30 años de ‘American Psycho’, el libro de todos los escándalos

La novela de Bret Easton Ellis, una fábula ultraviolenta ambientada en el Nueva York del reaganismo, fue vetada por su editorial e hizo que su autor recibiera amenazas de muerte. Tres décadas después de su publicación, 10 escritores, de Jay McInerney y Tama Janowitz a Frédéric Beigbeder y Emma Cline, recuerdan para ‘Babelia’ lo que el libro supuso para ellos

El actor Christian Bale, en la adaptación cinematográfica del libro 'American Psycho', estrenada en 2000. En vídeo, el trailer.

La novela ya había adquirido notoriedad mucho antes de ser editada, después de que el editor de Simon y Schuster, Dick Snyder, suspendiera su publicación. Aparentemente no lo había leído hasta que el libro ya estaba en galeradas y se ofendió por su contenido, o tal vez solo reaccionó a la indignación de otros dentro de la editorial. No me sorprendió del todo, ya que había hablado con Bret sobre el libro mientras él lo escribía. Finalmente, Vintage quiso publicarlo y la reacción fue casi abrumadoramente negativa. ...

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Jay McInerney

La novela ya había adquirido notoriedad mucho antes de ser editada, después de que el editor de Simon y Schuster, Dick Snyder, suspendiera su publicación. Aparentemente no lo había leído hasta que el libro ya estaba en galeradas y se ofendió por su contenido, o tal vez solo reaccionó a la indignación de otros dentro de la editorial. No me sorprendió del todo, ya que había hablado con Bret sobre el libro mientras él lo escribía. Finalmente, Vintage quiso publicarlo y la reacción fue casi abrumadoramente negativa. Bret recibía cartas insultantes y amenazas de muerte. Llegó un momento en que le daba miedo salir de su apartamento. Bret sabía que iba a ser controvertido. Incluso él estaba un poco asustado por los pasajes más violentos que escribió al final, todos a la vez, después de haber terminado el resto del libro. Salí a cenar con él en medio de ese periodo y estaba de muy mal humor, muy deprimido. No creo que estuviera preparado para el escándalo o la magnitud de la oposición que recibió. Muy pocas voces de la comunidad literaria salieron en su defensa. Ha sido interesante asistir a la creciente reputación literaria —la rehabilitación, por así decirlo— del libro en los años posteriores.


Jonathan Lethem

Debido a mi relación con Bret, con quien coincidí en la Universidad de Bennington, me encontré atrapado en un bucle de envidia y confusión provocado por el hecho de que hubiera escrito un libro tan famoso que incluso Norman Mailer sintió que tenía que opinar al respecto. Mi primera lectura se vio filtrada por esa envidia y esa confusión. La única parte que logré disfrutar fueron las reseñas de discos, que me parecieron perfectamente equilibradas en su ironía y tal vez la clave para entender todo el proyecto. Más tarde, cuando pude leer el libro con lucidez y tranquilidad, estuve de acuerdo con esa primera impresión. La otra cosa que me llamó la atención en el momento de su publicación fue que tantas voces estadounidenses educadas y aparentemente serias estuvieran dispuestas a criticar un libro que ni siquiera habían leído. Décadas después, ya no me sorprende tanta fatuidad, tanta ignorancia orgullosa. Una lástima.


Tama Janowitz

Recuerdo que, una noche a finales de los ochenta o comienzos de los noventa, Bret me dijo: “Estoy trabajando en algo y es tan violento que me asusta. Tengo mucho miedo. No puedo dormir”. Si lo que estaba escribiendo le asustaba, ¿por qué no dejaba de escribir? En Nueva York, en aquel momento, los jóvenes banqueros estaban por todas partes: en los restaurantes y en los clubes un poco pasados de moda, pero nunca en lugares nuevos o extravagantes. Eran como ponis nuevos en una escuela de equitación: brillantes, mantecosos y envueltos en cosas caras: ropa, relojes, cortes de pelo, mocasines. Casi todos eran hombres. Nunca vi a mujeres a su alrededor que no fueran sus citas, y estas siempre parecían modelos, aunque sospecho que la mayoría de esos hombres eran caballos castrados.

