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Argentina vota sumida en la incertidumbre

El peronista Sergio Massa y el ultraderechista Javier Milei buscan este domingo la presidencia en segunda vuelta

Un funcionario de casilla en Buenos Aires durante la jornada electoral de este domingo, en Buenos Aires.Foto: Reuters | Vídeo: EPV
Federico Rivas Molina

Los argentinos acuden este domingo a las urnas conscientes de que están ante una elección crucial. El desafío, el más importante desde el regreso a la democracia en 1983, les genera más incertidumbre que entusiasmo. La opción es mantener al peronismo en el poder o dar un drástico giro hacia lo desconocido. El ministro de Economía y candidato Sergio Massa (51 años) se erige como el garante de lo construido desde que los militares entregaron el poder. Su rival, el ultraderechista Javier Milei (53 años), promete dinamitar todo lo establecido, en una “guerra cultural” sin mapa hacia la puerta de salida.

Esos dos mundos quitan el sueño a una Argentina que lleva años de declive económico y meses de una campaña plagada de denuncias de fraude, golpes bajos e insultos, a tono con el carácter explosivo del candidato Milei y su agrupación, La Libertad Avanza. Los sondeos no auguran una noche tranquila: los aspirantes llegan empatados a la batalla definitiva por la presidencia.

Hoy hay dos modelos de país en juego. Y no se trata de una exageración periodística o un titular acelerado. Si gana Milei, el lunes Argentina ya no será la misma. El candidato ultra cuestiona sin matices los consensos democráticos de un país que emergió de la dictadura más sangrienta de Sudamérica, con 700 centros de torturas y 30.000 desaparecidos. Milei cuestiona esa cifra y considera que los militares solo cometieron “excesos”, como dijo durante el primer debate presidencial, repitiendo las plabras del almirante Emilio Massera durante el juicio de 1985 a los jerarcas del régimen. También ataca avances clave de la sociedad argentina como el aborto legal, el matrimonio igualitario o la paridad de género. Si las relaciones sociales se rigen bajo las reglas del mercado, qué impide regular la venta de órganos y niños o liberar la venta de armas, dice. ¿Dónde hay una necesidad nace un derecho? “Eso es una aberración” inventada “por la casta política” y “los zurdos de mierda”, responde Milei; y luego despotrica contra el papa Francisco, al que considera “el maligno en la tierra”; y contra el Gobierno “comunista” de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil. Ofrece, como solución, un modelo “de libertad” que convenció en la primera vuelta de las elecciones presidenciales (el 22 de octubre) a casi ocho millones de personas, apenas dos millones menos que Massa.

En los votantes de Milei hay sobre todo jóvenes varones de clase media y media baja. Descreídos de la política, sienten que no tienen futuro. El salto al vacío, piensan, no será peor que seguir por la misma senda. El discurso radical de Milei no los espanta, porque al final del día, dicen, no podrá hacer todo lo que propone y, al menos, de la tierra arrasada surgirá algo distinto. Pero no todos están de acuerdo. La promesa de dinamitarlo todo ha dado alas a Massa. Como ministro de Economía tiene poco que ofrecer: la inflación supera el 140% interanual, cuatro de cada diez argentinos son pobres y las reservas del Banco Central están en rojo. Pero el miedo a Milei ha arrinconado las críticas que merece la gestión de una economía en crisis perpetua.

Massa y sus equipos de campaña han promovido la idea de que este domingo se elige “entre democracia y autoritarismo”, entre “orden y caos”, entre “memoria y negacionismo de la dictadura”. Tienen un blanco fácil en ese sentido. La candidata a vicepresidenta de Milei, Victoria Villarruel, una hija, nieta y sobrina de militares, lleva años promoviendo la anulación de los juicios por delitos de lesa humanidad y disparando contra “el curro”, o sea el robo, que supone otorgar subsidios a las víctimas del terrorismo de Estado.

Javier Milei  durante el acto de clausura de su campaña electoral en Córdoba.
Javier Milei durante el acto de clausura de su campaña electoral en Córdoba.MATIAS BAGLIETTO (REUTERS)

La virulencia de los discursos, en cualquier caso, ha sido una anomalía en Argentina. Milei lleva semanas denunciando que le harán fraude en las urnas, en línea con las estrategias preventivas que ya agitaron Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil. Esta semana, su hermana Karina Milei, jefa de la campaña, denunció ante los tribunales que la Gendarmería, la fuerza a cargo de custodiar urnas y papeletas, había adulterado en la primera vuelta de octubre actas de votación a favor de Massa. Un fiscal se tomó en serio la denuncia y la citó para que presentase pruebas. Karina Milei no fue, pero envió a su abogado, quien tuvo que admitir que sus fuentes eran solo “redes sociales” y testigos “anónimos”. La novedad es que uno de los pocos consensos que hay en Argentina es que el sistema electoral es confiable y transparente.

