Cuidados intensivos para el planeta en la COP30
Cuando alguien que amamos se debate entre la vida y la muerte nos preocupamos, actuamos y cuidamos. No escatimamos en gastos ni en dedicación. ¿Pero qué pasa con la Tierra? ¿La estamos dejando morir o estamos haciendo algo para su pronta recuperación?
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“Si el planeta fuera un paciente, estaría en cuidados intensivos”, esas fueron las declaraciones de la Organización Mundial de la Salud el año pasado frente a las alteraciones ecosistémicas que se siguen exacerbando. Cuando alguien que amamos se debate entre la vida y la muerte nos preocupamos, actuamos y cuidamos. No escatimamos en gastos ni en dedicación. ¿Pero qué pasa con la Tierra? ¿La estamos dejando morir o estamos haciendo algo para su pronta recuperación?
Los síntomas son claros: 2024 fue el año más caliente registrado en la historia reciente, causando olas de calor nunca antes vistas en Europa, sequías prolongadas en México y Chile y muertes de poblaciones vulnerables como adultos mayores, mujeres y niños, es decir, poniendo en jaque a sistemas de salud en diferentes latitudes. A nivel planetario, esto es como si el planeta hubiese alcanzado una temperatura corporal de 40 grados. Es grave y tenemos que actuar con prontitud.
Pero, si sólo fuera sintomatología de fiebre, podríamos atendernos en casa. Desafortunadamente, el cuerpo terrestre tiene fallas en varios sistemas. Los niveles del mar están aumentando, al punto de que Tuvalu, un Estado del Pacífico Sur, ya negocia la reubicación de toda su población, porque su territorio desaparecerá bajo el mar antes de que termine el siglo. Este síntoma afecta y seguirá afectando a infraestructuras marinas y terrestres en todo el mundo por el incremento del nivel del mar, que podría elevarse 0,5 metros y derivar en la inundación de 3 millones de edificaciones en el Sur Global hacia fin de siglo.
Cuando una persona está enferma, es importantísimo mantener una alimentación balanceada para fortalecer el sistema inmune, pero nuestros sistemas alimentarios, incluyendo insumos insignia de nuestra cultura culinaria como el arroz, el maíz, el trigo, la cebada y el café, requieren de estabilidad climática para su producción. Las sequías prolongadas y las olas de calor, las inundaciones por huracanes y tormentas cada vez más fuertes y frecuentes atentan directamente la existencia de esos productos que nos son tan importantes y cercanos. ¿Se imaginan ir al mercado y no poder comprar café, tomate, maíz o papa? Nuestro sistema inmune planetario está bajo amenaza.
La sala simbólica de cuidados intensivos donde se atenderá al planeta enfermo será la COP30. La cumbre climática de Brasil que ocurrirá en unas semanas debe prescribir la medicina del cambio radical y sistémico que se necesita para lograr adaptarnos y generar resiliencia frente a estos impactos, así como robustecer una nueva generación de compromisos climáticos (NDC en inglés) que todavía están lejos de ser una cura para la fiebre planetaria.
¿Cómo se vería esta receta de adaptación y resiliencia?
- Preparación. Debemos ver a la adaptación como una oportunidad para prepararnos al nuevo mundo que ya experimentamos y cuyos cambios aún más sustantivos vivirán las presentes y futuras generaciones. Para ello, en la COP30 deben adoptarse los indicadores para medir y monitorear el progreso en la implementación del Objetivo Global de Adaptación, es decir, la respuesta colectiva frente a los impactos y riesgos en el acceso al agua potable, en las crecientes amenazas a la salud, o en la exposición de los sistemas alimentarios, entre otras.
- Financiamiento. Debemos financiar la resiliencia con la misma seriedad con la que se financian otras áreas del desarrollo. Esto implica que en Bélem se apruebe un objetivo financiero de alrededor de 120.000 millones de dólares anuales exclusivamente para adaptación en el Sur Global, puesto que el cambio climático afecta con mayor letalidad al mundo en desarrollo.
- Desarrollo. Debemos lograr que la planeación del desarrollo futuro, inclusive cómo se piensan e invierten los flujos de financiamiento públicos y privados, nacionales e internacionales, colectivos e individuales, sean pensados hacia un mundo que demanda resiliencia. Lo anterior incluye dejar de invertir en infraestructura que no sea resiliente y corra el riesgo de convertirse en activos varados en el futuro, al exponerse a más impactos y exacerbar su propia vulnerabilidad desde cómo se diseña y construye.
La adaptación, sin embargo, puede volverse ineficaz si no va respaldada por medidas sistémicas que aborden las causas de la crisis climática. En otras palabras, el mal de fondo son los modelos de consumo y producción, la adicción a los combustibles fósiles y la incapacidad para blindar la relación entre ambiente y desarrollo, que hoy es también la relación entre adaptación y desarrollo. Para eso, este año debemos llegar a Brasil con la entrega de compromisos climáticos de todos los países del mundo. Al momento de la escritura de esta columna, 69 gobiernos han anunciado sus compromisos, pero la sumatoria de estos no es suficiente para poner a raya el calentamiento global a 1,5 °C de aquí a 2030. Es indispensable que en esta COP la receta de recuperación del planeta incluya cómo atacamos la enfermedad y cómo todos los gobiernos redoblan esfuerzos para bajar la fiebre de nuestro planeta.
La COP30 que se celebrará en tierra latinoamericana debe unificar voces y elevar la justicia climática. Aún estamos a tiempo, pero la ventana se cierra. No dejemos morir a la Tierra.