Cómputos, cómputos
No hay que tomarse demasiado en serio las listas de los mejores libros del año: gran parte de los títulos corresponden a la segunda mitad del 2021, demostrando así que depende mucho de la memoria de los expertos
Una de las razones por las que he declinado esta vez la invitación de mis compañeros de Babelia a formar parte del jurado de “los mejores libros del año” es que me apetecía analizar los resultados desde fuera. He formado parte de este jurado muchos años porque me divierten los juegos, y siempre he considerado que el de los “libros del año” era uno que me implicaba como miembro de esa difusa y bombástica categoría de “expertos” q...
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1. Los expertos
Una de las razones por las que he declinado esta vez la invitación de mis compañeros de Babelia a formar parte del jurado de “los mejores libros del año” es que me apetecía analizar los resultados desde fuera. He formado parte de este jurado muchos años porque me divierten los juegos, y siempre he considerado que el de los “libros del año” era uno que me implicaba como miembro de esa difusa y bombástica categoría de “expertos” que se dedica a analizarlos, glosarlos o criticarlos. La pandemia ha revalorizado el término “experto”, hasta el punto de que quienes así son llamados han sustituido a los tradicionales todólogos de las tertulias televisivas, con resultados semejantes en lo que a fiabilidad se refiere. En nuestro tiempo, ya se sabe, cualquiera puede llegar a ser un experto durante al menos 15 minutos, de modo que ¡a jugar!: el ejercicio sirve al menos para que muchos se cabreen, otros se reafirmen y los libreros vendan algún libro más; en un país en el que los debates literarios serios se han evaporado, ya nos podemos dar con un canto en las muelas. En todo caso, nadie debería tomarse al pie de la letra lo que dicen los expertos (¿cuántos de ellos/ellas publican en las editoriales de la lista?), ni tampoco demasiado en serio: como demostración, ahí tienen, por entrar en materia citando al clásico, el chasco que se llevó Macbeth por creerse el dictamen de las (expertas) hechiceras acerca del bosque de Birnam. He leído estos días alguna esperable opinión reivindicativa acerca del “sesgo de género” que tendría la lista (composición del jurado: 43 hombres y 32 mujeres, si he contado bien; no me constan otros géneros) —y que, sin duda, lo tiene, a pesar de los esfuerzos y cortafuegos implementados para limitarlo—, argumentando, por ejemplo, que en ella no aparece “ninguna escritora española”. Tampoco, por cierto, ninguna de, al menos, otra docena de países que me vienen a la cabeza; y sin embargo pocas veces ha estado mejor representada nuestra lengua (común) gracias a la obra de las escritoras que hablan y se expresan en otros acentos del español. Y es que hay años de mejores cosechas “autóctonas”, sin duda, y otros de peores, tanto para los escritores como para las escritoras: en la lista de este año, por ejemplo, me ha golpeado con la contundencia de un piroclasto comprobar que sólo hay cuatro “verdaderas” novelas de autores españoles entre los 20 primeros libros; se diría que, según los expertos, la ficción de este año ha sido mayoritariamente “femenina”, aunque no necesariamente “española”.
2. Los mejores
En realidad, del examen de la lista de “los mejores” me han interesado más otros aspectos. Por ejemplo, el de la representación editorial. De los 50 títulos seleccionados, 23 están publicados por sellos propiedad de los dos grandes grupos rivales: Planeta, con 12, y Penguin Random House (PRH), con 11. El tercer grupo en presencia —más modesto— es Anagrama (propiedad de Feltrinelli), con 7. Además, el jurado ha colocado en la lista 20 títulos de editoriales “independientes”: 4 de Asteroide, 4 de Visor (este año se registran más títulos de poesía), 2 de Impedimenta y 1 por cada uno de los sellos Acantilado, Sexto Piso, Eterna Cadencia, Cabaret Voltaire, Galaxia Gutenberg, Errata Naturae, Tres Puntos, Caja Negra y Adriana Hidalgo. Si nos limitamos a los 20 primeros, se aprecia mejor quiénes son las editoriales que más han pesado en las preferencias críticas: Planeta (7), PRH (6), Anagrama (2), además de 5 títulos correspondientes a otras tantas “independientes”. Si no nos ponemos muy estrictos en la taxonomía de los géneros (cada día más permeables y mestizos), la mayoría de los títulos correspondería a los de ficción y no ficción (incluida la memorialística, que este año logra una apabullante representación), con una presencia aceptable de poesía (9 títulos, 5 escritos por mujeres) y una historia gráfica (El secreto de la fuerza sobrehumana, de Alison Bechdel), que, paradójicamente, no aparece en la lista de los mejores cómics del año, publicada en el mismo ejemplar de Babelia. Por lo demás, y como decía más arriba, no hay que tomarse demasiado en serio las listas, empezando porque, si se fijan, gran parte de los títulos elegidos corresponden a la segunda mitad de 2021, demostrando cómo la meteórica rotación de las novedades también afecta a la memoria de los expertos. Para escribir esta pequeña e imperfecta crónica he echado un vistazo a los “mejores libros” de los años 2008 y sucesivos: y, créanme, de muchos de ellos no se acuerda nadie y están (comercialmente) más muertos que los muertos de Comala, lo que no quiere decir que entre los olvidados no haya alguna obra maestra lista para ser “redescubierta”. Y, por lo demás, insisto en que lo mejor, y lo que consume menos bilis negra, es hacerse a la idea de que se trata de un divertimento y un motivo de conversación y despotricamiento (perdonen el neologismo) para letrados durante el tiempo de un suspiro semanal. Y si no se lo creen, esperen a diciembre de 2099, cuando Babelia (si es que todavía) publique la lista de los mejores libros del siglo XXI (si es que para entonces).
3. Inmersiones
¿Estamos locos o qué? Leo —y, peor, escucho— que el inefable y un punto trafalmejas —ojo, suena a insulto, pero no lo es— señor Rufián (que cuando dice algo que cree importante suele separar las palabras con guiones y pronunciarlas a 16 r.p.m.), declaró en la sede de la soberanía nacional —y en el contexto de la polémica del 25% en las escuelas de Cataluña— que “la inmersión lingüística es una conquista de la clase trabajadora”. Toma ya. Ahora me suena menos rara la tesis del filólogo Jordi Bilbeny acerca de la catalanidad de Cervantes y de que fuera obligado a traducir al castellano El Quijote.
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