El voto enojado

Massa, con todo, no la tiene fácil. El voto enojado es más difícil de enfrentar que ese que lanza críticas hacia la gestión, los casos de corrupción o la ineficiencia del Estado. El ministro se ha esforzado por tomar toda la distancia posible del peronismo. Durante la primera vuelta se abrazó a la liturgia partidaria y celebró mítines en estadios de fútbol, arropado por ministros y gobernadores y banderas y bombos. Pero pronto las siglas de la Unión por la Patria, la alianza que lo acompaña, se quitó de los carteles y las grandes multitudes desaparecieron. Massa prefirió durante las últimas semanas visitar votantes anónimos, escuchar sus problemas y subir el resultado de esos encuentros grabados a sus redes sociales. El candidato buscó así el voto de los indecisos que no creen en los partidos, pero que pueden dejarse convencer por el hombre. La militancia, ese sujeto múltiple tan peronista, salió en tanto a la calle. Se multiplicaron los pequeños actos de resistencia individual, como el de un médico de 80 años que recorrió el subterráneo de Buenos Aires explicando “a los jóvenes” que si no defienden la gratuidad de la universidad pública, un hombre de familia pobre, como él, jamás podría tener estudios.

La estrategia del peronismo supuso también ocultar al presidente, Alberto Fernández, y a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, ambos con la popularidad por los suelos. El primero lleva tiempo sin una agenda oficial, ausente de la gestión de la crisis, que ha dejado en manos de Massa en su rol de ministro. La segunda se ha autoexcluido, tras meses y meses de lucha fratricida con el presidente que había colocado en 2019 en la Casa Rosada.

Massa y Milei
Sergio Massa se reúne con estudiantes de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini en Buenos Aires.Prensa Sergio Massa (EFE)

La figura más relevante de la política argentina de los últimos 20 años inició la retirada el 1 de septiembre de 2022, cuando un hombre intentó asesinarla en la puerta de su casa en Buenos Aires de un disparo que nunca salió. Tres meses después, el 22 de diciembre, un tribunal la condenó a seis años de cárcel por corrupción y la inhabilitó para ejercer cargos públicos. Ese mismo día, Kirchner se bajó de cualquier candidatura posible a través de un mensaje en vivo desde su despacho en el Senado. Se abrió entonces la puerta de la sucesión. Fracasado el intento de postular a Eduardo de Pedro, su hombre en el Gabinete de Fernández, emergió de la crisis el nombre de Sergio Massa, que hastan entonces había observado el derrumbe de sus socios desde la Cámara de Diputados.

La primera vuelta encumbró a Massa y también a Milei, pero dejó fuera a la derecha tradicional representada por la candidata Patricia Bullrich y su mentor político, el expresidente Mauricio Macri. Cuando nadie lo esperaba, la fuerza que había servido de contrapeso al kircherismo se derrumbaba sin remedio. Macri no se dio por vencido: al día siguiente de la derrota se reunió con Milei y le ofreció su apoyo en la batalla para “terminar de una vez por todas con el kirchnerismo”. La decisión expulsó por decisión propia a los sectores moderados de su alianza, Juntos por el Cambio, refractarios a un acuerdo con un ultra que hasta el día anterior los consideraba parte de la casta que prometía exterminar.

Macri y Bullrich pusieron a disposición de su nuevo aliado los 6,2 millones de votos que sacaron en la primera vuelta, además de fiscales para controlar las papeletas el día de la elección y hombres con experiencia de gestión. Pero no ha sido solo eso: le dieron además un barniz de racionalidad política, el principal déficit de Milei. En 24 horas, el ultra dejó la motosierra y moderó su discurso.

Fueron evidente los esfuerzos por no perder el control en el último debate presidencial, mientras recibía el castigo impiadoso de un Massa profesional de la política. Mientras titubeaba y se quedaba sin palabras, Milei acusaba de mentirosos a todos aquellos que recordaban sus propuestas más polémicas, como el cierre de los ministerios de Salud y Educación y el fin de las ayudas sociales. “El león”, como se hace llamar Milei, se había convertido sin escalas al veganismo en su afán por ganarse el voto de la derecha tradicional.

Massa y Milei
Simpatizantes de Javier Milei asistieron a su cierre de campaña en Córdoba.Sebastián López Brach

Durante los últimos días de campaña, Milei solo defendió en público su promesa de “dinamitar” el Banco Central para acabar con la emisión monetaria y dolarizar la economía para terminar con la inflación. Sus voceros políticos se muestran cada vez menos convencidos de la viabilidad de esas propuestas radicales porque, saben, las arcas del Estado están vacías de divisas.

En cualquier caso, si la versión moderada de Milei espantará o no a su votante clásico, ese que grita “que se vayan todos” durante las recorridas callejeras de su líder, se sabrá solo tras el escrutinio. Lo único de lo que nadie duda es que el lunes emergerá una nueva Argentina.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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