Era un estrato social inaccesible para mí, porque estaban encerrados en su círculo: jóvenes de 20 o 30 años que se alimentaban de caviar y cocaína; si tenían músculos, los habían logrado en el gimnasio. Vivían en la ciudad, pero la ciudad no les rozaba. Las calles de Nueva York seguían llenas de vagabundos, enfermos mentales que empujaban carritos de supermercado llenos de peluches, pedazos de muebles, comida y ropa; que dormían en los callejones o en el metro, y que defecaban en las mismas calles donde estos banqueros repeinados se dejaban llevar en limusinas con chófer en una nube de aftershave y colonia, bebiendo champán y vodka de primera clase. En cierto sentido, American Psycho fue un intento estadounidense de emular el nouveau roman francés. La obra de los cincuenta y sesenta de autores como Alain Robbe-Grillet, Michel Butor, Marguerite Duras, Robert Pinget, Nathalie Sarraute —y también Camus e incluso Sartre— fueron las placas de agar con las que se alimentó la escritura de este libro.


Frédéric Beigbeder

Leer American Psycho fue tan impactante que lo coloqué en el número 1 en la lista de mis novelas favoritas del siglo XX. Lo vuelvo a leer regularmente para retroceder en el tiempo y sumergirme en el Nueva York que conocí cuando tenía 20 años. Este libro es visionario, sexi, horrible, anticapitalista, superglamoroso, hiperesnob y totalmente impublicable hoy (aunque ya fue rechazado en su momento por su primera editorial). Influyó en innumerables escritores, pero también en películas como El lobo de Wall Street y series como Nip/Tuck o Mad Men. Me gusta especialmente la libertad formal, la originalidad de su estilo: citas de marcas de ropa, digresiones sobre Phil Collins, manuales para usar cadenas de música. Su crueldad hastiada. Una vez le pregunté al autor cómo se le ocurrió la idea de esta escritura fría y me dijo que mezcló los diarios de Andy Warhol y el Infierno de Dante. Leer las aventuras de Patrick Bateman 30 años después permitirá que las nuevas generaciones entiendan mejor la locura de esas décadas. Y que sepan todo lo que se perdieron... y nunca conocerán.


Tao Lin

Recuerdo haber leído alrededor de 80 páginas de American Psycho cuando tenía unos 25 años. Me gustó mucho. Me impresionó ese estilo de prosa complejo pero nítido, y pensé que era muy divertido. Dejé de leer a partir de la escena en la que el protagonista mata a un vagabundo. No disfruto leyendo sobre violencia.


Emma Cline

Me encanta American Psycho. Lo releí hace poco y me sorprendió lo divertido que sigue siendo. Lo introduje en la lista de lecturas de una clase que estoy impartiendo en la Universidad de Columbia sobre la escritura de lo extremo. Sexo, drogas, todo eso. La noche anterior a la clase donde debíamos estudiar el libro me entró el pánico. Hay tantas cosas inapropiadas en él que creí que mis alumnos lo odiarían y que me acabaría metiendo en problemas. Por suerte, les encantó, lo que me sorprendió y me hizo feliz. El libro es una sátira social, que no es lo que pretendo hacer con mis novelas, más realistas. Pero American Psycho me enseñó la importancia de ser divertido cuando escribes. Leer ese libro me hace sentir más libre. Forma parte de ese género de novelas escritas por autores que se atreven con todo.


Ricardo Menéndez Salmón

Hay escritores con un don. Los llamo sismógrafos. Son aquellos capaces de detectar los movimientos tectónicos que operan en el interior de cada sociedad en un determinado momento de su desarrollo. Bret Easton Ellis logró con American Psycho capturar ese temblor de finales de los ochenta. Fue además muy hábil al reflejar un clima moral a través de un personaje inolvidable, desnudo de empatía, un ególatra legendario, alguien de la estirpe de Stavrogin.

