Camila Fabbri: “Argentina es una imantación, pero también es muy conflictiva”

La escritora, de 34 años, fue finalista del Premio Herralde con su novela más reciente, ‘La reina del baile’, y presentó en el Festival de San Sebastián su ópera prima, ‘Clara se pierde en el bosque’

Camila Fabbri en un bar de Buenos Aires, a mediados de enero.Mariana Eliano

La cita era en un café clásico de Buenos Aires, pero hace tanto calor estos días en la capital argentina que el punto de encuentro cambia y es una confitería climatizada y ruidosa. Camila Fabbri (Buenos Aires, 34 años) habla bajo, pero su voz igual se escucha en el alboroto. La narradora argentina tiene un pasado como actriz, quizás por eso su voz llega. Su presente es como novelista, y como una de las voces más destacadas de su generación. Su libro más reciente, La reina del baile (...

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La cita era en un café clásico de Buenos Aires, pero hace tanto calor estos días en la capital argentina que el punto de encuentro cambia y es una confitería climatizada y ruidosa. Camila Fabbri (Buenos Aires, 34 años) habla bajo, pero su voz igual se escucha en el alboroto. La narradora argentina tiene un pasado como actriz, quizás por eso su voz llega. Su presente es como novelista, y como una de las voces más destacadas de su generación. Su libro más reciente, La reina del baile (Anagrama, 2023), fue finalista del Premio Herralde. La novela empieza dentro de un coche: ha habido un accidente, la protagonista tiene vidrios clavados en el cuerpo y no recuerda quién es la adolescente que viaja con ella ni el perro que está en el vehículo; la narración reconstruye la historia de Paulina, esa mujer desorientada en la treintena.

El presente de Camila Fabbri también es como cineasta; su ópera prima, Clara se pierde en el bosque, se proyectó en septiembre en el Festival de San Sebastián. Fue dramaturga y podría ser ensayista —prepara algo (aún no sabe qué forma tendrá) sobre su ídolo, el músico argentino Charly García—. “Es muy difícil controlar lo que uno quiere hacer. Me hice creer a mí misma que no era una persona que escribía novelas y sí, escribí una novela. No sé si eso me transforma en una novelista. No sé... Pero noto cierto relajo. Quizás la ansiedad la tengo para otras cosas, pero para esto no”, cuenta. Al calor le seguirá la lluvia y Fabbri saldrá rápido hacia el Congreso para llegar a una manifestación en defensa de la cultura frente a las medidas de Javier Milei.

Pregunta. ¿Cuándo siente ansiedad entonces?

Respuesta. La relaciono con miedos a veces irracionales de que pase algo malo.

P. ¿Es un lugar seguro la escritura?

R. Bueno, obviamente depende del momento y de muchas cosas, pero es la relación más duradera que tuve en mi vida. Es lo que más hice, es algo que nunca abandoné.

P. ¿Cómo la tomó la noticia de que era finalista del Premio Herralde?

R. Bien. Tenía un deseo laboral de ir a España en algún momento. Había aplicado a una residencia en Madrid de tres meses y cuando me confirmaron la residencia también me confirmaron lo de la novela [el reconocimiento]. Eso permitió estar presente en la entrega.

P. ¿Cuál era ese deseo laboral?

R. Fue una intuición de abrirme a otros lugares. Yo nunca salí de Buenos Aires, soy muy porteña y siempre me muevo por los mismos radios y la misma gente. Por distintas situaciones, también de coyuntura, empecé a pensar en qué pasaría si pudiera abrir un poco esas posibilidades.

P. ¿La situación política en Argentina?

R. Yo sé que antes había una cosa muy endeble y mucho mal humor social, pero tengo una sensación de que ahora directamente ya no se puede vivir. Hay muchas realidades distintas, pero creo que hay un hilo en común, que es muy difícil llegar a fin de mes y confiar en un futuro. En lo único que podemos pensar y de lo único que hablamos es sobre los precios y la inflación. Es como si el mundo se volviera demasiado pequeñito de repente y eso genera una angustia muy grande.

Camila Fabbri, en una calle del barrio de Colegiales.Mariana Eliano

P. Siendo tan porteña como dice, ¿se ve yéndose de Argentina?

R. Toda mi vida pensé que jamás iba a querer irme, ahora no sé. Amo Buenos Aires, soy de esas personas que creen que Argentina es el mejor país del mundo, lo digo en serio, pero Argentina es como una persona conflictiva: es una imantación, pero también es muy conflictiva.

P. Estaba en Madrid cuando ganó las elecciones Javier Milei.

R. Es como si hubiera vuelto a otro país. Es el mismo, pero está como en un estado muy extremo. Me hace acordar bastante al 2001. Yo igual era muy chica, tenía 11 años, pero creo que son conflictos que dejan el terreno muy preparado para tragedias. Está todo muy preparado para que pasen cosas que no están buenas.

Una mujer se resiste a ser sacada de la Plaza de Mayo, el 20 de diciembre de 2001.Ricardo Ceppi (Getty Images)

R. La fatalidad aparece mucho en sus historias. ¿Cuál es su relación con ese tema?

P. Tengo distintas teorías. Yo creo que en parte es una obsesión. Hay algo del miedo a estar vivo y de que algo puede, de un instante para el otro, dejar de ser o desaparecer... Es la sensación que tengo ahora con la realidad de Argentina. Hay otro germen que fue la tragedia de Cromañón en 2004. Tenía 15 años recién cumplidos. Hay algo del vínculo entre el disfrute y la tragedia yo creo que quedaron bastante hilados para mí.

