La muerte sobrevoló la laguna de Ébano
Los miskitos se han visto atrapados por fuerzas que destrozan su forma de vida: el narcotráfico y la represión de las autoridades. Una persecución a una lancha que supuestamente transportaba droga y que acabó con un tiroteo mortal lo demuestra
Eran cerca de las tres de la tarde del 16 de septiembre de 2021, cuando el helicóptero Bell H1-1H 953 de la Fuerza Aérea Hondureña inundó el cielo sobre la comunidad que habita la laguna de Ébano.
Unos segundos después, empezó a llover plomo.
Los tiros se hundían con potencia como enormes gotas de lluvia sobre la tierra seca y la impactaban tirando pedruscos hacia el cielo que luego caían de vuelta sobre los techos de lámina enmohecida.
Los miskitos, la comunidad indígena que habita aquel lugar, aún recuerdan aquel sonido de metralla. Una P fuerte y una erre larga y rimbombante.
Prrrrrrrrr, prrr, prrrr.
Aquella tarde, en medio de la selva caribeña de Honduras, algunos miskitos se habían acercado a un objeto que los soldados a bordo de aquel helicóptero intentaban cuidar. Era una lancha gris con tres motores.
La lancha había aterrizado en la playa con una pirueta que la hizo volar por los aires, según recuerdan los habitantes. Justo antes de que comenzara la balacera, la lancha huía por las orillas del mar del helicóptero que la perseguía tirando plomo desde el aire.
El helicóptero, según recuerdan los miskitos, pasó varias veces rociando tiros sobre sus cabezas antes de que el pánico y el caos se apoderaran de ellos.
A dos kilómetros de la playa, donde había encallado la lancha, en una casa hecha de tablas y techo de lámina, Élica Bermúdez digería el último bocado del pollo frito de su almuerzo cuando escuchó la tronazón y de inmediato pensó en su esposo, Erick Barú Rivera.
“Me lo mataron”, dijo Élica en ese momento, en voz alta, como si hubiera estado hablando con alguien.
Era una premonición. En la orilla de la playa, su esposo, yacía con dos tiros que le entraron por la espalda y se alojaron en su estómago, dejándolo tirado sobre la arena, a punto de morir.
De pronto, el traqueteo de los disparos se fue acercando hasta escucharse a unos metros del patio de su casa. Élica corrió hacia el interior del cuarto hecho de tablas y se lanzó sobre su hijo menor, intentando protegerlo de las balas que caían desde el cielo.
Durante los próximos 40 minutos, recuerdan ahora los miskitos, cómo la gente de la comunidad corría, se metía a sus cuartos, se escondía detrás de árboles. Gritaban. Lloraban. Insultaban. Maldecían.
Prrrr. Prrrrr. El polvo inundaba las calles. ¡Dios mío! Lluvia de plomo. Balas entrando por el techo. ¡Santo! El zumbido del helicóptero. Prrr. Sangre. Otro herido. ¡Padre, ayúdanos! Polvo. Otro herido. Prrr. Prrr. Otro. Zumbido. ¡Dios mío! Gritos. Zumbido. ¡Lo mataron!- gritaban.
Ibans
Ibans. Esa es la palabra que usan sus habitantes para nombrar esta pequeña franja de tierra bañada por las aguas dulces de la laguna de Ébano, por un lado y por las del mar Caribe por el otro. Su nombre, según cuentan los ancianos, se lo debe a la deformación del vocablo en inglés para nombrar al ébano, uno de los árboles más preciados que crece en los bosques de este lugar.
La laguna de Ébano está ubicada entre los municipios de Juan Francisco Bulnes y Brus Laguna, en el departamento de Gracias a Dios, en la selva de la Moskitia hondureña. No es raro que su nombre, al ser pronunciado por sus habitantes, transite entre el inglés y el español, de tal forma que algunos la llaman laguna de Ébano y otros laguna de Ibans. Esto se debe a la gran influencia del imperio británico, quienes mantuvieron un pie en esta región desde la época colonial hasta principios del siglo XX. Incluso después de que España se había retirado de Centroamérica.
