Para no morderse la lengua

En ‘Tomás Nevinson’ volvemos a encontrar al Javier Marías reflexivo, al irónico, al comediante, al severo, al crítico social, al satírico, al romántico y al pesimista sin aspavientos

Virginia Woolf y su marido, Leonard, en 1912.ALAMY

Hace tres años y medio, cuando me tocó referirme a la novela Berta Isla, afirmé desde este Sillón de orejas que, para mi gusto, era la mejor que su autor había escrito desde su obra maestra en tres partes (2002, 2004 y 2007) Tu rostro mañana. Lamento repetirme ahora con ...

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1. Javier Marías

Hace tres años y medio, cuando me tocó referirme a la novela Berta Isla, afirmé desde este Sillón de orejas que, para mi gusto, era la mejor que su autor había escrito desde su obra maestra en tres partes (2002, 2004 y 2007) Tu rostro mañana. Lamento repetirme ahora con Tomás Nevinson (Alfaguara, como todas las citadas), pero esta supera con mucho a la anterior (con la que forma “pareja” literaria, aunque admite lectura independiente). Por supuesto, aquí también encontramos el toque Marías: tras 15 novelas y millones de caracteres publicados (relatos, semblanzas, ensayos, artículos), Marías se ha hecho dueño de uno de los estilos más reconocibles, personales y exclusivos de la creación literaria del mundo hispánico. Aquí volvemos a encontrar al Marías reflexivo, al irónico, al comediante, al severo, al crítico social (sí: el articulista que fustiga determinadas costumbres contemporáneas, etcétera), al satírico, al romántico, al pesimista sin aspavientos.

Su protagonista, Tom Nevinson, el marido “quemado” de Berta Isla, es requerido otra vez por Tupra, el ángel negro de Marías, para una última misión: tras cambiar de nuevo de identidad (ahora se llamará Miguel Centurión), deberá trasladarse a una mediana ciudad “del noroeste” para averiguar allí cuál de tres mujeres señaladas (tres, como los cofres de Porcia en El mercader de Venecia) podría ocultar la identidad de Maddie Orúe O’Dea, sospechosa, entre otras salvajadas, de haber intervenido en los espeluznantes atentados de ETA en 1987-1991 (Hipercor, casas-cuartel de Zaragoza y Vic), y de la que se temen nuevas “acciones” que podrían acabar con las esperanzas de una tregua en el conflicto anglo-irlandés. Y una vez averiguada y desenmascarada, Centurión debería “sacarla del cuadro”, apiolarla, ajusticiarla (aquí el autor rinde indirecto homenaje a los iusnaturalistas salmantinos del XVII que afirmaban tyrannum licet occidere, es decir, “es lícito matar al tirano”), quizás porque, en definitiva, “el pasado es un intruso imposible de mantener a raya”. Marías compone su (documentadísima) historia en primera (el narrador más o menos irresoluto) y tercera persona.

Novela de gran ambición, muy contextualizada, pero no servil a la historia, y con una intriga muy elaborada en la que, de nuevo, se introduce el repertorio de temas de ese único libro que Marías continuará escribiendo mientras conserve aliento literario: apariencia / realidad; culpa / arrepentimiento; justicia / venganza; secreto, lealtad y traición; la necesidad de huir y la añoranza de regresar (para huir de nuevo). Mientras durante varias noches abolía el sueño leyendo la peripecia de Nevinson/Centurión, de sus (posibles) víctimas y de un estupendo plantel de personajes secundarios que confieren densidad a la intriga, he recordado un versículo de Jeremías (mi profeta favorito) que, más o menos, dice: “Engañoso y perverso es el corazón más que todas las cosas, ¿quién lo conocerá?”. Lo cierto es que Marías sigue intentándolo una y otra vez. Ojalá la disfruten tanto como yo.

2. Virginia Woolf

El 28 de marzo de 1941, pronto hará 80 años, Adeline Virginia Stephen, célebre como Virginia Woolf, rellenó los bolsillos de su abrigo con piedras de mediano tamaño y se metió en el río Ouse, muy cerca de su casa. Su conmovedora nota de despedida a Leonard Woolf, su marido, en la que le explicaba que no se sentía con fuerzas para afrontar una nueva depresión (y la locura), terminaba así: “No creo que dos personas puedan haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido”. Virginia Woolf y James Joyce (quien, por cierto, no era santo de su devoción literaria) son los dos novelistas clave del modernismo más renovador, y ella se ha convertido, además, en uno de los iconos indiscutidos del feminismo. Lumen, editora de la mayor parte de su obra en español, acaba de publicar (prólogo de Elena Medel e ilustraciones de Sara Morante) una bonita edición de la casi centenaria Una habitación propia (1929), su ensayo más leído. También estos días ha llegado a las librerías una nueva edición “revisada” de la novela Una habitación ajena (1997; Lumen), de Alicia Giménez Bartlett, un retrato ficticio, pero muy documentado, de la novelista desde el punto de vista de su criada. Por último, recomiendo vivamente el cómic feminista de Raquel Riba Rossy Una habitación propia con wifi (también Lumen), que nos trae de nuevo, y más salvaje que nunca, al personaje de Lola Vendetta, que, por ejemplo, ilustra una de sus viñetas-manifiesto, titulada ‘Sexo en confinamiento’, con el dorso de una mano abierta en la que los dedos índice y corazón aparecen rodeados de corazoncitos. Y es que más vale estar sola/o que mal acompañada/o.

3. Darío Villanueva

Lo primero que me llamó la atención de Darío Villanueva fue encontrar en él a un catedrático a quien no se le caían los anillos académicos por publicar en los periódicos artícu­los y ensayos destinados a públicos más amplios de los entonces habituales en las revistas especializadísimas de su endogámico gremio. Especializado en teoría literaria y literatura comparada, su autobiografía intelectual queda patente en el conjunto de textos incluidos en su reciente libro De los trabajos y los días (Universidade de Santiago). Su trabajo en la RAE (cuya presidencia ocupó desde 2014 a 2018) y en la presidencia de Fundéu le mantienen en permanente contacto con la evolución de la lengua. Esa curiosidad por el habla y sus hablantes, así como por el significado de las palabras, está detrás de su último libro, Morderse la lengua (Espasa), cuyo subtítulo, Corrección política y posverdad, indica bien a las claras el objetivo de su autor. Un libro importante y muy legible sobre los fundamentalismos y estupideces que se nos han ido colando en el uso de nuestra lengua, así como sobre las consecuencias de la cada vez más peligrosa extensión de las industrias de la mentira.

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