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Elecciones en Argentina
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Novedades y rarezas de la campaña electoral argentina

La oferta que los partidos formularon el pasado fin de semana indica que la política en el país sudamericano se está transfigurando

Un motociclista circula frente a propaganda electoral, en Santa Fé, Argentina.
Un motociclista circula frente a propaganda electoral, en Santa Fé, Argentina.Patricio Murphy (Getty Images)
Carlos Pagni

La oferta electoral que los partidos formularon este fin de semana indica que la política argentina se está transfigurando. Los signos de esa mutación son numerosos. Hay novedades. Y hay extrañezas. Fenómenos inéditos.

En el campo del peronismo están ocurriendo cosas nunca vistas. Por primera vez en la historia uno de sus dirigentes ha confesado el temor a que esa corriente salga tercera en los comicios. Ese dirigente es alguien tan relevante como Cristina Kirchner. Es un pronóstico demasiado sombrío. Lo más probable es que no se cumpla. Pero el solo hecho de que haya sido formulado en público es la señal de una mutación de primera magnitud.

Hay un movimiento que hace juego con esa profecía. También por primera vez 14 gobernadores peronistas adelantan los comicios en sus provincias para no contaminarse con la mala fortuna de su partido en el orden nacional. Son líderes locales que prefieren que la gente vote sin pensar en la agenda del país.

Esos mandatarios desencantados expresan un sentimiento general del que también ellos son víctimas. Un desapego formidable en relación con la vida pública. Las elecciones provinciales que se vienen celebrando en estos meses presentan índices de abstención y voto en blanco nunca vistos. En casi todos los casos son superiores al 40%. Es un reproche a los gobiernos. Y es un reproche a las oposiciones, que no logran canalizar la frustración.

Tampoco antes se había visto que el peronismo en el poder se pusiera al borde de la fractura. Es lo que sucedió el viernes pasado. La señora de Kirchner, vicepresidenta de la Nación, había propuesto para competir en las primarias una fórmula presidencial encabezada por uno de sus jóvenes más leales, Eduardo Wado De Pedro, acompañado por un controvertido caudillo de la provincia de Tucumán, Juan Manzur. Alberto Fernández, el presidente de la Nación, sostuvo a Daniel Scioli, el embajador en Brasil y exgobernador de la provincia de Buenos Aires. Scioli no tuvo tiempo de seleccionar a su compañero de fórmula porque un enjambre de gobernadores de provincias y de alcaldes municipales volteó las dos propuestas. De la negociación surgieron el ministro de Economía, Sergio Massa, y el jefe de Gabinete, Agustín Rossi. Fue una salida de emergencia.

Otro rasgo extraño. Desde un punto de vista técnico, Massa no es peronista. Lidera su propia agrupación, el Frente Renovador. Se reconcilió con Cristina Kirchner por necesidades electorales en 2019, después de haberla denostado en todas las tribunas a lo largo de seis años. Dicho de otro modo: la otrora todopoderosa vicepresidenta debió inclinarse ante un candidato cuya lealtad es más que dudosa.

Una extravagancia más: el candidato a presidente del oficialismo es el mismo ministro de Economía que debe negociar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para que su programa de Gobierno no se hunda en el maremoto de la economía. El Fondo exige ajustes para encaminar un programa desquiciado. Entre otros, una devaluación drástica de la moneda. ¿Será el candidato a presidente el que, en plena campaña, realizará esos ajustes?

Cristina Kirchner ha comenzado a retirarse como figura ineludible. Del otro lado, en Juntos por el Cambio, sucede algo parecido. Mauricio Macri decidió no postularse para la presidencia. Afirma que desistió para favorecer nuevos liderazgos. No porque las encuestas vaticinaran su derrota. Este paso al costado facilitó un duelo entre dos figuras de su partido por la candidatura presidencial opositora. Patricia Bullrich, ubicada en una nítida derecha, y Horacio Rodríguez Larreta, más al centro. Una fue ministra de Seguridad de Macri. Larreta es el alcalde de Buenos Aires. Todo indica que están empatados. Por debajo de su disputa electoral se libra un conflicto por el liderazgo político entre Macri y Larreta, el desafiante. Es otra innovación: desde hace 20 años Macri ha sido el jefe sin discusión de su fuerza política.

Juntos por el Cambio, una coalición que se organiza alrededor del Pro, el partido al que pertenecen Macri, Bullrich y Larreta, enfrenta otro desafío. A su derecha se instaló La Libertad Avanza, una fuerza ultraliberal en lo económico y muy conservadora en lo político, que lidera el diputado Javier Milei. Esta fuerza es también la expresión de la disconformidad de la ciudadanía frente a la oferta de las últimas dos décadas. Se sabrá en los próximos meses si Juntos por el Cambio podrá reabsorber a los votantes que prefieren a Milei o si el no peronismo está quebrado. Es un dato estratégico para el oficialismo que postuló a Massa.

La economía argentina es un descalabro. La inflación promete ser a fin de año superior al 140%. El Banco Central se quedó sin dólares. Por eso el mercado de cambios está intervenido, lo que estimula las transacciones negras. La brecha entre la cotización del dólar oficial y la del paralelo es superior al 80%. Son las manifestaciones de superficie de los grandes desequilibrios que dañan la vida material.

La principal tarea de un nuevo Gobierno será normalizar la economía. Para lograrlo deberá hacer ajustes que siempre son desagradables. El instrumental para hacerlo, la política, está dañado. La misión del actual proceso electoral, que tendrá una instancia clave en las primarias del próximo 13 de agosto, consiste en reparar ese aparato. Las bases son frágiles. Abstención y desencanto en la ciudadanía. Disputa y fragmentación en la clase dirigente.

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