Ibans, dentro de la Moskitia, es una de las zonas a las que la naturaleza premió más. No solo está rodeada de la riqueza de la Reserva Biósfera del Río Plátano, que la convierte en una zona fértil bañada por aguas dulces que riegan los bosques. Su inmensa laguna está llena de pescado y caracol. Y del otro lado, es bañada por el mar con abundancia de cangrejos, langosta y medusas que los pescadores venden a una empresa china que desde hace unos años explota esa costa.
Quizá por su posición geográfica, tal vez por la orientación de la brisa marina o probablemente por un capricho del mar, Ibans es también, desde hace muchos años, un lugar al que constantemente las olas arrojan fardos de cocaína que los narcotraficantes sueltan en su trayecto de sur a norte, mientras viajan aguas adentro. No solo unos cuantos fardos. En ocasiones, según cuentan los lugareños, cuando los lancheros se quedan sin gasolina, sin agua o sin comida, terminan encallando en la blanca arena de este lugar, dejando los cargamentos completos a merced de los miskitos que caen sobre ellos como niños sobre una piñata.
Sin embargo, los costos de esas piñatas son altos.
‘Somos pobres’
Cuando llegué a Ibans por primera vez, en marzo de 2023, casi un año y medio después de que aquel helicóptero atacara este poblado, todo parecía en calma. Para llegar a Ibans desde Tegucigalpa, la capital hondureña, hay que viajar durante tres días. Moverse de un pueblo a otro dentro de la Moskitia depende de varias cosas. Del clima, de si hay medios de transporte disponibles y de si hay suficiente gente queriendo ir al mismo lugar como para que valga la pena mover una camioneta o hacer zarpar una lancha.
Mi viaje desde Tegucigalpa hacia la Moskitia comenzó con una hora en avioneta a Ceiba, la ciudad más grande vecina de aquella selva. Aunque llamarla ciudad es un cumplido. Luego hay que esperar hasta la madrugada del día siguiente para abordar una camioneta que viaja durante ocho horas hasta el primer poblado de la Moskitia llamado Batalla. En Batalla hay que esperar otro día para poder viajar en lancha durante una hora hasta Ibans.
La otra forma de llegar es yendo desde Puerto Lempira en un viaje de seis horas en lancha mar adentro. En mi segunda visita, durante el trayecto en lancha, llovió casi sin parar. Pero al llegar el agua del lago de Ibans, estaba quieta como un espejo y sobre él se hacía una inmensa alfombra de nenúfares verdes flotantes que adornaba los costados del muelle principal. Fui recibido por uno de los líderes que pronto me presentó con los miembros del consejo de ancianos que dirige aquel lugar y luego con una docena de sobrevivientes y testigos de aquella balacera.
En Ibans hablé con los sobrevivientes que me mostraron sus cicatrices, radiografías, exámenes médicos, videos y fotografías de lo que ocurrió aquella tarde. Además, escuché el relato de más de una docena de testigos, y examiné el expediente de 113 páginas abierto por la Fiscalía de Etnias de Honduras, hablé con abogados, policías, militares, líderes indígenas y funcionarios públicos.
A pesar de lo dicho por los oficiales militares, que afirman que aquello se trató de un enfrentamiento entre soldados y narcotraficantes, todo apunta a que lo que ocurrió fue algo más parecido a un ataque directo.
La primera persona a la que entrevisté en Ibans fue a Élica Bermúdez, la viuda de Erick Barú, quien murió dos días después producto de las balas del helicóptero, mientras estaba internado en un hospital de Tegucigalpa. Además de Barú, según relatan los habitantes de Ibans y la causa penal abierta por el caso, Launder López y Héctor Derich, dos miskitos adultos, murieron producto de un infarto en la playa tras escuchar aquel sonido de guerra. Al menos otros 11 miskitos resultaron heridos por las balas aquella tarde.
Élica es una mujer miskita de 32 años. El día que la encontré lucía sucia, con la piel pálida y el pelo enmarañado y lleno de tierra. Parada al lado de la tumba de su esposo, sollozaba y contaba que había quedado sola y sin esperanzas.
