Milei y el destino latinoamericano de Argentina
El presidente ultraderechista cuenta con el apoyo de aquellos que se sienten defraudados por el Estado y querían salir del infierno inflacionario a cualquier precio
A un año de su asunción, Javier Milei consolida su posición y profundiza su rumbo político, algo que la mayoría de los opositores auguraba tan imposible como su triunfo electoral. Como quien hace andar una bicicleta, Milei encadena en su avance los efectos de dos pedaleadas que permiten su avance por ahora rampante.
La primera es el equilibrio fiscal. La motosierra prometida por Milei —algo que parece ridículo para quien espere de un político lo que hasta hace poco muchos consideraban esperable de un político (“manifiestos, escritos, discursos, humaredas perdidas, neblinas, estampadas”)— fue durante la campaña electoral un símbolo potente para condensar el programa de rechazos y afirmaciones que consagró presidente al libertario en la elección de 2023 y luego se concretó en un ajuste colosal.
El recorte surgido de los efectos de la devaluación y la contención del presupuesto fue aplicado a jubilaciones, obra pública, servicios sanitarios y educativos, al sector científico, a los salarios y las ayudas sociales, acompañado de la dinamitación espectacularizada de algunos organismos estatales. Esto, junto a la permanencia de una política de control de cambios, la fijación de un precio oficial del dólar y a la reducción de la brecha entre este precio y el mercado paralelo (negro, blue o “libre” como lo llamó en un lapsus el ministro de economía) contribuyó a la desaceleración de la tasa de inflación que tuvo en efecto balsámico en el ánimo crispado de la población. Quien no entienda que vivir con 200% de inflación anual es desesperante no entenderá el éxito político de llevar esa tasa a un salvífico 30% (y con posibilidades de reducción).
El financiamiento de la estabilidad de la divisa extranjera se sostiene en el blanqueo de capitales, las retenciones al agro y en préstamos futuros que serían un puente hasta que la economía arranque motorizada por las exportaciones de geología latinoamericana que vienen a complementar y superar la exportación de fotosíntesis de los años 2000. Con ese resultado, el presidente renovó su crédito: lo que dijo que iba a hacer lo hizo y dio, hasta ahora, resultado. Nadie es muy feliz, pero hay esperanza. Tampoco tanta: nadie sabe cuándo y cómo será la próxima devaluación, qué consecuencias tendría sobre la inflación y qué tipo de sociedad nacería al calor de la exportación de energía que tan poco empleo es capaz de crear.
El avance de Milei tuvo otro pedal: el diseño institucional de Argentina, un presidencialismo construido a la medida de la idea que Juan Bautista Alberdi (1810-1884) admiraba en la constitución chilena (“un monarca con nombre presidente”) le permitió dividir y cooptar opositores y competidores. Milei consiguió aliados entre peronistas opoficialistas, entre kirchneristas que negocian bajo cuerda, entre políticos radicales reconvertidos y necesitados de financiamiento para sus territorios e incluso entre partidarios del expresidente Mauricio Macri que aspiran a ser aliados y que el presidente, con el derecho que le da ser el dueño de los votos, solo admite como peones de sus políticas.
Transformación social
El suave y generoso plano inclinado en que se desliza el velocípedo libertario tiene tres componentes. En primer lugar, una transformación social previa y de mayor magnitud en la que el imperio del mercado se amplió pese a los paliativos de las políticas peronistas de 2002 hasta 2007. Durante la pandemia, los argentinos de las clases populares y de todas las clases inventaron formas de sobrevivir que superaban las ayudas sociales, cuya obtención exigía, además, muchísimo tiempo de participación social y obediencia a mediadores arbitrarios. El Estado defrauda y muchos quieren poder tener educación, salud y seguridad privada.
Pero esa fue solo la imagen aumentada de lo que venía pasando desde hacía lustros. En ese contexto, los beneficios de las políticas de los 2000 en adelante, desde transferencias monetarias hasta regímenes laborales e instituciones económicas protectivas de la producción nacional se volvieron intangibles para una mayoría que desde 2008 vive años de inflación, estancamiento y tentativas de engañar a la población con negaciones y desvíos de la agenda. Por otro lado, todo esto ocurre en un marco en que la trayectoria general del capitalismo determina un retorno de la preferencia por las jerarquías y la autoridad y, en Argentina, se presenta como una crítica del falso igualitarismo. Aquellos que se autofestejaban con “Common People”, como si lo fueran, resultaron desalojados por los que despreciaron como giles y cuestionaron las arbitrariedades para ver quién es más fuerte mano a mano.
Al grano: las responsabilidades políticas del kirchnerismo son otro componente ineludible para comprender el contexto sociopolítico actual. El poder adquisitivo y las expectativas de futuro disminuían, pero la oferta de una agenda de derechos, propuesta de forma irresponsable como una compensación, no logró activar una nueva mayoría pero sí, en cambio, erosionar en al plazo inmediato las propias bases (además de quemar a mediano plazo las banderas igualitarias que atañen a muchas más gentes que las encolumnadas en el archipiélago de organizaciones kirchneristas que cumplieron el papel de corporación en una especie de welfare imaginario. Como si fuera poco, el gobierno que defendía el papel del Estado y la política deslegitimó ambas instancias con desempeños que fueron siniestros respecto de las estadísticas públicas y tragicómicos en la tentativa de construir antagonismos depositando en Cristina Fernández de Kirchner más esperanzas y potencias que Juan el Bautista en el Mesías.
Así, la oposición política corroída internamente, como la madera por las polillas, por años de aislamiento en la defensa de libertades personales y progreso económico (los de ellos) y por el desprestigio acumulado no tiene como ofrecer alternativas. La escenificación de la posibilidad represiva en la línea de largada de la experiencia libertaria y el condicionamiento de la distribución de los recursos destinados a los sectores populares al buen comportamiento político inhibió desde a los desprestigiados movimientos sociales. Son ellos quienes otrora podrían haber acotado el margen de acción del Gobierno y hoy sufren las mismas condenas sociales que el resto de la clase política.
En una exposición precisa, inteligente y honesta, el economista Emmanuel Álvarez Agis señala que Argentina puede transformarse en Perú: un país con macroeconomía sana y nivel de vida mayoritariamente pobrísimo. Argentina dividida será dolorosísima y muy difícil de reparar. Ahí yacen las bases de enconos, explosiones y una agenda que nunca hubiéramos querido tener. La dirigencia mileísta no tiene problemas en reconocerse y ser de extrema derecha. Quienes los votaron, las gentes comunes, querían salir del infierno inflacionario y romper a mazazos un dispositivo de empobrecimiento que se justificaba a sí mismo con el cuento del viejo de la bolsa. La historia y la política, cóncavo y convexo, hicieron este presente.
Si un cisne negro de la economía no le pone trabas a Milei, si el manejo del Estado y la infraestructura de servicios pública no deriva en una mezcla de accidentes con escándalos, si la oposición en su conjunto continúa siendo con cada aparición la causa de la suba de la imagen del presidente (quién necesita amigos con estos enemigos, ¿no?) Argentina habrá cambiado su paradigma de gobierno para confirmar un destino latinoamericano del que había escapado gracias a una sociedad civil que los farsantes llevaron a la tragedia.
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