Brasil abraza a indígenas y activistas en la COP30 mientras los países encogen las delegaciones de negociadores
La cumbre de Belém celebra grandes manifestaciones sociales tras tres ediciones en países autocráticos
Si algo distingue la COP30 que Brasil acoge en Belém es el interés del país anfitrión en que las voces de la sociedad civil sean escuchadas. Tras tres ediciones en países autocráticos (Egipto, Emiratos y Azerbayán), eso se ha traducido en el desembarco en la ciudad amazónica de miles de activistas brasileños y extranjeros con sus reivindicaciones. Indigenas, ONGs, think tanks.. sociedad civil en general participan en una cumbre paralela a la oficial de la ONU, pero no se sientan la mesa de negociación, terreno exclusivo de los Gobiernos. El aumento de activistas coincide con la reducción de negociadores. En esta edición, las delegaciones nacionales han encogido, sea por la dificultad de conseguir una habitación individual a un precio razonable o porque otras urgencias han relegado la cuestión climática entre las prioridades gubernamentales.
La semana decisiva de la COP30 arrancó este lunes, con la llegada de ministros, pero el jueves las negociaciones quedaron súbitamente interrumpidas por un incendio. La víspera, el presidente anfitrión, Luiz Inácio Lula da Silva, regresó a Belém para dar impulso político a su ambiciosa propuesta de que la cumbre alumbre una hoja de ruta para “superar la dependencia de los combustibles fósiles”.
Bajo el lema “nosotros somos la solución climática”, los indígenas marcharon este lunes en la sede de la cumbre. Con ellos, la ministra Sonia Guajajara, la primera representante de los pueblos originarios en un Gobierno de Brasil.
El incidente protagonizado días antes por un grupo de indígenas brasileños, que intentó entrar por la fuerza en la zona reservada a los negociadores e hirió a varios agentes, llevó a reforzar la seguridad. También puso el foco en las demandas de las comunidades que mejor preservan la Amazonia. Para los nativos, la clave es la demarcación de sus territorios. El indígena Ninahua Huni Kui vino a la COP30 desde el estado de Acre precisamente a exigir eso, protección legal para las tierras que habitan los suyos desde antes de la llegada de los portugueses en 1500.
El Gobierno aprovechó el evento internacional para anunciar la demarcación de 10 nuevas tierras, incluida la del pueblo Tupinambá, que en 2024 logró que Dinamarca le devolviera una capa sagrada.
Cada vez que Brasil organiza una cumbre, sea de los BRICS, o el G20, se asegura de celebrar un foro social paralelo. En esta ocasión, la llamada Cúpula dos Povos (la cumbre de los pueblos) reunió a miles de personas en representación de 1.200 organizaciones sociales de más de 60 países. Parte de ellos arribaron por el río Amazonas en una flotilla. El sábado protagonizaron, una gran manifestación que partió a primera hora de la mañana para evitar el calor de Belém.
La sindicalista brasileña Vera Paoloni, presidenta de la CUT en el estado de Pará, donde queda Belém, es una de las participantes en esa cumbre paralela de la sociedad civil. Considera especialmente relevante que la cuestión de los pueblos indígenas haya entrado en el debate. Y destaca entre las demandas que “los países ricos paguen la cuenta porque sin financiación no hay adaptación [a los fenómenos extremos] ni mitigación [de las emisiones]”, por eso, sostiene, “hay que gravar a las multinacionales”. Exigen también el “combate al racismo ambiental” y “una reforma agraria popular”.
Entre las ONGs representadas en Belém, algunas con propuestas llamativas, como el grupo Nuclear for Climate. “La energía nuclear debe ser parte de la solución”, defendía la activista egipcia Safa Abdo poco antes de la inauguración de la cumbre. También en la entrada del pabellón de la COP30, la activista estadounidense Nganha Nguyen predicaba sobre el veganismo: “El problema del cambio climático es el ganado. O cambiamos la dieta o no hay futuro”, proclamaba en inglés.
La COP está dividida en dos áreas separadas por una kilométrica pasarela. La verde es la de los activistas, abierta al público, llena de stands de ONGs, empresas e instituciones. La azul, la de los negociadores, y la prensa, de acceso restringido, con pabellones de los países participantes y cafeterías a precios europeos.
En sintonía con el negacionismo del presidente Donald Trump, por primera vez Estados Unidos de Donald Trump no ha enviado nadie a una COP. Se une a los otros tres países que tampoco participan: Afganistán, Myanmar y San Marino, según un análisis de las delegaciones realizado por Carbon Brief, un medio especializado en información climática.
Los que sí participan han reducido considerablemente sus delegaciones respecto a la pasada edición, según el diario brasileño Folha de S.Paulo. Por ejemplo, la alianza de pequeños países insulares, los que corren el riesgo de desaparecer por el aumento del nivel del mar, ha encogido su delegación un 20%, pero aun así envían 957 personas, más que la Unión Europea, que con 790 miembros es casi la mitad que el año pasado. China también ha encogido su delegación.
Buena parte de los 20 negociadores de Malasia llegaban juntos el primer día. Son funcionarios de nivel medio del Ministerio de Medio Ambiente. La más veterana lleva 12 COPs a sus espaldas, así que conoce a buena parte de sus interlocutores porque se encuentran cada año. Todos ellos hablan desde el anonimato para entrar en detalles. Cuentan que el objetivo prioritario de Malasia para la COP30 es “mantener vivo el objetivo del 1,5”, es decir, que la temperatura no suba más que eso (una meta que la ONU ya ha reconocido que se va a incumplir) y “más ambición en las metas para mitigación y adaptación”.