Lo mismo dicen otros siete sobrevivientes a quienes entrevisté durante cinco meses, entre marzo y julio de 2023. Todos creen que la investigación penal abierta por aquella balacera nunca llegará a obtener justicia. Unos creen que esto se debe a que el Estado hondureño no tiene la menor intención de investigar.
“Es que nosotros somos pobres”, dice Élica.
El helicóptero
Cherlito Platino señala con su dedo índice la cicatriz ubicada justo en el medio de la parte posterior de su cuello.
“Los doctores no podían sacar la bala porque decían que estaba en un lugar delicado. Muy peligroso sacarla”, dice haciendo un esfuerzo por gesticular bien sus palabras en español.
Conocí a Cherlito una tarde a principios de julio. Él es uno de los sobrevivientes de aquella balacera y para demostrarlo, además de sus cicatrices, tiene una radiografía donde se ve la bala alojada entre sus vértebras. Me lo presentó uno de los líderes indígenas de la comunidad de Ibans luego de preguntarle si podía conocer a los sobrevivientes del helicóptero. No fue difícil dar con él. En esta comunidad casi todos saben y recuerdan aquel día como si fuera ayer.
Aquel 16 de septiembre, Cherlito hundía su red para pescar en las aguas del mar Caribe frente a las costas de Ibans y la sacaba rebosante de medusas. En su embarcación, una lancha mediana empujada por un motor de 200 caballos de fuerza, lo acompañaban otros tres pescadores y un conductor. Juntos llevaban cerca de seis horas mar adentro, llenando de medusas las cubetas que luego irían a vender al plantel a un precio de 21 lempiras cada una, unos 80 centavos de dólar.
Sin embargo, aquel día, ocurrió algo inesperado.
“Prrr Prrr, sonaban los balazos. Venían unos soldados y por los dos lados del helicóptero tiraban, por las dos puertas”, recuerda Cherlito.
Debajo del helicóptero, en las aguas del mar caribeño, una enorme lancha gris viajaba a toda velocidad en dirección hacia la costa de Ibans, empujada por la fuerza de tres motores marca Yamaha de 300 caballos de fuerza cada uno.
Sobre la arena, en la orilla del mar, unos doscientos miskitos, entre hombres, mujeres, niños y niñas veían la escena y detuvieron sus actividades de pesca de golpe. Bajaron las cubetas de sus hombros, soltaron sus redes y levantaron la mirada hacia el horizonte, observando aquella escena no con temor sino con la alegría de quien ha encontrado un tesoro.
Al llegar a la orilla, la lancha impactó a la velocidad que le daban los tres motores y saltó por los aires en una espectacular pirueta cayendo sobre la arena, a unos 20 metros costa adentro. De la lancha se bajaron espantados tres hombres que desaparecieron como el humo, escurriéndose por los montes y veredas.
Al ver la lancha encallar, los miskitos se abalanzaron sobre ella con la esperanza de tomar para ellos mismos algo de aquel tesoro de cocaína que imaginaban dentro de la lancha.
Antes de que el primero de aquellos indígenas alcanzara a llegar a la lancha, las balas que salían del helicóptero impactaron la playa y cayeron levantando la arena y creando una enorme nube dorada que inundó todo el lugar.
Las balas atravesaron la lancha en la que pescaba Cherlito, a unos 200 metros mar adentro, y una de ellas le pegó justo en la parte posterior del cuello.
“Como las balas son rápidas, cuando yo sentí ya me habían pegado”, cuenta Cherlito que aún herido y desangrándose, ayudó a sus compañeros a llevar la lancha a la playa. “Todos nos bajamos de la lancha y entonces sentí que perdí las fuerzas y vi todo negro”.
Se desmayó.
La Lancha
Sergio Herrera es un profesor de primaria. También es sobreviviente del ataque y me describió lo que pasó después. Él había salido a comprar unas brochas para pintar su casa aquella tarde cuando se sorprendió al ver corriendo a tanta gente hacia la playa.
