Cualquier futuro fue mejor (en el cine)
El Museo Reina Sofía indaga en un ciclo de películas sobre las distintas reflexiones de los tiempos venideros en el audiovisual
No hay teletransportación. Tampoco se ha colonizado el espacio, ni siquiera los planetas del Sistema Solar. No se ha puesto solución a problemas como las crisis de los refugiados, hambrunas y sequías, el calentamiento global y seguimos dependiendo del petróleo como fuente de energía. No hay igualdad entre los seres humanos, el capitalismo en su versión neoliberal cruel campa a sus anchas y ni siquiera la última pandemia ha puesto de acuerdo a la humanidad en las medidas para atajarla. En cambio, en la pantalla, los coches vuelan, los robots humanoides asumen los trabajos más complicados, hay f...
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No hay teletransportación. Tampoco se ha colonizado el espacio, ni siquiera los planetas del Sistema Solar. No se ha puesto solución a problemas como las crisis de los refugiados, hambrunas y sequías, el calentamiento global y seguimos dependiendo del petróleo como fuente de energía. No hay igualdad entre los seres humanos, el capitalismo en su versión neoliberal cruel campa a sus anchas y ni siquiera la última pandemia ha puesto de acuerdo a la humanidad en las medidas para atajarla. En cambio, en la pantalla, los coches vuelan, los robots humanoides asumen los trabajos más complicados, hay federaciones mundiales, Marte parece el patio trasero de la humanidad. A cambio, otras películas levantan acta del apocalipsis en forma de rebelión de las máquinas, desastres naturales, caídas de meteoritos gigantes, amenazas extraterrestres o, sencillamente, desgracias provocadas por la ruindad del hombre. En la vida real el futuro se parece demasiado al pasado, los cambios tecnológicos no han sido tan radicales como los apuntados en el cine, aunque, al menos, no nos vestimos con monos de licra. Pero acertaron quienes rodaron una narcolepsia colectiva en una sociedad más pendiente del lanzamiento del último móvil que de los conflictos humanos.
A todo ese tiempo que no ha sido, a esas distopías y utopías que han alimentado el audiovisual del último siglo, el Museo Reina Sofía le está dedicando el ciclo Futuros posibles. Cine y mundos por venir, comisariado por Chema González, responsable de actividades culturales y audiovisuales del centro, que apuesta por “un cine que va desde clásicos a películas artísticas, huérfanas [filmes publicitarios, encargados por empresas, de los que no se conoce autor]... todo es cine”. Dividido en cinco programas temáticos y un epílogo, Futuros posibles, hasta el 2 de julio, sirve para ir más allá del recorrido sobre ese tiempo venidero, mostrado en el cine de 1920 a 2020, porque en realidad indaga en las ideologías contenidas en las imágenes: cada digresión está alimentada por un mensaje consciente o inconsciente acerca del planteamiento de ese futuro que iba a llegar. Y que se ha quedado atrás: 2001: una odisea del espacio transcurrió hace dos décadas.
Cada década ha tenido, además, un futuro en pantalla que reflejaba la realidad del momento: si los noventa fueron los años del cine de ciencia ficción que trataba del No Future, en la actualidad los creadores están dando altavoz a una petición generalizada: la necesidad de un horizonte. El deseo colectivo ha alimentado la maquinaria creativa de los cineastas, que elucubran y diseñan sus futuros. Como apunta Ridley Scott, que lleva décadas jugando en este género, “el cine de ciencia ficción es parecido al cine histórico: nos damos cuenta de que no hemos aprendido tanto y seguimos cometiendo los mismos errores. El cine sobre el futuro es útil porque es una señal de advertencia”.
El ciclo, según su comisario, “reúne películas de distintos ámbitos, como el cine mudo histórico, el underground, las películas huérfanas o de archivo, el cine de autor o el reciente cine realizado por artistas, bajo la premisa única de que todas son cine en igualdad y sin jerarquías”. Y que se asoma sin complejos al retrofuturismo, que en ocasiones pasa de la concepción del futuro ideado hace décadas a un mero mensaje propagandístico, a veces casi publicitario.
De ahí que el primer programa se centrara en el cosmismo, pensamiento ruso a caballo entre lo científico y lo místico que logró numerosos seguidores en el primer tercio del siglo XX; el segundo hablara de la ciudad como artefacto de futuro, con la proyección de dos películas muy alejadas en sus planteamientos, pero unidas por su objeto de estudio: Metrópolis (1926), de Fritz Lang, y Paris qui dort (1924), de René Clair; y el tercero ahondara en las promesas capitalistas —de ahí su título, Utopías-distopías capitalistas— que anunciaban ese mundo mejor durante la Guerra Fría. En él se ha proyectado material del fascinante Rick Prelinger, recolector de cine, dueño de un archivo de más de 70.000 títulos, que ha seleccionado películas producidas por las grandes corporaciones estadounidenses sobre la felicidad que iba a proporcionar el capitalismo.
El cuarto (Afrofuturismo) y quinto (Otras vidas: ciencia ficción y conciencia) programas son las estrellas de junio. González explica: “Cada tiempo ha sido pugnado por su propio futuro, muchos cineastas han rehuido el dogma y han entendido el futuro como una categoría a conquistar”. Y eso se refleja bien en el afrofuturismo, movimiento cultural que surge en la diáspora africana durante la segunda mitad del siglo XX, y que sirve un cóctel de tecnología, realismo mágico, cultura popular y cosmologías no occidentales, adornados con ciencia ficción. “Y que ha sido absorbido en la actualidad en productos populares, como Black Panther”. Sus cineastas se preguntan por el lugar que ocupa la población negra y concluyen que es el alienígena, un ser otro sin derechos en este mundo. Al contrario que otros programas, “que muestran cómo hace décadas pensaron futuros que ni se planteaban los problemas acuciantes que vivimos en el siglo XXI”, dice González, el afrofuturismo se encadena al actual Black Lives Matter, y en él participaron creadores como el músico Sun Ra. Muchas de las sesiones del ciclo han ido acompañadas de música en directo, y el afrofuturismo no podía ser menos: el viernes que viene habrá un concierto de Siwo, el alter ego de Simonal Bie, pionero de la escena afrobeat en España.
El ciclo acaba con Otras vidas: ciencia ficción y conciencia, “que se pregunta qué tipo de vida vivimos y si es posible la existencia de vidas alternativas”. Incluye otro clásico de la ciencia ficción: Stalker (1979), de Andréi Tarkovski, y acaba con A mordida (2019), de Pedro Neves Marques, centrada en un mundo pandémico y lo que denomina “la dictadura de la biotecnología”. “Al final, ¿qué es el futuro?”, reflexiona el comisario, “una excusa para hablar del presente”.
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