presente que estamos viviendo es agotador. Somos casi ocho mil millones de hámsteres corriendo en una rueda a toda velocidad y todo el mundo dice: estoy agotado. Pero a ver quién para el primero”.
Otro estrato de la obra se concentra a la sociedad de consumo, cuya viscosa fusión con la del espectáculo tiene su mejor exponente en la práctica del unboxing, vídeos donde alguien desempaqueta ante la cámara algún producto de las grandes empresas tecnológicas que acumulan millones de visionados en internet. La performance que Custic y Virgen María desarrollaron a principios de febrero en el Espacio Solo como primer estadio de la obra consistía precisamente en eso: cubiertos ambos con máscaras de sí mismos, de modo que asemejaban robots, los artistas iban sacando de unas cajas las piezas de la escultura para luego ir ensamblándolas. Todo mientras Virgen María capturaba con su móvil la escena, en una sucesión de movimientos entre lo poético y lo inquietante.
La mirada de Custic aspira a ser también testigo de la época que atravesamos. “Es importante contar cosas que resuenen en el presente o que sirvan para algo en el presente, para que las personas podamos abrir un debate y aprender”, apunta. Como su propia obra, él mismo ha ido evolucionando como artista. Cansado de tener que hacer girar sus imágenes en torno a productos, cuando Rosalía le contactó para trabajar con ella en su álbum encontró el modo de dar el salto a una nueva manera de crear. “La música no es un producto físico, sino sonoro”, subraya. “Y aquel proyecto con Rosalía me inspiró mucho”. Ahí fue cuando comprendió que quería ser “artista en mayúsculas”. Desde entonces ha participado en Art Basel Miami (en 2020) y ha expuesto en Matadero Madrid, Caixaforum Barcelona, MdbK Leipzig (Alemania) o en el Museo de Arte Contemporáneo de Zagreb (Croacia). “El valor de un artista es contar”, resume Custic. “Documentar de forma única y especial lo lo que sucede”.
'Certeza': Solo sé que esto es arte contemporáneo
La mirada de Custic desafía los conceptos preestablecidos sobre las cuestiones de la identidad y el género, pero esa no es ni mucho menos la única temática que abordan los 17 artistas que exhiben sus trabajos en Certeza. De la ciencia a la intuición, de lo objetual a lo conceptual, estos creadores, algunos establecidos y otros incipientes, plantean lecturas de la realidad que quieren transgredir aquello que damos por sentado. Para aproximarse a su trabajo, el sello El extraordinario va a producir un podcast periódico donde se adentrarán en esos diferentes universos creativos. Estas son algunas de las obras:
The Permutations triptych, de Chino Moya (2022). El artista español lleva años afincado en Londres, donde ha desarrollado su carrera principalmente como cineasta. Aquí presenta varias piezas de videoarte acompañadas de instalaciones escultóricas, en las que recrea un mundo dominado por la racionalidad y la productividad donde la nueva religión son los algoritmos y cualquier actitud contraria a la búsqueda de la eficiencia es castigada. Como explica Óscar Hormigos, el director creativo de la Colección Solo, se trata de poner en cuestión una certeza imperante en nuestro tiempo: “La idea de progreso como fin único”.
Sitting on the Sun, de Amoako Boafo (2019). Consagrado hace un par de años como la penúltima superestrella del arte contemporáneo, el trabajo de este pintor se concentra en presentar una visión divergente de la cultura negra. Si la historia del arte ha desterrado a los negros de sus representaciones más celebradas, aquí están sus cuadros para devolverles al menos una parte de esa dignidad robada. Esbozados con los dedos, todos sus personajes muestran lo que él ve a su alrededor. Los museos nos enseñan que solo existen las figuras blancas, y esa es la convicción que quiere derribar el ghanés.
Botto, de Mario Klingemann (2021): Todos sabemos que el arte es algo humano e individual, así que Botto, una inteligencia artificial desarrollada por Mario Klingemann, viene a demostrarnos justamente lo contrario. En este caso, quien produce las obras es un token. De entre todos los diseños que genera, una comunidad de usuarios vota las que más les gustan. De ese modo, la democracia de grupo selecciona qué creaciones se convertirán en NFT para ser vendidos y, además, proporciona instrucciones al robot para que vaya refinando su estilo a partir de los gustos preonderantes. “Todo esto pone en cuestión la idea del liderazgo tal y como la proclamaba Steve Jobs”, explica Hormigos. Ya no hace falta un genio para guiar el rebaño: el rebaño solo es capaz de encontrar el camino.
Pepe the Frog: Lo que se muestra en la exposición no es una obra como tal, sino una colección de impresiones de memes del personaje surgido de las profundidades internet. Las verdaderas obras de arte (algunas de las cuales forman parte de la Colección Solo) son NFTs que remiten, como apunta Hormigos, a la propia “arqueología” del medio. Se trata de algunos de los primeros NFT que se crearon, allá por el 2016. Auténticas antiguallas dentro de su contexto. El personaje de la rana Pepe, creado por el dibujante de cómics Matt Furie, fue saltando de la contracultura de los foros de internet al mainstream para después ser utilizado por la extrema derecha trumpista en EE UU. Los internautas que lo llevaron a la fama intentaron rebelarse contra esa apropiación creando diseños con variaciones que luego se tokenizaron: Pepe al estilo de Picasso, Pepe como Homer Simpson, Pepe como faraón egipcio… Algunos de esos NFT, como apunta Hormigos, se han llegado a vender por hasta seis millones de dólares. Ahí tiemblan los cimientos de nuestras certidumbres: ¿Qué es el arte? ¿Dónde reside el valor que le damos a las cosas?
Tribe-City, de Smack (2022): Este colectivo holandés (del que ya se mostró una hipnótica obra en la exposición El Jardín de las Delicias, en el Matadero de Madrid) produce piezas audiovisuales generativas donde una infinidad de personajes con formas de pura fantasía que se asocian en “tribus” que interactúan ente sí a partir de fórmulas matemáticas. Aunque existen esas reglas subyacentes, para el espectador que observa los encuentros entre esos grupos afines dan la impresión de ser azarosos. “La obra habla de lo aleatorio de las relaciones de la sociedad”, explica el director creativo de la colección. “Nos muestra la idea de que cada tribu o grupo social intenta imponer su verdad, y eso es algo que en el momento de guerra que estamos viviendo cobra una gran relevancia”.
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