“La gente gritaba ‘Cayó una lancha, cayó una lancha’. Y cuando salgo yo a la playa, veo que estaba una lancha sentada en la arena. Y miro también que venía un helicóptero disparando del lado del plantel de medusa. Y sale la gente corriendo. La mayoría mujeres y niños”, recuerda Sergio.
Al ver los impactos, los miskitos se replegaron. Algunos se tiraron al monte que crece a la orilla del mar, otros se lanzaron de panza en la arena, haciéndose los muertos, otros se escondieron bajo un matorral y otros huyeron, escurriéndose por los callejones que dan a la playa.
Pero apenas unos minutos después, Sergio avanzó hacia la lancha y vio que un grupo de unos 50 miskitos rodeaban la embarcación que ya estaba siendo custodiada por un grupo de unos ocho soldados. Eran los soldados destacados en un pequeño e improvisado puesto militar instalado en Ibans desde hace cuatro años como parte del plan “Escudo”. Su presencia ahí fue ordenada por el gobierno del ahora expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, que buscaba cerrar el paso para avionetas y embarcaciones con droga provenientes de Suramérica.
Los militares, que habían aparecido en apoyo al helicóptero, según recuerdan los miskitos, resguardaban la lancha y con sus fusiles apuntaban a quien intentara acercarse a ella.
“Todos los que estábamos ahí, los soldados y también la población, asumimos que la lancha estaba repleta de droga. Por eso los soldados estaban cuidándola. El mensaje era claro: si intentan llegar a la lancha, no lo vamos a permitir”, recuerda Sergio, sentado bajo la sombra de un árbol frente a su casa..
Para los miskitos, la droga que llega del mar es un recurso más de la naturaleza. Hablan incluso de “temporada alta” y “temporada baja” de paquetes de cocaína. Consideran estos paquetes algo a lo que de alguna forma tienen derecho, como la carne de los peces, como la madera de los árboles y los frutos que de estos se desprenden.
Por eso, aquel día se acercaban a la lancha y husmeaban desde lejos su contenido.
De pronto, el plomo volvió a llover del cielo.
Según los relatos de los testigos y sobrevivientes, en medio de aquel alboroto, un miskito en estado de ebriedad se abalanzó sobre uno de los soldados que cuidaba la lancha e intentó quitarle su fusil, a lo que el soldado respondió abriendo fuego, pero no precisamente sobre el borracho.
“Entonces sentí un punzón”, recuerda Sergio, mientras se pone la mano a la altura del pecho. “Me miré y vi que me salía sangre del corazón. Mi amigo Franklin, que estaba al lado mío, me vio sangrando y me dijo: ‘A mí también me dieron’, pero yo ya no podía reaccionar. Luego sentí que me fui desvaneciendo”, cuenta.
Se desmayó.
Al lado de Sergio estaba Tecxi Jackson, otro de los pescadores de medusa que estaba trabajando en la playa aquella tarde. “Empezó a disparar el helicóptero y con el alboroto de la gente unos se aventaron sobre la lancha. Entonces, yo solo sentí que me pegó un balazo en la mano. Sentí lo caliente”, dice Texci.
Cerca de Sergio, Tecxi y Franklin, otro hombre acababa de caer en la arena luego de ser atravesado por una bala. Su nombre era Eric Barú Rivera. Eric se acababa de bajar de una pequeña embarcación pesquera y corría hacia la lancha intentando agarrar un poco de aquel tesoro.
“Al ver que el helicóptero estaba disparando, yo le dije que no nos acercáramos”, recuerda Wilmer Rivera, su primo, mientras señala su tumba, en el pequeño cementerio de Ibans, un lugar tan pequeño y con tan pocos muertos que las tumbas ni siquiera tienen nombre. Cada quien sabe dónde está su muerto. “Él nos dijo que éramos cobardes y salió corriendo en dirección a la lancha. Unos pasos había avanzado nomás cuando le cayó el tiro en la espalda”.
