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Chile y Perú: avance coordinado de la ultraderecha

Chile es hoy un espejo adelantado de lo que puede ocurrir en Perú: un electorado dividido, un centro debilitado, y fuerzas extremas disputando el control moral del país

La primera vuelta presidencial en Chile ha confirmado una tendencia cada vez más visible: el crecimiento de la ultraderecha. Aunque no hay que olvidar que la candidata más votada fue la candidata comunista ...

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La primera vuelta presidencial en Chile ha confirmado una tendencia cada vez más visible: el crecimiento de la ultraderecha. Aunque no hay que olvidar que la candidata más votada fue la candidata comunista Jeannette Jara. Pero el telón de fondo -y sustantivo- es claro: la consolidación de la ultraderecha.

Que, lejos de ser un episodio “pasajero”, se extiende en América Latina. Del mismo modo en lo que ocurre en Europa. El resultado del dato chileno es claro: el país queda atrapado entre polos cada vez más rígidos, síntoma inequívoco de una polarización importada, amplificada y organizada a escala global.

“Ecosistema” coordinado

Como ha advertido Baltasar Garzón en sus recientes columnas, la extrema derecha internacional ya no avanza como suma de actores aislados, sino como un ecosistema coordinado. Con estrategias comunes, recursos compartidos y un discurso que circula sin fronteras. Vox —epicentro europeo de esa red reaccionaria— ha perfeccionado un libreto: convertir la política en una guerra cultural permanente, erosionar el consenso democrático, demonizar al adversario y explotar el resentimiento social como combustible electoral. Ese guion está siendo replicado, con adaptaciones locales, en diversos países latinoamericanos.

El caso peruano es especialmente preocupante. La elección recién viene en el primer semestre del 2026 cuando se sale del colapso “gangrenoso” del Pacto Corrupto que ha venido rigiendo al país. Allí, el alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, aparece, a primera vista, como un personaje folclórico, casi caricaturesco (se dice a sí mismo Porky).

Pero bajo ese envoltorio estridente, el tal Porky opera con lógica semejante a la que Vox promueve en España: difamación sistemática, creación de enemigos internos, uso político del miedo, moralismo autoritario y desprecio por las instituciones democráticas. Su recurso favorito —acusar de “terrorista” a quien discrepe de él— es una versión grosera del “antipatriotismo” con el que Vox estigmatiza a sus opositores.

Y algo más, llamar -impunemente- al homicidio contra personas que no le gustan: “¡Hay que cargárselo!”, llamado público apuntando contra el destacado periodista de investigación Gustavo Gorriti, uno de los periodistas más destacados de América Latina. Y acaba de recibir el Premio Héroe Mundial de la Libertad de Prensa 2025 otorgado por el Instituto Internacional de Prensa (IPI) y el International Media Support (IMS). A él “hay que cargárselo”…llamado criminal que, increíblemente, se “normaliza” sin que el “cerdo” sea procesado penalmente.

Las similitudes no son casuales. La ultraderecha global ha aprendido que los liderazgos excéntricos, incluso grotescos, pueden ser funcionales: desplazan el debate, rompen el centro político y “normalizan” la violencia verbal como parte de la vida pública.

López Aliaga es, en ese sentido, la versión peruana de esa tendencia internacional que crece. Y su impacto puede ser determinante en las elecciones presidenciales peruanas de abril del 2026.

Democracias latinoamericanas: amenazadas

El riesgo es doble.

Primero, porque el Perú llega a ese proceso electoral del 2026 con instituciones debilitadas, resquebrajadas. Tres años sometido al Pacto Corrupto de gobierno entre un gobierno y un Congreso no solo ineficientes, sino muy corruptos. En un contexto así, la polarización “importada” —esa política del grito, del insulto, amenaza, la mentira organizada— puede volverse altamente inflamable.

Segundo, porque esta ultraderecha no busca gobernar con consensos Nada que ver. Visible discurso y conducta de imponer un marco emocional: convertir la política en un plebiscito identitario. Donde “la patria” les pertenece a “ellos”. Y los demás son “enemigos internos”. Ese es el mecanismo. Que, como recuerda Garzón, ha llevado a partidos europeístas y democráticos a perder terreno ante formaciones abiertamente reaccionarias.

Chile es hoy un espejo adelantado de lo que puede ocurrir en Perú: un electorado dividido, un centro debilitado, y fuerzas extremas disputando el control moral del país. Y, detrás, la sombra de una coordinación global que empuja en la misma dirección: romper equilibrios, dinamitar puentes, gobernar desde el enojo.

Las democracias latinoamericanas no pueden permitirse ignorar esta ola. El peligro ya no es solo la llegada de los “radicales” al poder, sino la transformación profunda del debate público en una batalla de identidades irreconciliables. Se trata de defender, sin ambigüedades, la conversación democrática frente al fanatismo que pretende sustituirla.

Porque, si algo muestran simultáneamente Chile, Perú y la experiencia europea, es que la ultraderecha no prospera por cambios súbitos, sino por normalización progresiva. Y cada día que se permita avanzar ese proyecto, retrocede un poco más la posibilidad de reconstruir el espacio político donde la pluralidad, el respeto y la verdad.

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