La inevitable fragilidad de las vidas-trabajo
Siguiendo la estela de ‘El entusiasmo’, Remedios Zafra analiza en ‘Frágiles’ la precariedad laboral en la era digital
Descubrí la obra de Remedios Zafra un poco por casualidad, a medias gracias a las recomendaciones de algún amigo y las lecturas apresuradas de las notas de promoción después de que recibiera el Premio Anagrama de Ensayo por El entusiasmo. Me interesó su reflexión sobre el precariado del trabajo y la creación intelectual, y su aproximación, tan personal y diferente, al mundo de internet. Los políticos que ahora...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Descubrí la obra de Remedios Zafra un poco por casualidad, a medias gracias a las recomendaciones de algún amigo y las lecturas apresuradas de las notas de promoción después de que recibiera el Premio Anagrama de Ensayo por El entusiasmo. Me interesó su reflexión sobre el precariado del trabajo y la creación intelectual, y su aproximación, tan personal y diferente, al mundo de internet. Los políticos que ahora debaten sobre el desempleo juvenil y que tantas veces se han visto tentados de expulsar la Filosofía de las aulas deberían leerla si quieren comprender las mutaciones sociales a las que se enfrentan, que no pueden ser analizadas a través de prismas ya anticuados por mucho que se empeñen en ponerlos de moda. Frente a la cultura del relato, tan en boga, deberían practicar la política de la mirada, en lo que Zafra es experta. Mirar al que mira es una fórmula de éxito en el aprendizaje, y así se explicita en el primero de los prefacios de Frágiles (Anagrama), la última entrega de la autora.
Deliberadamente o no, Remedios Zafra representa con acierto los anhelos y ansiedades de la llamada generación X, bisagra entre la del baby boom, tan preocupada ahora por el futuro de sus pensiones, y la de los nativos digitales, para los que el ciberespacio es una realidad tan ligada a su existencia como el aire que respiran. En el caso español, casi todos los ocupantes del poder como los aspirantes a él pertenecen a esa tribu generacional, llamada a gobernar una transición tan difícil como la del 78 pero mucho más profunda: no se trata de cambiar un sistema político sino una civilización.
La que ya nos acecha está vertebrada por la multiplicación de las vidas-trabajo, potenciadas en todos sus aspectos por el impacto del confinamiento y otras prescripciones sociales que la pandemia impone. Un entorno existencial y laboral que recupera en cierta forma, aunque no se explicite así, la noción del trabajo como castigo divino frente a la modernidad de considerarlo como uno de los inalienables derechos humanos. Quizá impactado por su formación de jesuita, Antonio Marzal, que abandonó la teología por el derecho y fue catedrático en la Ramón Llull y decano en Esade, me convenció en los años tempranos de Cuadernos para el Diálogo de que todo trabajo que no esclavice no es un verdadero trabajo.
Esta noción existencial, consecuencia de la expulsión del paraíso, no es tenida suficientemente en cuenta por el derecho laboral, pero Zafra la honra cuando asegura que “entrenadas en la responsabilidad y el miedo, las vidas-trabajo que hemos configurado parecen, al mismo tiempo, ser fruto de nuestras elecciones asustadizas y ser impedimento para nuestras elecciones emancipadoras”. Escritas desde una perspectiva feminista, sus palabras son igualmente aplicables al universo masculino en lo que se refiere a sus relaciones con el poder. Es obvio que las vidas-trabajo esclavizan más a las mujeres absorbidas no solo por cargas laborales, sino por las familiares o la protección de sus dependientes frente a quienes “se hacen fuertes y autónomos sin dependencias explícitas”.
Pero la autoexplotación y el sentimiento de culpa por no ser capaz de cumplir con responsabilidades impuestas por la tribu o por uno mismo no es una exclusiva de género. La autora lo reconoce cuando asegura que no existe libertad para la culpa, “decidas lo que decidas te quedará la presión de lo que tú deseas y lo que la tribu y la cultura te reclaman. Sé que muchos hombres también lo sienten pero (…) todas las mujeres con las que fui al instituto tienen esa culpa cogida con doble nudo en su alma”.
En sus meditaciones, sin renunciar a la ciencia, la antropóloga que es cede constante espacio al lirismo. El libro es así todo un homenaje a las Cartas a Felice, de Kafka, una de cuyas citas encabeza el volumen, y también al feminismo de Virginia Woolf, soliviantado y audaz para su tiempo. Escrito como una correspondencia con sus lectoras sobre El entusiasmo, es, al igual que los recados de amor del escritor checo, un diálogo consigo misma y un análisis público de sus propios sentimientos. “De la intimidad germina la conciencia cuando es autonarración”. Se desprende así un elogio al movimiento feminista que utiliza las redes sociales para visibilizar y compartir lo privado. “Visibilizar lo íntimo nos libera de la coacción”, asegura la autora. Lo podría haber dicho también Irene Montero cuando elogió la valentía de Rociíto por su confesión general en las pantallas de televisión. Quizás no reparen en que semejante debate circula por fronteras flexibles que nos acercan a los territorios complejos del exhibicionismo, incluido el muy denostado de la pornografía.
Frágiles es en cualquier caso un gran libro porque nunca aspiró a serlo. No está escrito desde la trascendencia, sino desde la introspección. Su literatura es a la vez elegante y humilde, dos atributos de la sabiduría. O sea, un libro para leer y repasar en las horas perdidas del verano, que será perdurable en el tiempo y en la memoria.
FRÁGILES
Autora: Remedios Zafra.
Editorial: Anagrama, 2021.
Formato: 288 páginas. 18,90 euros.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.