El helicóptero descendió un poco hasta quedar flotando por unos segundos, apenas a unos cuantos metros por encima de la lancha, y luego volvió a ascender.
“Yo vi que iba subiendo cuando empezó a rafaguear de nuevo. Alcancé a ver a los dos pilotos y a los dos soldados que iban en las puertas disparando con ametralladoras M60″, dice Sergio, mostrando en su teléfono un video subido a Facebook por algunos habitantes que denunciaron el hecho públicamente.
El helicóptero se levantó y luego de que los militares dispararan contra los Miskitos que intentaban acercarse a la lancha, el plomo empezó a llover sobre toda la comunidad de Ibans, contaron los Miskitos de la comunidad.
Vanesa Duarte, directora de la guardería infantil Celso Castillo, en la comunidad de Coyoles, un caserío aledaño a Ibans, sacó su teléfono celular y me mostró el video del helicóptero rondando en las cercanías de su casa. Como este, hay otros videos, filmados por los lugareños, que muestran imágenes del helicóptero y se escuchan las ráfagas de disparos sobre Ibans.
Minutos antes de grabar el video, su esposo, un hombre que se dedica a trabajar la madera, había corrido con dirección a la lancha con la intención de pescar algo del supuesto botín. Pero en el camino se topó con el helicóptero escupiendo fuego y tuvo que aventarse hacia unas láminas viejas para cubrirse.
“Al oír el helicóptero, mis niños salieron a verlo. Ellos siempre salían a decirle adiós cuando pasaban. Pero de repente, veo que salen corriendo para adentro porque escucharon la balacera y se veían las balas, se veían como rayitos de luz que caían hacia la tierra y se escuchaba la tronazón”, recuerda Vanesa.
La casa de Vanesa tiene un muelle que da a la laguna de Ébano. Minutos antes de la balacera, su primo había amarrado su lancha al muelle para descansar. Él trabaja de repartir costales de comida, en uno de los pírricos proyectos del Gobierno hondureño para paliar la hambruna que asola la Moskitia. Su lancha estaba en ese momento llena de aquellos costales.
“Como en la lancha de mi cuñado había un montón de sacos, quizá los del helicóptero pensaron que era la droga. Y se pusieron enfrente de mi casa. ¡Enfrente de mi ventana! ¡Como si fuera una película! Y apuntaron. Mis niños me gritaban: ‘¡Mami, mami, nos van a tirotear!’, pero gracias a Dios los hombres no nos dispararon y levantaron de nuevo el helicóptero”, recuerda la mujer.
La lluvia de tiros cayó por todas partes. Incluso en la guardería donde trabaja Vanessa. En una de las paredes del lugar que cada día alberga a 32 niños de entre 2 y 5 años todavía hay restos de aquella balacera: un impacto de bala en las paredes de una de las aulas.
Modesto Morales, un líder indígena de la Moskitia, recuerda aquello como un caos. “Empieza a rafaguear el helicóptero. Empieza a rafaguear a la gente y a las casas. A mí también me rafagueó. Yo me aventé de la moto cuando vi que me cayó un tiro en la llanta y otro en la moto. Entonces le grité a uno que iba conmigo: ‘¡Me mataron!’ Y me aventé a la arena, haciéndome el muerto. Parecía que estábamos en guerra”.
Una investigación ‘demasiado pobre’
En la tarde de aquel 16 de septiembre, mientras los heridos de Ibans aún eran trasladados a diferentes lugares del país para ser atendidos por personal médico, las fuerzas armadas de Honduras dieron su versión de los hechos a través de un breve comunicado. Era de un poco más de 100 palabras y fue publicado en su página de Facebook titulado “Aseguramiento de lancha que transportaba supuesta droga”.
La publicación de la institución castrense planteó fundamentalmente tres ideas. La primera es que aquella tarde uno de sus helicópteros perseguía una lancha con “supuesta droga”. A esos fines publicaron fotos de la lancha con barriles de plástico en la parte de atrás del bote y con militares armados a su alrededor.
