Un comunista liberado de las mazmorras de Nicaragua: “Ortega es un gran traidor. Nunca me arrepentiré de luchar por mi clase obrera”

Julio García Guevara, integrante del Partido Comunista nicaragüense, fue encarcelado por exigir la liberación de presos políticos. Forma parte de las 135 personas liberadas por el régimen de Ortega y expulsadas hacia Guatemala

Julio García Guevara, uno de los presos políticos excarcelados de Nicaragua, en septiembre 2024.Sandra Sebastián

Julio García Guevara, de 74 años, espera sentado en una mesa del vestíbulo del hotel de Ciudad de Guatemala donde ha sido hospedado tras salir liberado de una prisión de Nicaragua. El anciano carga una pequeña bolsa azul donde se lee la frase “toda persona tiene derecho a una vida estable y segura”. En ella lleva su pasaporte, el que le dio la dictadura de Daniel Ortega al expulsarlo de su país rumbo a Guatemala con otros 134 presos políticos. Un pasaporte cuya foto es la que sus carceleros le tomaron cuando lo detuvieron: Guevara ve a la cámara vestido con el mono azul de preso. Una última crueldad del régimen. El anciano mira fijamente a la calle, expectante, sonriente. Una ligera lluvia humedece la tarde guatemalteca y las gotas resbalan lentamente por los cristales. Guevara espera a sus hijas, que han salido de Nicaragua para encontrarse con su padre tras 17 meses detenido en las mazmorras de la tristemente célebre cárcel La Modelo, en Managua, donde los presos de conciencia sufren vejámenes y penan condenas espurias. A Guevara lo detuvieron acusándolo de “traición a la patria”, simplemente por oponerse al régimen. Él formó parte del Partido Comunista, protestó durante la dictadura somocista por la liberación de los presos políticos de aquel entonces y fue encarcelado una veintena de veces por defender los derechos de los trabajadores. Esta vez ha sido peor: un viejo compañero de lucha lo detuvo, lo torturó y lo expulsó de su país. “Ortega es un grandísimo traidor”, dice el anciano que espera solitario a sus hijas.

El pasaporte que el gobierno de Ortega entregó a Guevara.Sandra Sebastián

A Guevara lo despertaron la noche del pasado miércoles sus carceleros para exigirle que se duchara rápido y se cambiara de ropa. Había movimientos extraños en la cárcel. Él había participado en una huelga de hambre que los presos políticos organizaron el pasado otoño para exigir mejores condiciones y el alcaide lo acusó de revoltoso y lo envío como castigo a una mínima celda, en la que compartía el espacio asfixiante con otros presos comunes, criminales, asesinos. Se cambió el mono azul y salió hacia los patios de la prisión. Vio a otros detenidos por el régimen, reconoció los rostros de sus compañeros. Subían a autobuses amarillos. Él mismo abordó uno y luego un funcionario de la Embajada de Estados Unidos les dijo que su país había negociado su liberación. Partieron la madrugada del jueves. “Nos dijeron que veníamos a Guatemala, que les agradaba a ellos poder sernos útiles en nuestra libertad y nosotros nos sentimos muy agradecidos”, cuenta Guevara. A los 74 años no sabe qué le prepara el futuro. Por el momento solo quiere ver a sus hijas.

Guatemala decidió recibir a los 135 presos políticos tras una petición del Departamento de Estado, ha explicado a EL PAÍS el ministro de Exteriores guatemalteco, Carlos Ramiro Martínez. Los liberados han sido hospedados en varios hoteles de la capital guatemalteca, donde se les ha garantizado alimentación y ropa. El Gobierno les ha otorgado 90 días de estadía legal y la posibilidad de quedarse de forma permanente. Washington ha prometido visados para quienes quieran viajar a aquel país, mientras que ACNUR, la oficina de la ONU para refugiados, también gestiona traslados a otras naciones, como Costa Rica. “Guatemala nos ha tratado muy bien. Yo le agradezco mucho al presidente [Bernardo Arévalo], a la ONU, al presidente Biden”, dice este hombre que se sigue declarando comunista.

Guevara recuerda con nostalgia sus años de joven, cuando se afilió al Partido Comunista y participaba en huelgas y manifestaciones contra la dictadura de los Somoza, que machacó Nicaragua por más de cuatro décadas. “En esa época yo era un obrero de la construcción y me tocó enfrentar al régimen en distintos lugares de Managua, organizando sindicatos y defendiendo los intereses de los obreros. Esto provocó que me encarcelaran”, cuenta el anciano. Él apoyó la revolución sandinista, había protestado por la liberación de presos como el propio Daniel Ortega o Tomás Borge, quien más tarde jugaría un papel escabroso al frente del Ministerio del Interior, el temido aparato de inteligencia y espionaje del régimen sandinista. Muy pronto mostró descontento por el giro autoritario de la revolución y se opuso. Dice que fue encarcelado 26 veces a lo largo de la década de los ochenta, cuando su país se desangraba en una cruenta guerra civil atizada por Washington.

Él asegura que aquellas encarceladas lo curtieron y le dieron el temple para soportar nuevamente en la prisión bajo el régimen de terror impuesto ahora por Ortega. “Nos torturaban psicológicamente, nos amenazaban con enviarnos a celdas de máxima seguridad, aisladas, si nos portábamos mal, nos hablaban con una gran prepotencia, a algunos los golpeaban”, narra. “Pude sortearlo, pude manejarlo porque mi capacidad psicológica estuvo muy por encima de las actitudes prepotentes de los carceleros”, dice este hombre que fue detenido en abril de 2023 y luego juzgado. Fue condenado a cuatro años por exigir la liberación de los detenidos por disentir del régimen, entre ellos curas como el obispo Rolando Álvarez, una de las voces más críticas contra Ortega. “He luchado para que todos, incluidos los sacerdotes, puedan expresarse”, dice. “Soy un luchador para que avance una reapertura democrática, un país donde se permita la libertad de movilización, de organización, de expresión, como lo establece la Constitución Política de Nicaragua, la de antes, no la que ha reformado Ortega”, afirma. Una Constitución manoseada por el viejo guerrillero para perpetuarse en el poder.

García Guevara se reúne con sus familiares en Guatemala.Sandra Sebastián


Una camioneta blanca se estaciona afuera del vestíbulo. Guevara interrumpe su narración y grita “¡ahí vienen!”. El rostro se le ilumina. Se levanta despacio. Tiene aún en las piernas las llagas que lo artormentaban en la prisión, heridas aún abiertas, a causa de la diabetes que padece. Sus hijas corren a la entrada del hotel y abrazan al hombre susurrándole un “papi”. Guevara llora. “Estoy emocionado por estar libre”, dice. “Se me vienen las lágrimas porque pensaba en mis hijas en la cárcel y en el país que quiero para ellas. Siento que si Nicaragua está viviendo todos estos acontecimientos es porque está de parto, está pariendo un nuevo sistema social donde se van a resolver todos sus problemas. Y sí lo digo con toda sinceridad: Nunca me arrepentiré de luchar por mi clase obrera”, dice el viejo comunista escoltado en un abrazo por sus cuatro hijas.

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