Al retratar la apoteosis y agonía de una década, la del reaganismo y la muerte de la sociedad, Ellis diagnosticó a través de Bateman el cáncer que roía ya todas sus estructuras y nos preparaba para esa nueva forma de nihilismo que solo podía nacer del turbocapitalismo, el nihilismo de la saciedad, un nihilismo que no emana de un sentimiento de cólera ante la injusticia del mundo, sino que apenas manifiesta el vacío que provoca la abundancia. Creo sinceramente que American Psycho es una de las novelas más importantes que he leído en mi vida. He vuelto a ella varias veces desde mi primera lectura y siempre logra conmoverme y aterrorizarme. Estoy convencido de que es un libro que perdurará.


Preti Taneja

Cuando leí la novela por primera vez en 2010, encontré refrescante su descripción de una masculinidad determinada. Había trabajado en finanzas como reportera, pero nunca había visto ese mundo monstruoso y sus hombres peligrosamente inmaduros presentados con tanta claridad en la ficción. Sí, me enfermó la misoginia y la violencia. Pero su actitud me pareció fiel a lo que había experimentado en ese mundo. Y la forma, esa voz psicótica en primera persona atrapada en una fantasía de envidia y autodesprecio, es como una cláusula de rescisión para el lector y para el escritor.

El final de la novela se adentra en el mundo actual: el daño fascista contra las mujeres y las minorías que se materializó en los Estados Unidos de Trump. Sigue vigente, en ese sentido. Una vez hablé sobre la decisión de publicar American Psycho con Sonny Mehta, editor de AA Knopf, quien lo compró después de su cancelación por Simon & Schuster. Recordó haber recibido carne cruda en el correo de la oficina de grupos feministas que protestaban. Me pregunto si lo habría publicado de la misma manera ahora. Todavía estamos hablando del libro y eso también forma parte de su extraordinario legado.


Laurent Binet

Lo leí hacia los 20 años y fue una revelación: fue el libro que me hizo descubrir la novela contemporánea, una literatura a la vez experimental y cautivadora. Lo que me deslumbró en la primera lectura fue, ante todo, su inventiva formal, ese genio cómico al servicio de la sátira: las descripciones de ropa de marca, las disertaciones sobre Patrick Swayze o Phil Collins, las escenas para conseguir mesa en Dorsia, el restaurante de lujo… También la neurosis de los personajes, todos ellos estúpidos, egoístas, vacíos y obsesionados por su apariencia (todo muy proto-Instagram).

En segundo lugar, me fascina la maestría con la que Ellis describe a su protagonista, Patrick Bateman, un caso ejemplar de narrador poco fiable, cuya personalidad desdibuja las fronteras entre realidad y fantasía. Hay una mecánica sutil y bien engrasada por la que la historia se va volviendo cada vez más loca. Es un proceso que se puede encontrar en todas sus novelas (excepto en la primera, Menos que cero). Nunca se sabe si los narradores-protagonistas viven lo que dicen vivir, porque ellos mismos no entienden nada. Eso es lo que distingue a Ellis de los otros novelistas de su generación: un cuestionamiento muy quijotesco de la ficción y la realidad, que implica el sabotaje metódico de su propia historia. El resultado son metanovelas de una profundidad reflexiva extremadamente original, siempre actuales y modernas, a diferencia de lo que hace Houellebecq, por ejemplo, que es muy bueno relatando los tiempos que corren, pero casi siempre lo hace con técnicas novelescas de lo más clásico.


Aixa de la Cruz

Leí American Psycho en la carrera porque mis compañeros más irreverentes lo consideraban un must, un libro que había que leer. Por eso persistí a pesar del tedio de enumeraciones de marcas de ropa y restaurantes que nunca pisaré. Me aburrí hasta que empecé a excitarme. Me excité hasta que empecé a horrorizarme. Y creo que en ese juego perverso radica la genialidad del libro: nos enseña a mirar con frivolidad primero, con el deseo que nos ha construido el porno después, y justo cuando estamos a punto (a punto de masturbarnos, digo), irrumpe la violencia extrema, y nuestra excitación nos hace cómplices, cómplices de ese sistema degradante cuya cúspide es la violencia contra las mujeres. Me parece una de las formas más eficaces de hacer denuncia política, al fin y al cabo: activar los mecanismos de la culpa, para que el lector se reconozca copartícipe de aquello cuya representación le está dando ganas de vomitar. Sigue siendo un must.


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