La segunda, es que luego de ser abandonada por sus tripulantes, “células ligadas a la narcoactividad que pretendían descargar la droga” de la embarcación dispararon al helicóptero. Como “pruebas” publicaron dos fotos de una aeronave muy de cerca con dos agujeros que podrían haber causado por balazos.
Y tercero, que, tras el enfrentamiento, la embarcación quedó asegurada por elementos de las fuerzas armadas “a la espera de hacer una inspección en los barriles y el fuselaje”.
El comunicado, que hasta hoy ha sido el único pronunciamiento oficial de las autoridades al respecto, omitió mencionar alguna palabra sobre heridos y muertos durante aquel encuentro. Tampoco dice nada sobre niños aterrados, guarderías e iglesias tiroteadas.
A mediados de noviembre, Insight Crime solicitó entrevista con un representante del alto mando de la Fuerza Aérea Hondureña para hablar sobre la responsabilidad de la institución en los hechos ocurridos en Ibans en septiembre de 2021. También pidió a voceros del Ministerio Público y de la Policía Hondureña que explicaran por qué a dos años de los hechos, ninguna autoridad ni siquiera ha visitado la comunidad de Ibans para investigar. Al momento de la publicación, no recibimos respuesta de ninguna de estas instituciones.
Un día después de la balacera, once líderes indígenas de diferentes organizaciones miskitas se trasladaron hasta Tegucigalpa e interpusieron una demanda de dos páginas ante la Fiscalía Especial de Protección de Etnias y Patrimonio Cultural. En la denuncia, dirigida a la entonces fiscal Jany del Cid, los líderes exigían esclarecer los hechos, destituir al vocero de las Fuerzas Armadas y resarcir los daños físicos y psicológicos a los miskitos afectados, así como reparar los daños hechos por los impactos en techos y paredes de casas, escuelas e iglesias.
La denuncia, además de estar firmada por 11 líderes indígenas de la Moskitia, está reforzada por 11 relatos de testigos directos y familiares de víctimas. En sus relatos, todos aseguran que ningún misquito estaba armado aquella tarde y que nunca nadie disparó contra el helicóptero.
Apenas cinco días después, la Fiscalía Especial de Etnias se declaró incompetente y trasladó el expediente a la Fiscalía Especial de Derechos Humanos. En un memorando que consta en el expediente, la institución argumenta que no cuenta con los recursos suficientes para continuar con la investigación y que “es de conocimiento público” que la Fiscalía de Derechos Humanos ya había iniciado algunas diligencias, según lo había anunciado a través de sus redes sociales. La investigación se había vuelto una piedra caliente que nadie quería sostener.
Dos días después de que el expediente fuera trasladado a la Fiscalía de Derechos Humanos, el 23 de septiembre, esta envió un memorando a la Agencia Técnica de Investigación (ATIC), una unidad de investigaciones especiales del Ministerio Público dedicada a la investigación y persecución de los delitos graves y de fuerte impacto social. En el memo, la Fiscalía solicitó la agencia que designara cinco agentes para iniciar con las diligencias. Tres agentes investigadores, un experto en inspecciones oculares y un técnico en decomiso y extracción de evidencia estaban programados para una visita a Ibans el 16 de octubre. Sin embargo, la visita nunca se dio. La piedra seguía muy caliente.
El 30 de septiembre, un asistente de la Fiscalía de Derechos Humanos adjuntó otro memorando al expediente de investigación en el que hace constar que ese día intentó contactar a una de las víctimas vía telefónica, pero “no salió la llamada”, por lo que procedió a consignarlo sin más.
El 13 de octubre de 2021, el coordinador regional del Ministerio Público de Ceiba solicitó al jefe seccional de la Fiscalía de Derechos Humanos un informe sobre lo ocurrido en Ibans. En el informe, que tiene fecha del 15 de octubre la unidad responde que, según las investigaciones realizadas y las consultas hechas a los policías de Puerto Lempira, la ciudad más grande de la Moskitia hondureña y donde se encuentra el único puesto de policía preventiva de la zona, no se tenía información de los hechos porque nunca se pudieron trasladar al lugar dado que la Policía no contaba con los recursos logísticos para el traslado.