A finales de 2004, un incendio en una sala de rock en la ciudad de Buenos Aires —República Cromañón― causó 194 muertos, la mayoría por asfixia. Esa noche tocaba la banda Callejeros y una bengala lanzada durante el concierto provocó el desastre. El aforo había sido superado y el lugar no cumplía medidas de seguridad, según se supo después. Muchos quedaron atrapados. Fabbri había asistido al show la noche anterior y después de la tragedia, empezó a pasar mucho tiempo con otros adolescentes, sus contemporáneos, rolingas, una subcultura argentina de fanáticos de los Rolling Stones y del rock nacional. La indagación en ese drama colectivo la llevó a escribir El día que apagaron la luz (Seix Barral, 2021) y a dirigir la película Clara se pierde en el bosque, dos criaturas que como la del doctor Frankenstein están hechas de una materia diversa y extraña.

P. ¿Siente todavía ese miedo?

R. No, no es un miedo consciente. Si escribo de eso probablemente sea porque es algo que tengo muy presente, pero no es algo en lo que pienso a diario, por suerte.

P. Los personajes de La reina del baile están angustiados, pero intentan sobrevivir.

R. Son personajes rotos que no terminan de entregarse por completo a esa circunstancia y se hacen compañía... Es compañía entre gente que comparte algo de esa tristeza y encuentra un refugio en la soledad.

P. ¿De qué quería hablar en esta novela?

R. Empecé a escribir una historia que en principio iba a ser un cuento: una mujer que se despierta en un accidente. Devino de una separación en el plano personal, una ruptura entrando la década que son los 30, que es una década en la que hay muchas cosas que uno las define o se definen solas. Creo que un poco empujada por la ansiedad que puede generar eso en mí o en cualquier persona de esa edad escribí la novela.

P. El fin de una relación en los treinta, las citas por Tinder, la clínica de fertilidad... ¿Son preocupaciones de una generación?

R. Hay un retrato generacional, pero creo que no fue algo buscado. Creo que termina pasando por decantación porque son chicas más o menos de la misma generación que se encuentran. En El día que apagaron la luz [su libro sobre la tragedia de Cromañón] sí me parece que hay una búsqueda por hacer cierto retrato generacional de los 2000 en Buenos Aires y de la música y del consumo de ese tipo de culturas.

P. ¿Era rolinga?

R. Muy rolinga.

P. ¿Escribía en esos años, en la adolescencia?

R. Menos. Estaba muy ocupada con reunirme con mis amigos y charlar de la vida. Esas eran mis actividades: ir a la escuela y tener amigos. No había tiempo para escribir.

Un mural en un acto de memoria por la tragedia de Cromañón, en 2014, diez años después de los hechos.Ricardo Pristupluk (Getty Images)

P. ¿En esa época también se empezó a involucrar socialmente en política?

R. Cuando fue la gran crisis en Argentina en 2001 yo tenía 11 años. No tengo muchos recuerdos, solo chispazos y angustia, la angustia de mi mamá, de mi familia. Una angustia que no había visto nunca. Íbamos caceroleando hasta Plaza de Mayo todos los días. A los 11 años puede ser divertido, pero a la vez tenés cierta conciencia del desastre, de que eso no está bien. Instantáneamente, ahí nomás, ocurrió lo de Cromañón, que para mí en gran parte tuvo que ver con el contexto de un país que está roto. Por eso digo que los efectos colaterales son grandes. Ese es el miedo que tengo ahora.

P. ¿Independizarse joven la hizo escribir con más ganas? ¿O de dónde sale su búsqueda intensa?

R. Hay muchos artistas argentinos incursionando en distintas disciplinas e incluso hay grupos de amigos que confluyen en distintos proyectos: el actor de tal proyecto después es el director de tal otro... Yo creo que se debe a una gran vocación y a que estamos buscando hacernos la vida. Al menos en Latinoamérica, es difícil vivir de las regalías de los libros o de la realización de una película... Para subsistir hago otras cosas y antes trabajé de camarera, de niñera, de cadeta en una oficina... En una época trabajaba en microcentro [el distrito financiero de Buenos Aires] y empecé a escribir una especie de novela que transcurría en ahí.

P. Dejó la actuación por la escritura. ¿Prefiere que no la vean?

R. La actuación fue un camino de entrada a muchas otras cosas que hago. Pero no disfruto tanto de esas miradas permanentes. A algunos les gusta mucho y a otros no.

P. El título de la novela, la cita de Abba, hace referencia a ponerse en el centro de la escena.

R. Es bastante irónico el título. Me gusta escribir a partir de canciones. Me encantan los clásicos, la música que escuché 10 millones de veces. Dancing Queen es una canción que escuchamos todos tantas veces que está vencida, y aun así la volvés a escuchar y te pasa otra cosa. Yo la escucho y para mí hay algo grotesco en la letra, que tiene que ver con una mujer que está en el mejor momento de su vida, que todos la miran, todos la desean. Me parece que Paulina, el personaje de la novela, es la antítesis de ese momento. Hay algo irónico respecto de ser única, hay algo de optimismo rancio en esa idea.

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