Consultado, el jefe policial de Puerto Lempira, comisario Mario Posadas, me dijo que la Policía no tiene ni una sola lancha para movilizarse en toda la Moskitia. “Para movernos tenemos que canjear los bales de gasolina a cambio de que los pescadores nos lleven”, comentó Posadas.
Pedro Mejía, abogado de la organización Litigio Estratégico que lucha por la defensa de derechos humanos en Honduras, es el apoderado legal de 11 de las víctimas sobrevivientes de los familiares de los muertos en aquella balacera. Cuando hablé a finales de julio con el abogado, se mostró desanimado y calificó la investigación como “demasiado pobre”.
Las 113 páginas que componen el expediente al cual tuve acceso revelan que, dos años después de que ocurrieron los hechos, las autoridades ni siquiera han visitado el lugar ni una sola vez.
Ocultamiento
La pobreza del expediente, a decir del abogado Mejía, no solo se debe a la falta de investigación fiscal sino también al ocultamiento de información por parte de la Fuerza Armada y posiblemente la destrucción de pruebas. El 17 de marzo de 2022, seis meses después de los hechos, la institución castrense anunció en un escueto comunicado a través de sus redes sociales que el helicóptero Bell H1-1H matrícula 953, el mismo que, según el abogado Mejía, participó en el operativo en Ibans, se accidentó y se quemó por completo. Sus ocupantes apenas salieron con quemaduras leves.
Además, según los testimonios de los miskitos, 40 días después de los hechos, un grupo de militares se presentó a Ibans. Fueron puerta a puerta, exigiendo a los habitantes que entregaran los casquillos que habían recogido tras el tiroteo.
“Llegaron soldados y policías casa por casa y pidieron que, si teníamos las balas que habían quedado, las teníamos que entregar. Nos dijeron que era para hacer justicia. Pero justicia nunca llegó”, dice uno de los líderes comunales de Ibans que prefirió no ser identificado con su nombre por temor a represalias.
Su temor no es infundado. Al menos dos líderes miskitos de esa comunidad han tenido que huir por amenazas de muerte. El último fue Modesto Morales. En una llamada telefónica a finales de julio, Morales aseguró que un grupo de hombres armados y vestidos de negro llegaron a su casa por la noche luego de que él denunciara ante las autoridades a las fuerzas militares por vejámenes a los derechos humanos de la comunidad.
Sin embargo, en una de mis visitas a la región, logré encontrar algunos casquillos que aún permanecen en Ibans. Un habitante me mostró algunos de ellos mientras señalaba los agujeros en el techo de su casa por donde asegura que entraron los disparos. El casquillo del proyectil tenía en su base el número 7,62 mm, que es el calibre que usan las ametralladoras M60 empotradas en los helicópteros que describen los testigos de los hechos. Un artilugio potente, usado en conflictos bélicos como arma de apoyo a las tropas en tierra. Un arma poderosa, sobre todo, si se dispara contra escuelas de lata y personas desarmadas.
El abogado Mejía cree que la investigación no avanzará nunca. En parte, dice, porque las mismas autoridades tienen miedo de investigar a una institución tan poderosa y temida en Honduras como las Fuerzas Armadas.
“No es necesario que alguien reciba una amenaza. Se sabe que la Fuerza Armada [sic] es una institución de temer”, me dice el abogado.
La falta de colaboración de las fuerzas armadas, según los sobrevivientes, también puede tener relación con un hecho contundente: la lancha abandonada en Ibans aquel 16 de septiembre ni siquiera tenía droga.
De acuerdo con los relatos de los testigos, luego de la balacera, los Miskitos acecharon enfurecidos la lancha hasta que uno de los líderes intervino. Allí se acercaron al comandante de los militares que cuidaban la lancha, quien era conocido en el área. Según Modesto, el comandante se había presentado antes como parte de la Fuerza de Tarea Bravo, una unidad de cooperación conjunta bajo la dirección del Comando Sur de los Estados Unidos (SOUTHCOM, por sus siglas en inglés). InSight Crime también solicitó comentario sobre el incidente al Departamento de Estado de Estados Unidos. Al momento de la publicación, no recibimos respuesta.
El día de los hechos, Modesto afirma que los habitantes pidieron al comandante permiso de tomar la gasolina que había en la lancha.
“[Él] me dijo ‘Calma a tu pueblo’. Yo le expliqué que el pueblo exigía quedarse con lo que había en la lancha, ya fuera droga o gasolina porque el daño que le habían hecho era demasiado. Él me dijo, ‘Está bien, lo autorizo para que vea qué hay en la lancha y si es gasolina se la pueden llevar. Si es droga no. Ni tampoco se pueden llevar los motores porque tengo que entregar la lancha a inspección’”, explica Modesto.
Morales asegura que se subió a la lancha y retiró el plástico con el que estaban cubiertos los barriles. Ahí se dio cuenta de que en la embarcación había 18 barriles. Los primeros 14 estaban vacíos y otros cuatro tenían un poco de gasolina en su interior.
“Entonces, el pueblo se aventó sobre los barriles y se los llevaron. Incluso me botaron a mí y no podía pararme porque yo peso casi 300 libras”, recuerda Morales.
Sus palabras son reforzadas por un video subido a YouTube titulado Lancha sube en Ibans la Moskitia en tiroteo, publicado el 6 de octubre de 2021 por el usuario @franklinlopez4042. En el video se ve una horda de miskitos desvalijando la lancha color gris plata. Algunos de ellos se llevan incluso los barriles o lazos que encuentran en el interior de la nave.
Las autoridades hondureñas tampoco consignaron ningún decomiso de drogas ese día en Ibans.
Los miskitos, entre dos fuegos
Los miskitos se han visto atrapados entre fuerzas que de una forma u otra destrozan su forma de vida, su salud y su selva. Este evento de septiembre de 2021 no es único.
En 2012 una lancha piloteada por un agente de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) y dos agentes antinarcóticos hondureños abrieron fuego tras chocar con un barco de pasajeros. Al oír los disparos, un agente de la DEA en un helicóptero de apoyo ordenó a los agentes hondureños que dispararan contra la embarcación de pasajeros. Los disparos mataron a dos mujeres embarazadas, un niño de 14 años y un adulto. Todos Miskitos, todos civiles.
Se lograron esclarecer los hechos gracias a videos desclasificados por el departamento de justicia de Estados Unidos. Sin embargo, los líderes miskitos hablan de varios casos más que no han sido reportados. Cuentan sobre otros helicópteros disparando sobre civiles, de golpizas a manos de los militares, torturas y robos. Insisten en que el pueblo miskito es vejado tanto por los narcotraficantes como por las autoridades hondureñas y extranjeras.
Casi dos años después de este último atentado, y tras decenas de intentos por parte de los miskitos y los abogados querellantes por alcanzar la justicia ante las cicatrices y las muertes de los suyos, en el pueblo de Ibans solo hay desesperanza, trauma y dolor.
Durante la última conversación con Élica, la viuda de Erick Barú, antes de irme de ese pedazo de paraíso y de su laguna de Ébano, me cuenta una infidencia, una especie de secreto que había guardado para ella y que ahora cree a bien compartir. Bajando un poco la voz para que solo lo escuche yo me dice:
“Miskito tiene creencias… y, a veces, cuando mi niño se enferma, se le hincha la panza. Miskito dice que es porque el papá muerto le viene a dar de comer”. Pero los muertos no comen lo mismo que los vivos. Por eso, según los Miskitos, los niños se enferman. “Nuestra creencia dice que si yo quemo la ropa que él dejó y saco humo, él se va. Pero mi niño no se cura. Se vuelve a enfermar y se vuelve a enfermar. Ahora ha caído con otra enfermedad. Está bien triste. Yo digo que ha de ser el papá que anda molestando en espíritu”.
Todos los fantasmas que dejó aquel helicóptero tardarán mucho tiempo en irse del pueblo que habita la laguna de Ébano.
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